Estados Unidos y Europa nunca estuvieron tan distanciados y contan poca voluntad de buscar un acercamiento. La última crisisimportante entre las dos orillas del Atlántico se remonta a laintervención norteamericana en Irak, en 2003, decidida por GeorgeW. Bush sobre la base de una falacia: las armas de destrucciónmasiva supuestamente acumuladas en secreto por Saddam Hussein.
En esa ocasión, Bush contaba con el apoyo irreflexivo uoportunista de Tony Blair y José María Aznar. El desacuerdo de laCasa Blanca con el resto de sus aliados era puntual y —con labuena voluntad de ambas partes— demoró poco tiempo en serreabsorbido.
Esta vez, sin embargo, la grieta es profunda, abarca la mayoríade los temas estratégicos y coloca a Washington en una situaciónde total aislamiento frente a Europa, Japón y Canadá. Hasta GranBretaña, aliada incondicional de Estados Unidos desde hace unsiglo, comenzó a fruncir el ceño frente al amateurismo, laintransigencia, el comportamiento grosero y –no es exageradodecirlo– la puerilidad del presidente Donald Trump.
“La vulgaridad del reclamo financiero y la omisión demencionar el artículo 5 del tratado de la OTAN (…) marcan uncambio radical en los 65 años de relaciones entre Estados Unidos yEuropa. El pacto con Washington dejó de ser incondicional (porque)no hay más garantía de seguridad automática entre los miembrosde la Alianza Atlántica”, afirmó con desazón FrançoisHeisbourg, presidente del Instituto Internacional de EstudiosEstratégicos (IISS) con sede en Londres.
El responsable de ese cambio geopolítico es en gran parteStephen Miller, consejero de Trump para Relaciones Internacionales,señalado como autor del discurso presidencial en Bruselas. Miller,al parecer, escribió ese texto clave basándose en la retórica dela campaña, cuando Trump definía la OTAN como “obsoleta”.Pero, desde entonces, cambió varias veces de posición. Su actituderrática alcanzó su punto culminante en Bruselas donde el mismodía del discurso comentaba con los otros líderes occidentales queestaba “a cien por ciento con la OTAN”, recuerda Steven Keil,del German Marshall Fund, organización norteamericana que promuevelas relaciones transatlánticas.
Idéntico desconcierto creó su actitud en la cumbre del G-7 deTaormina, donde se negó a modificar su posición hostil al Acuerdode París sobre cambio climático y prometió una respuesta para lasemana próxima.
El acuerdo alcanzado sobre temas internacionales cruciales comoCorea del Norte, Libia, Siria y la Lucha antiterrorista, no alcanzaa disimular la perplejidad que mostraron los otros seis miembrosdel G-7 ante la falta de posición concreta de Estados Unidos sobrealgunos asuntos de la agenda de Taormina o, peor aún, los cambiosde opinión sobre las sanciones a Rusia. A última hora Washingtondio marcha atrás sin dar explicaciones y el asesor económico,Gary Cohn, confirmó que “seguirían en la misma línea”.
Otro cambio de rumbo de 180 grados se produjo con respecto alcomercio internacional. Después de haberse negado a incluir todaalusión a la liberación del intercambio y la “dimensiónmultilateral del comercio mundial para favorecer la prosperidadgeneral” en la declaración de la reunión preparatoria del G-20de junio próximo en Alemania, ayer aceptó mencionar ese principio“antiproteccionista” en el documento final del G-7.
“¿Quién gana con las divisiones que genera la políticaerrática de Trump con Europa y con la OTAN?”, se preguntóinquieto el geopolitólogo francés Dominique Moisi, profesor en elKing’s College de Londres.
La ausencia de liderazgo norteamericano —incluso la actitudde abandonar a sus aliados— puede incitar a algunos miembros dela Unión Europea (UE) y de la OTAN a elevar el nivel de susrelaciones con la Rusia de Vladimir Putin, como es el caso delhúngaro Viktor Orban y del turco Recep Tayyip Erdogan. La preguntaque se impone es saber si Putin soñaba encontrarse un día conesos regalos.