/ lunes 7 de agosto de 2017

La crisis multiplica a personas sin hogar en Río

RÍO DE JANEIRO, Brasil. Vilmar Mendonça fue gerentede Recursos Humanos de varias empresas en Brasil, pero desde haceun año y medio vive en las calles de Río de Janeiro, como milesde víctimas de la crisis en la “Ciudad Maravillosa”.

Mendonça perdió su trabajo en 2015 y se mantuvo untiempo con ahorros pero, a sus 58 años, duerme ahora en un bancofrente al céntrico aeropuerto Santos Dumont, deja algunaspertenencias en una oficina bancaria de la que es cliente, se aseaen baños públicos y subsiste de la comida que reparten variasONG.

“Es una situación terrible, pero no tuve otraalternativa”, dice este ejecutivo delgado, divorciado y sin hijosde Itajaí (Santa Catarina, sur), mientras examina ofertas detrabajo en su computadora gracias al wifi del aeropuerto.

Con gafas de montura, camisa formal y zapatillasmodernas, Vilmar no aparenta ser uno de los miles de sin techo deesta bella ciudad de seis millones de habitantes.

A finales de 2016, la alcaldía de Rio contabilizaba14 mil 279 personas en situación de calle, el triple que en2013.

Setenta de ellos tienen estudios superiores, comoVilmar, que se licenció en administración de empresas en SaoPaulo y trabajó para la filial de una multinacional.

Su situación refleja la ferocidad de una recesiónque dejó 13.5 millones de desempleados, así como el presente dela ciudad que hace solo un año inauguraba con pompa los JuegosOlímpicos.

“En una situación así, nadie quiere estar cercatuyo”, comenta.

Como muchos, no contó su situación a casi nadie.Cree que será pasajera y se esfuerza en no decaer.

De día, hace ejercicio, lee en cafés-librerías,escribe en su cuenta de Facebook -donde aparece con traje ycorbata- y va a entrevistas de trabajo en las que compite concientos de candidatos más jóvenes.

De noche, se pone ropas sencillas y una gorra parapasar desapercibido mientras se acolcha sobre el banco, cerca delas cámaras de seguridad del aeropuerto.

“Intento estar solo para no perder el foco de mivida, porque si empiezo a juntarme con otros, puedo empezar aconvivir con cosas que no quiero, como alcohol, drogas osuciedad”, afirma.

Funcionarios sin paga

Aunque en Río casi todos desvían la mirada, losturistas que pasean por Copacabana e Ipanema ven personas sin techoen casi cada esquina, una postal muy distinta de la que anuncianlas guías.

En el centro histórico, cerca de los arcos de Lapa,cada noche grupos de hasta 20 personas ocupan calles enteras ydecenas dormitan sobre cartones, enrollados en mantas.

La imagen impresiona, pero aún más las historiasdetrás de cada “morador de rua”.

La mayoría son negros de origen pobre y muchos sonadictos a las drogas, con problemas psicológicos o familiares,también hay vendedores ambulantes y hasta funcionarios jubilados,como Gilson Alves.

Gilson, de 69 años, trabajó 35 como técnico deradiografías en hospitales públicos de Río. Pero debido a losretrasos en el pago de su pensión tuvo que vender sus enseres ydejar su apartamento de alquiler.

Este negro alto y de mirada dulce nunca tuvo una vidafácil. A los 5 años perdió una pierna, arrollado por untranvía. Hace dos meses se fue con una bolsa a la calle y,después de que le robaran todo, fue rescatado por los servicios dela alcaldía y trasladado a uno de los 64 albergues municipales,con capacidad para dos mil 200 personas.

“Me siento muy triste, humillado, golpeado porhaber prestado tantos años de servicio y estar aquí por culpa deeste gobierno”, dice.

Gilson comparte habitación en un albergue de Ilha doGobernador con seis personas mayores, entre ellas Jorge da Cunha,un obrero con problemas respiratorios de 63 años, que perdió sutrabajo hace dos.

“La situación es crítica”, reconoce lasecretaria de asistencia social de Rio, Teresa Bergher.

RÍO DE JANEIRO, Brasil. Vilmar Mendonça fue gerentede Recursos Humanos de varias empresas en Brasil, pero desde haceun año y medio vive en las calles de Río de Janeiro, como milesde víctimas de la crisis en la “Ciudad Maravillosa”.

Mendonça perdió su trabajo en 2015 y se mantuvo untiempo con ahorros pero, a sus 58 años, duerme ahora en un bancofrente al céntrico aeropuerto Santos Dumont, deja algunaspertenencias en una oficina bancaria de la que es cliente, se aseaen baños públicos y subsiste de la comida que reparten variasONG.

“Es una situación terrible, pero no tuve otraalternativa”, dice este ejecutivo delgado, divorciado y sin hijosde Itajaí (Santa Catarina, sur), mientras examina ofertas detrabajo en su computadora gracias al wifi del aeropuerto.

Con gafas de montura, camisa formal y zapatillasmodernas, Vilmar no aparenta ser uno de los miles de sin techo deesta bella ciudad de seis millones de habitantes.

A finales de 2016, la alcaldía de Rio contabilizaba14 mil 279 personas en situación de calle, el triple que en2013.

Setenta de ellos tienen estudios superiores, comoVilmar, que se licenció en administración de empresas en SaoPaulo y trabajó para la filial de una multinacional.

Su situación refleja la ferocidad de una recesiónque dejó 13.5 millones de desempleados, así como el presente dela ciudad que hace solo un año inauguraba con pompa los JuegosOlímpicos.

“En una situación así, nadie quiere estar cercatuyo”, comenta.

Como muchos, no contó su situación a casi nadie.Cree que será pasajera y se esfuerza en no decaer.

De día, hace ejercicio, lee en cafés-librerías,escribe en su cuenta de Facebook -donde aparece con traje ycorbata- y va a entrevistas de trabajo en las que compite concientos de candidatos más jóvenes.

De noche, se pone ropas sencillas y una gorra parapasar desapercibido mientras se acolcha sobre el banco, cerca delas cámaras de seguridad del aeropuerto.

“Intento estar solo para no perder el foco de mivida, porque si empiezo a juntarme con otros, puedo empezar aconvivir con cosas que no quiero, como alcohol, drogas osuciedad”, afirma.

Funcionarios sin paga

Aunque en Río casi todos desvían la mirada, losturistas que pasean por Copacabana e Ipanema ven personas sin techoen casi cada esquina, una postal muy distinta de la que anuncianlas guías.

En el centro histórico, cerca de los arcos de Lapa,cada noche grupos de hasta 20 personas ocupan calles enteras ydecenas dormitan sobre cartones, enrollados en mantas.

La imagen impresiona, pero aún más las historiasdetrás de cada “morador de rua”.

La mayoría son negros de origen pobre y muchos sonadictos a las drogas, con problemas psicológicos o familiares,también hay vendedores ambulantes y hasta funcionarios jubilados,como Gilson Alves.

Gilson, de 69 años, trabajó 35 como técnico deradiografías en hospitales públicos de Río. Pero debido a losretrasos en el pago de su pensión tuvo que vender sus enseres ydejar su apartamento de alquiler.

Este negro alto y de mirada dulce nunca tuvo una vidafácil. A los 5 años perdió una pierna, arrollado por untranvía. Hace dos meses se fue con una bolsa a la calle y,después de que le robaran todo, fue rescatado por los servicios dela alcaldía y trasladado a uno de los 64 albergues municipales,con capacidad para dos mil 200 personas.

“Me siento muy triste, humillado, golpeado porhaber prestado tantos años de servicio y estar aquí por culpa deeste gobierno”, dice.

Gilson comparte habitación en un albergue de Ilha doGobernador con seis personas mayores, entre ellas Jorge da Cunha,un obrero con problemas respiratorios de 63 años, que perdió sutrabajo hace dos.

“La situación es crítica”, reconoce lasecretaria de asistencia social de Rio, Teresa Bergher.

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