/ sábado 7 de diciembre de 2019

Del glamour de la moda a las inundaciones en Venecia

Una reportera de la AFP cuenta en primera persona cómo se vivió en la ciudad italiana estar bajo el agua

Atravesar agua helada que te llega hasta los muslos y esquivar líquidos residuales en la oscuridad de la noche fue lo último en lo que pensaba al empacar en mi maleta un traje Prada prestado y un bolso rojo vintage.

Pero en el periodismo nunca se puede dar por sentado nada: había ido a Venecia para hacer un reportaje de moda y acabé cubriendo una de las mayores inundaciones de la historia de la ciudad.

Foto: AFP

Estábamos ahí un martes por la noche viendo la última colección del diseñador Stefano Ricci, en la espectacular Scuola Grande di San Rocco, que cuenta con una de las colecciones de pintura de Tintoretto más importantes del mundo.

Quizá el hecho de que estuviéramos rodeados de pinturas de Tintoretto debería haber servido de advertencia: el hombre era un genio y también una persona tenaz, que sobrevivió a la Venecia azotada por la peste mientras todos morían a su alrededor, y se negó a permitir que alguien se interpusiera en su camino, ganándose el envidiable apodo de"el terrible".

Foto: AFP

Había viajado desde Roma con la videoperiodista Sonia y el fotógrafo Marco para el espectáculo y la cena con otros 15 periodistas y diseñadores.

La noche se desarrolló de manera maravillosa. Sonia con un vestido nuevo que se había comprado especialmente para la ocasión, y yo con mis vaqueros favoritos, un jersey negro y botas de cuero negras (decidí que no había necesidad de Prada, el negro era lo suficientemente elegante).

Foto: AFP

Un coro cantó mientras nos saboreábamos un sabroso pastel de pescado y debatíamos animadamente los méritos de los esmóquines de terciopelo.Pero, mientras servían el budín de chocolate, Ricci padre anunció que la marea estaba aumentando de manera rápida y que tendríamos que abandonar el lugar debido a que el agua subía por las escalera de afuera.

Un dato geográfico: la mayoría de la gente sabe que Venecia es una serie de islas construidas sobre postes de madera en una laguna poco profunda, separadas por canales y conectadas por puentes. Lo que muchos no saben es que está conectada al Mar Adriático, que tiene mareas.

Foto: AFP

En invierno las mareas, impulsadas por el viento, pueden llegar a ser bastante grandes. Cuando esto sucede, el agua sube en la laguna e inunda la ciudad.

La subida da la marea es algo que sucede regularmente. Los venecianos tienen botas para la lluvia y los turistas compran cubiertas de plástico hasta la rodilla que pueden llevar sobre su calzado en esas ocasiones, así que no estábamos demasiado preocupados. Jalamos las fundas de neón que los Riccis repartieron riendo un poco delas reinas de la moda que trataban de ponerse las suyas sobre sus tacones sin pincharlas, y se dirigían a la oscuridad húmeda y turbia.

Nos reímos a carcajadas cuando salimos y nos encontramos chapoteando como niños en charcos gigantescos. ¡Pero, ahora a trabajar!

Foto: AFP

Sonia y Marco empezaron a grabar y a tomar fotos mientras yo sostenía la bolsa de la cámara y el trípode en alto y trataba de mantener la cámara de video seca con un paraguas que de inmediato se volteó del revés.

Seguimos adelante, pasamos junto a un hombre que intentaba en vano sacar agua de su tienda tan rápido como el líquido volvía a entrar. Una mujer vestida con sus mejores galas se derrumbó frente a nosotros, a pesar de los esfuerzos de sus amigos por sostenerla.

Entonces, de repente, nos dimos cuenta de que estábamos perdidos. Y ahí fue cuando la cosa se puso difícil. El viento chiflaba, el agua nos llegaba a los muslos, fría, salpicada de basura y con residuos de alcantarilla.

Foto: AFP

La electricidad se había cortado, estaba oscuro, nos hallábamos en un algún callejón y la marea subía rápidamente.

Sabíamos dos cosas: que teníamos que permanecer juntos y que para cubrir la historia había que llegar a la Plaza de San Marcos - al otro lado del Gran Canal- el punto más bajo de la ciudad y su palpitante corazón cultural, histórico y religioso.

Para ese momento, el agua nos llegaba a la altura de la cadera. Sonia bromeó diciendo que quería ir al baño y que era mejor que fuera allí, ya que nuestros pantalones estaban empapados y prácticamente nadábamos en las aguas residuales.

Foto: AFP

Hicimos una pausa en un pequeño puente sobre un canal para poder llamar a la oficina de Roma y decirles que la marea estaba aparentemente en su punto más alto.

Por supuesto que no había recepción móvil. 'mierda', pensé (de manera muy apropiada)¿Cómo demonios iba a mandar la noticia? Esa preocupación era una cosa menor, ya que nos habíamos separado del resto del grupo de prensa, lo que significaba que no podríamos volver en barco a nuestro hotel y a la Plaza de San Marcos. Pasamos por un parque, los árboles se azotaban por el vendaval.

Seguimos adelante, Sonia intentaba proteger la cámara bajo su abrigo, su nuevo vestido ahora flotaba alrededor de su cintura mientras esquivábamos trozos de escombros y la excremento bajo los pies.

Foto: AFP

Por un golpe de suerte, vimos al resto de nuestro grupo en una estación de taxis acuáticos río abajo, y corrimos, o mejor dicho, fuimos a dar una vuelta para unirnos a ellos. Me sentí aliviada al verlos, ya que no me gustaba la idea de intentar cruzar la ciudad a pie, en caso de que los callejones inundados en los que valientemente nos metimos se convirtieran en canales. En la oscuridad parecía imposible distinguir la diferencia.

No sé si era el hecho de haberme convertido en madre 18 meses antes, o era sólo la edad, pero parecía haber perdido el espíritu fanfarrón de esa joven que tenía hambre de ser enviada a cubrir disturbios y zonas de guerra. Si hubiera podido tomar un taxi acuático en lugar de hacer lo que básicamente equivalía a un paseo por las aguas apestosas, habría elegido esa opción.

Cuando finalmente llegamos a nuestro hotel, vimos que la terraza estaba sumergida y el agua corría hacia abajo a la recepción y el bar. Tendríamos que entrar por la ventana. No me sentía muy entusiasta. De repente, me vinieron a la mente imágenes del lujoso barco Concordia grabadas después de que se hundiera frente a las costas de Italia. Y las historias que escribí, de los que saltaron cuando el crucero se derrumbó y de los que quedaron atrapados y se ahogaron. El hombre que había vuelto por su violín. Dayana, de cinco años, y su padre, ninguno sobrevivió.

¡Contrólate! Me dije y agarré la mano de un buen empleado de hotel que me llevó a un lugar seguro.

Fui directamente hacia arriba a escribir la historia y después me di una ducha fría para quitarme el lodo.

A la mañana siguiente nos levantamos con las alondras para ver los daños y hablar con los lugareños. No era un espectáculo agradable. Escaparates rotos, máscaras venecianas pudriéndose en el suelo. Había turistas francamente locos deambulando descalzos entre los escombros.

Sonia y yo nos zambullimos en la Plaza de San Marcos y cruzamos frente del mar.

Habíamos estado allí docenas de veces, pero esa mañana parecía extrañamente fuera de lugar. Un gran ferry acuático se hundió. Las góndolas estaban dispersas a la espera de que la marea subiera para devolverlas y luego lanzarlas de nuevo al mar.

Al principio nadie quería hablar con nosotros, luego por lo que sea todos lo hicieron al mismo tiempo. Dijeron que la ciudad siempre ha sido así y es triste pensar que tal vez tenían razón.

Mientras los escuchaba me preguntaba si la maravillosa Serenissima, como a veces se llama a Venecia, con su carnaval, su festival de cine, sus iglesias, arte y cocteles - después de todo, es tierra de Bellini y Spritz - podía sucumbir a las olas en el tiempo en que mi hija crece.

Llegamos a una rara isla de tierra firme y por un momento pensamos en sentarnos en un banco bajo la lluvia para escribir y editar las imágenes, pero estábamos empapados y los dientes me castañeaban de frío.

Sonia y yo movimos nuestras largas pestañas para que el dueño de un restaurante nos dejara estar en una de sus mesas mientras él sacaba el agua.

Enviamos nuestra copia y luego llamamos a Marco, que había llegado a la cima de la Basílica de San Marcos para obtener algunas imágenes de la devastación.

La famosa iglesia fue particularmente afectada, y teníamos que obtener imágenes por dentro. Por enésima vez en este viaje, la suerte estaba de nuestro lado, días antes habíamos concertado una entrevista con el encargado de cuidar la Basílica.

Foto: AFP

La policía primero trató de impedirnos que cruzáramos la plaza, diciendo que era muy peligroso. Pero somos italianos, así que un guiño y una súplica los convencieron y una agente terminó ofreciéndose a acompañarnos.

De su radio salió una llamada de la sala de control para buscar a un hombre de 87 años desaparecido. Hice una oración en silencio por esa pobre alma pidiendo que se encontrara bien.

Entramos en la cripta y entrevistamos al encargado. El anciano se paró alegremente en el agua que seguía moviéndose alrededor de las tumbas de mármol. Dijo que no había visto nada parecido, que la inundación se precipitó con una fuerza sin precedentes, causando daños por millones de euros a los preciosos mosaicos y había filtrado los muros del siglo XII.

Puedo creerlo, y es muy deprimente, pero tenía demasiado frío para escribir la historia, así que aceptamos con agradecimiento la oferta de un café instantáneo de un dispensador en el piso superior del museo, el único lugar del edificio que tenía electricidad. Pero no había comida, y no habíamos comido desde aquel pudín de chocolate.

Puede que no fuera el momento de pensar en nuestros estómagos, pero tener hambre me pone de mal humor y no mejora mi copia.

Una vez que al menos pude sentir mis manos de nuevo, nos posamos en la entrada de la Basílica para trabajar, pero sin wifi nos dimos cuenta de que teníamos que volver al hotel y mandar desde allí.

Las gaviotas estaban divertidas mientras pisábamos excremento, y confieso que me animó un poco que se robaran un pedazo de pizza de la mano de un turista que posaba para la clásica "selfie en zona de desastre".

La inundación fue la peor que Venecia había visto desde 1966, pero me temo que no tendremos que esperar tanto para otra.

Los planes para construir nuevas barreras contra las inundaciones en la ciudad están estancados en medio de la burocracia y la corrupción.

El cambio climático parece estar causando estragos en todo el mundo, por lo que es probable que cubrir las mareas altas en Venecia se convierta en algo habitual. Es hora de invertir en algunas botas de pesca.

Atravesar agua helada que te llega hasta los muslos y esquivar líquidos residuales en la oscuridad de la noche fue lo último en lo que pensaba al empacar en mi maleta un traje Prada prestado y un bolso rojo vintage.

Pero en el periodismo nunca se puede dar por sentado nada: había ido a Venecia para hacer un reportaje de moda y acabé cubriendo una de las mayores inundaciones de la historia de la ciudad.

Foto: AFP

Estábamos ahí un martes por la noche viendo la última colección del diseñador Stefano Ricci, en la espectacular Scuola Grande di San Rocco, que cuenta con una de las colecciones de pintura de Tintoretto más importantes del mundo.

Quizá el hecho de que estuviéramos rodeados de pinturas de Tintoretto debería haber servido de advertencia: el hombre era un genio y también una persona tenaz, que sobrevivió a la Venecia azotada por la peste mientras todos morían a su alrededor, y se negó a permitir que alguien se interpusiera en su camino, ganándose el envidiable apodo de"el terrible".

Foto: AFP

Había viajado desde Roma con la videoperiodista Sonia y el fotógrafo Marco para el espectáculo y la cena con otros 15 periodistas y diseñadores.

La noche se desarrolló de manera maravillosa. Sonia con un vestido nuevo que se había comprado especialmente para la ocasión, y yo con mis vaqueros favoritos, un jersey negro y botas de cuero negras (decidí que no había necesidad de Prada, el negro era lo suficientemente elegante).

Foto: AFP

Un coro cantó mientras nos saboreábamos un sabroso pastel de pescado y debatíamos animadamente los méritos de los esmóquines de terciopelo.Pero, mientras servían el budín de chocolate, Ricci padre anunció que la marea estaba aumentando de manera rápida y que tendríamos que abandonar el lugar debido a que el agua subía por las escalera de afuera.

Un dato geográfico: la mayoría de la gente sabe que Venecia es una serie de islas construidas sobre postes de madera en una laguna poco profunda, separadas por canales y conectadas por puentes. Lo que muchos no saben es que está conectada al Mar Adriático, que tiene mareas.

Foto: AFP

En invierno las mareas, impulsadas por el viento, pueden llegar a ser bastante grandes. Cuando esto sucede, el agua sube en la laguna e inunda la ciudad.

La subida da la marea es algo que sucede regularmente. Los venecianos tienen botas para la lluvia y los turistas compran cubiertas de plástico hasta la rodilla que pueden llevar sobre su calzado en esas ocasiones, así que no estábamos demasiado preocupados. Jalamos las fundas de neón que los Riccis repartieron riendo un poco delas reinas de la moda que trataban de ponerse las suyas sobre sus tacones sin pincharlas, y se dirigían a la oscuridad húmeda y turbia.

Nos reímos a carcajadas cuando salimos y nos encontramos chapoteando como niños en charcos gigantescos. ¡Pero, ahora a trabajar!

Foto: AFP

Sonia y Marco empezaron a grabar y a tomar fotos mientras yo sostenía la bolsa de la cámara y el trípode en alto y trataba de mantener la cámara de video seca con un paraguas que de inmediato se volteó del revés.

Seguimos adelante, pasamos junto a un hombre que intentaba en vano sacar agua de su tienda tan rápido como el líquido volvía a entrar. Una mujer vestida con sus mejores galas se derrumbó frente a nosotros, a pesar de los esfuerzos de sus amigos por sostenerla.

Entonces, de repente, nos dimos cuenta de que estábamos perdidos. Y ahí fue cuando la cosa se puso difícil. El viento chiflaba, el agua nos llegaba a los muslos, fría, salpicada de basura y con residuos de alcantarilla.

Foto: AFP

La electricidad se había cortado, estaba oscuro, nos hallábamos en un algún callejón y la marea subía rápidamente.

Sabíamos dos cosas: que teníamos que permanecer juntos y que para cubrir la historia había que llegar a la Plaza de San Marcos - al otro lado del Gran Canal- el punto más bajo de la ciudad y su palpitante corazón cultural, histórico y religioso.

Para ese momento, el agua nos llegaba a la altura de la cadera. Sonia bromeó diciendo que quería ir al baño y que era mejor que fuera allí, ya que nuestros pantalones estaban empapados y prácticamente nadábamos en las aguas residuales.

Foto: AFP

Hicimos una pausa en un pequeño puente sobre un canal para poder llamar a la oficina de Roma y decirles que la marea estaba aparentemente en su punto más alto.

Por supuesto que no había recepción móvil. 'mierda', pensé (de manera muy apropiada)¿Cómo demonios iba a mandar la noticia? Esa preocupación era una cosa menor, ya que nos habíamos separado del resto del grupo de prensa, lo que significaba que no podríamos volver en barco a nuestro hotel y a la Plaza de San Marcos. Pasamos por un parque, los árboles se azotaban por el vendaval.

Seguimos adelante, Sonia intentaba proteger la cámara bajo su abrigo, su nuevo vestido ahora flotaba alrededor de su cintura mientras esquivábamos trozos de escombros y la excremento bajo los pies.

Foto: AFP

Por un golpe de suerte, vimos al resto de nuestro grupo en una estación de taxis acuáticos río abajo, y corrimos, o mejor dicho, fuimos a dar una vuelta para unirnos a ellos. Me sentí aliviada al verlos, ya que no me gustaba la idea de intentar cruzar la ciudad a pie, en caso de que los callejones inundados en los que valientemente nos metimos se convirtieran en canales. En la oscuridad parecía imposible distinguir la diferencia.

No sé si era el hecho de haberme convertido en madre 18 meses antes, o era sólo la edad, pero parecía haber perdido el espíritu fanfarrón de esa joven que tenía hambre de ser enviada a cubrir disturbios y zonas de guerra. Si hubiera podido tomar un taxi acuático en lugar de hacer lo que básicamente equivalía a un paseo por las aguas apestosas, habría elegido esa opción.

Cuando finalmente llegamos a nuestro hotel, vimos que la terraza estaba sumergida y el agua corría hacia abajo a la recepción y el bar. Tendríamos que entrar por la ventana. No me sentía muy entusiasta. De repente, me vinieron a la mente imágenes del lujoso barco Concordia grabadas después de que se hundiera frente a las costas de Italia. Y las historias que escribí, de los que saltaron cuando el crucero se derrumbó y de los que quedaron atrapados y se ahogaron. El hombre que había vuelto por su violín. Dayana, de cinco años, y su padre, ninguno sobrevivió.

¡Contrólate! Me dije y agarré la mano de un buen empleado de hotel que me llevó a un lugar seguro.

Fui directamente hacia arriba a escribir la historia y después me di una ducha fría para quitarme el lodo.

A la mañana siguiente nos levantamos con las alondras para ver los daños y hablar con los lugareños. No era un espectáculo agradable. Escaparates rotos, máscaras venecianas pudriéndose en el suelo. Había turistas francamente locos deambulando descalzos entre los escombros.

Sonia y yo nos zambullimos en la Plaza de San Marcos y cruzamos frente del mar.

Habíamos estado allí docenas de veces, pero esa mañana parecía extrañamente fuera de lugar. Un gran ferry acuático se hundió. Las góndolas estaban dispersas a la espera de que la marea subiera para devolverlas y luego lanzarlas de nuevo al mar.

Al principio nadie quería hablar con nosotros, luego por lo que sea todos lo hicieron al mismo tiempo. Dijeron que la ciudad siempre ha sido así y es triste pensar que tal vez tenían razón.

Mientras los escuchaba me preguntaba si la maravillosa Serenissima, como a veces se llama a Venecia, con su carnaval, su festival de cine, sus iglesias, arte y cocteles - después de todo, es tierra de Bellini y Spritz - podía sucumbir a las olas en el tiempo en que mi hija crece.

Llegamos a una rara isla de tierra firme y por un momento pensamos en sentarnos en un banco bajo la lluvia para escribir y editar las imágenes, pero estábamos empapados y los dientes me castañeaban de frío.

Sonia y yo movimos nuestras largas pestañas para que el dueño de un restaurante nos dejara estar en una de sus mesas mientras él sacaba el agua.

Enviamos nuestra copia y luego llamamos a Marco, que había llegado a la cima de la Basílica de San Marcos para obtener algunas imágenes de la devastación.

La famosa iglesia fue particularmente afectada, y teníamos que obtener imágenes por dentro. Por enésima vez en este viaje, la suerte estaba de nuestro lado, días antes habíamos concertado una entrevista con el encargado de cuidar la Basílica.

Foto: AFP

La policía primero trató de impedirnos que cruzáramos la plaza, diciendo que era muy peligroso. Pero somos italianos, así que un guiño y una súplica los convencieron y una agente terminó ofreciéndose a acompañarnos.

De su radio salió una llamada de la sala de control para buscar a un hombre de 87 años desaparecido. Hice una oración en silencio por esa pobre alma pidiendo que se encontrara bien.

Entramos en la cripta y entrevistamos al encargado. El anciano se paró alegremente en el agua que seguía moviéndose alrededor de las tumbas de mármol. Dijo que no había visto nada parecido, que la inundación se precipitó con una fuerza sin precedentes, causando daños por millones de euros a los preciosos mosaicos y había filtrado los muros del siglo XII.

Puedo creerlo, y es muy deprimente, pero tenía demasiado frío para escribir la historia, así que aceptamos con agradecimiento la oferta de un café instantáneo de un dispensador en el piso superior del museo, el único lugar del edificio que tenía electricidad. Pero no había comida, y no habíamos comido desde aquel pudín de chocolate.

Puede que no fuera el momento de pensar en nuestros estómagos, pero tener hambre me pone de mal humor y no mejora mi copia.

Una vez que al menos pude sentir mis manos de nuevo, nos posamos en la entrada de la Basílica para trabajar, pero sin wifi nos dimos cuenta de que teníamos que volver al hotel y mandar desde allí.

Las gaviotas estaban divertidas mientras pisábamos excremento, y confieso que me animó un poco que se robaran un pedazo de pizza de la mano de un turista que posaba para la clásica "selfie en zona de desastre".

La inundación fue la peor que Venecia había visto desde 1966, pero me temo que no tendremos que esperar tanto para otra.

Los planes para construir nuevas barreras contra las inundaciones en la ciudad están estancados en medio de la burocracia y la corrupción.

El cambio climático parece estar causando estragos en todo el mundo, por lo que es probable que cubrir las mareas altas en Venecia se convierta en algo habitual. Es hora de invertir en algunas botas de pesca.

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