/ miércoles 25 de enero de 2017

Theresa May, atrapada entre Donald Trump y el Brexit

PARÍS, Francia (OEM-Informex).- A fines de marzo, cuando viajea Bruselas a activar la cláusula 50 del Tratado de Lisboa paranegociar la salida británica de la Unión Europea (UE), la primeraministra Theresa May llegará extenuada, con las manos atadas,cuestionada por la opinión pública y por su propio partido, y sinideas ingeniosas sobre los sofisticados temas comerciales yjurídicos que plantea el divorcio entre el Reino Unido y elprincipal bloque económico del planeta.

May tuvo ayer un anticipo de esos sinsabores cuando la CorteSuprema del país dictaminó que la primera ministra debe obtenerla aprobación de ambas cámaras del Parlamento para poderemprender el procedimiento de abandono de la UE. La única buenanoticia, en apariencia, es que el Gobierno no necesita consultar alos parlamentos de Gales, Escocia e Irlanda del Norte porque esasasambleas “no tienen derecho a oponerse”. Esa “bofetada”,como la definió la escritora Carolina Flyn, podría decidir a laprimera ministra escocesa Nicola Sturgeon a reclamar un nuevoreferéndum sobre la independencia de la región.

May enfrentará la votación en Westminter fragilizada por elescándalo que estalló esta semana por el humillante fracaso deuna prueba con un misil nuclear Trident II D5 –sin cargaexplosiva– disparado en junio por el submarino HMS Vengeance, quesalió volando hacia las costas de Florida. El primer ministro enese momento era David Cameron, pero Theresa May fue cómplice dehaber engañado al Parlamento para no poner en peligro lacredibilidad del programa nuclear. Además, aunque conocía elepisodio, el 18 de julio –después de ser designada para sucedera Cameron– pidió a la Cámara de los Comunes que votara elpresupuesto de 49 millones de dólares para modernizar el arsenalnuclear.

En Gran Bretaña, mentir al Parlamento es una falta políticagrave. Ese error podría resurgir en el momento de la votaciónparlamentaria sobre el Brexit.

Por otro lado, recién ahora los británicos empiezan a tomarconsciencia del costo que tendrá divorciarse de Europa: de 50 mila 60 mil millones de euros, según la Comisión Europea, órganoejecutivo de la UE. Además, el precio que pagará el país alperder las ventajas aduaneras si abandona el mercado único y tieneque depender de las reglas de la Organización Mundial de Comercio(OMC) para comerciar, será de 82 mil millones de dólares anualesdurante por lo menos 15 años.

Por otra parte, la reciente renuncia del embajador británicoante la UE, Sir Ivan Rogers, puso en evidencia la improvisacióndel gobierno e incluso las divergencias que existen entre lospartidarios del Brexit.

Para May la situación es mucho más grave de lo que parece aprimera vista. A pesar del consenso que suscitó su discurso del 17de enero en Lancaster House —donde definió la posición quedefenderá Gran Bretaña en las negociaciones del Brexit—, suposición es extremadamente frágil.

En primer lugar, aún no terminó de consolidar su autoridadsobre un partido dividido entre extremistas partidarios del Brexity parlamentarios moderados que no se resignan a romperdefinitivamente con Europa. Esa perspectiva les parece másarriesgada que nunca después de la llegada de Donald Trump a laCasa Blanca.

Su verdadero calvario, en realidad, comenzará cuando se abra elproceso de discusiones. Para negociar el arsenal de medidascomerciales, jurídicas y técnicas que hay que destejer, Londrestuvo que apelar a un gabinete de reclutamiento que seleccionarálos expertos y juristas que necesita para defender sus intereses.Del otro lado de la mesa, esa delegación un tanto improvisadadeberá enfrentarse con un ejército de 500 verdaderosespecialistas –que se ocupan de esos temas en Bruselas desde haceaños–  dirigidos por el francés Michel Barnier. Cuando eraComisario Europeo de Servicios Financieros, ese diplomático—elegante, buen mozo y distinguido— fue bautizado por losbritánicos como “el terror de la City”.

May se entrevistará el viernes con el nuevo presidentenorteamericano con la esperanza de buscar el respaldo de EstadosUnidos para negociar en posición de fuerza frente a la UE. Pero noparece darse cuenta de la incoherencia que presenta el fervor quedeclamó en Davos en defensa del libre comercio y la doctrina ultraproteccionista –sintetizada por el slogan America First– quecomenzó a aplicar Trump apenas puso un pie en el salón oval de laCasa Blanca.

No es la única diferencia. Theresa May, como el resto de loseuropeos, no ve con excesivo entusiasmo las intenciones de Trump deacercarse a Rusia ni de considerar “obsoleta” a la OTAN(Organización del Tratado del Atlántico Norte). Queda por ver,por lo demás, cuál será el resultado del encuentro entre esasdos personalidades tan diferentes. Entre Margaret Thatcher y RonaldReagan existía una profunda empatía y una visión estratégicacomún. Es difícil, en cambio, imaginar que esa complicidad puedarepetirse entre un político sin experiencia —convencido de quese puede gobernar con ideas resumidas en 140 caracteres— y unamujer austera, sofisticada y de temperamento autoritario.

El privilegio de ser la primera dirigente extranjera recibidapor Trump le dará a esa entrevista un relieve inhabitual, queimplica un enorme riesgo: nunca es conveniente negociar bajo lascámaras de televisión, sobre todo cuando se trata de dar elprimer paso de un largo camino al borde del precipicio.

PARÍS, Francia (OEM-Informex).- A fines de marzo, cuando viajea Bruselas a activar la cláusula 50 del Tratado de Lisboa paranegociar la salida británica de la Unión Europea (UE), la primeraministra Theresa May llegará extenuada, con las manos atadas,cuestionada por la opinión pública y por su propio partido, y sinideas ingeniosas sobre los sofisticados temas comerciales yjurídicos que plantea el divorcio entre el Reino Unido y elprincipal bloque económico del planeta.

May tuvo ayer un anticipo de esos sinsabores cuando la CorteSuprema del país dictaminó que la primera ministra debe obtenerla aprobación de ambas cámaras del Parlamento para poderemprender el procedimiento de abandono de la UE. La única buenanoticia, en apariencia, es que el Gobierno no necesita consultar alos parlamentos de Gales, Escocia e Irlanda del Norte porque esasasambleas “no tienen derecho a oponerse”. Esa “bofetada”,como la definió la escritora Carolina Flyn, podría decidir a laprimera ministra escocesa Nicola Sturgeon a reclamar un nuevoreferéndum sobre la independencia de la región.

May enfrentará la votación en Westminter fragilizada por elescándalo que estalló esta semana por el humillante fracaso deuna prueba con un misil nuclear Trident II D5 –sin cargaexplosiva– disparado en junio por el submarino HMS Vengeance, quesalió volando hacia las costas de Florida. El primer ministro enese momento era David Cameron, pero Theresa May fue cómplice dehaber engañado al Parlamento para no poner en peligro lacredibilidad del programa nuclear. Además, aunque conocía elepisodio, el 18 de julio –después de ser designada para sucedera Cameron– pidió a la Cámara de los Comunes que votara elpresupuesto de 49 millones de dólares para modernizar el arsenalnuclear.

En Gran Bretaña, mentir al Parlamento es una falta políticagrave. Ese error podría resurgir en el momento de la votaciónparlamentaria sobre el Brexit.

Por otro lado, recién ahora los británicos empiezan a tomarconsciencia del costo que tendrá divorciarse de Europa: de 50 mila 60 mil millones de euros, según la Comisión Europea, órganoejecutivo de la UE. Además, el precio que pagará el país alperder las ventajas aduaneras si abandona el mercado único y tieneque depender de las reglas de la Organización Mundial de Comercio(OMC) para comerciar, será de 82 mil millones de dólares anualesdurante por lo menos 15 años.

Por otra parte, la reciente renuncia del embajador británicoante la UE, Sir Ivan Rogers, puso en evidencia la improvisacióndel gobierno e incluso las divergencias que existen entre lospartidarios del Brexit.

Para May la situación es mucho más grave de lo que parece aprimera vista. A pesar del consenso que suscitó su discurso del 17de enero en Lancaster House —donde definió la posición quedefenderá Gran Bretaña en las negociaciones del Brexit—, suposición es extremadamente frágil.

En primer lugar, aún no terminó de consolidar su autoridadsobre un partido dividido entre extremistas partidarios del Brexity parlamentarios moderados que no se resignan a romperdefinitivamente con Europa. Esa perspectiva les parece másarriesgada que nunca después de la llegada de Donald Trump a laCasa Blanca.

Su verdadero calvario, en realidad, comenzará cuando se abra elproceso de discusiones. Para negociar el arsenal de medidascomerciales, jurídicas y técnicas que hay que destejer, Londrestuvo que apelar a un gabinete de reclutamiento que seleccionarálos expertos y juristas que necesita para defender sus intereses.Del otro lado de la mesa, esa delegación un tanto improvisadadeberá enfrentarse con un ejército de 500 verdaderosespecialistas –que se ocupan de esos temas en Bruselas desde haceaños–  dirigidos por el francés Michel Barnier. Cuando eraComisario Europeo de Servicios Financieros, ese diplomático—elegante, buen mozo y distinguido— fue bautizado por losbritánicos como “el terror de la City”.

May se entrevistará el viernes con el nuevo presidentenorteamericano con la esperanza de buscar el respaldo de EstadosUnidos para negociar en posición de fuerza frente a la UE. Pero noparece darse cuenta de la incoherencia que presenta el fervor quedeclamó en Davos en defensa del libre comercio y la doctrina ultraproteccionista –sintetizada por el slogan America First– quecomenzó a aplicar Trump apenas puso un pie en el salón oval de laCasa Blanca.

No es la única diferencia. Theresa May, como el resto de loseuropeos, no ve con excesivo entusiasmo las intenciones de Trump deacercarse a Rusia ni de considerar “obsoleta” a la OTAN(Organización del Tratado del Atlántico Norte). Queda por ver,por lo demás, cuál será el resultado del encuentro entre esasdos personalidades tan diferentes. Entre Margaret Thatcher y RonaldReagan existía una profunda empatía y una visión estratégicacomún. Es difícil, en cambio, imaginar que esa complicidad puedarepetirse entre un político sin experiencia —convencido de quese puede gobernar con ideas resumidas en 140 caracteres— y unamujer austera, sofisticada y de temperamento autoritario.

El privilegio de ser la primera dirigente extranjera recibidapor Trump le dará a esa entrevista un relieve inhabitual, queimplica un enorme riesgo: nunca es conveniente negociar bajo lascámaras de televisión, sobre todo cuando se trata de dar elprimer paso de un largo camino al borde del precipicio.

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