por María Antonieta Collins
Desde la frontera...
La historia del periodista Pedro Ultreras en el NoticieroUnivisión era impactante. Ultreras entrevistó en cámara –porsupuesto que el personaje cubierto y con la voz deformada- a un“pollero” que se dedicaba hasta hace unas semanas al lucrativoempleo de pasar gente indocumentada a Estados Unidos por lafrontera de Tamaulipas.
El “pollero” que ganaba por lo menos dos mil dólares porpersona cruzada, se quejaba amargamente de que ahora “se lasestá viendo negras” porque prácticamente nadie, quierecruzar.
¿Cómo arriesgarse si no solo es muy difícil encontrartrabajo, sino algo peor aún, cruzar y que lo vayan a arrestar encualquier esquina? ¿Tirar a la basura un dinero que pagaban casicon sangre a un “pollero”?
El negocio se le estaba acabando a ese hombre entrevistado porel reportero Ultreras a quien le dijo:
“Antes de cruzar ilegales trabajaba en una maquiladora dondeganaba cuarenta dólares el día. Después, con el negocio quesiempre requería de mis servicios las cosas se pusieron bien, muybien, pero lo que ahora vivimos es una realidad: no hay quienquiera cruzar”.
Alguien más me dijo: “Hay que ver a los agentes de la“migra” esperando horas y horas por alguien a quien arrestar.No tienen mucho trabajo y ellos también, a causa de eso, puedentener problemas graves”
Mi fuente tiene toda la razón.
Corría el año dos mil cuando un importante jefe de la PatrullaFronteriza en California me hacía ahí en plena frontera, duranteun recorrido, un comentario que provoco la reflexión que no hepodido olvidar diecisiete años después.
Era una visita por la conflictiva línea divisoria deTijuana-San Ysidro, siempre tan fuera de control por los crucesilegales, que aquel hombre, y –fuera de récord- pronunció unafrase que me sonó entonces a profecía difícil de realizarse.
“¿Ve usted todo esto lleno de agentes de nuestrascorporaciones? Los afortunados somos nosotros, no losindocumentados”.
Cuál sería la cara de sorpresa que puse, que de inmediato diola explicación.
“Todos los números de aprehensiones y los promedios de losque entran y los que se nos escapan han hecho que Washington decidaaumentar el número de agentes porque la frontera para ellos estáfuera de control, y por tanto, nosotros tenemos trabajo. Pero,¿qué sucedería si esos números bajaran? ¿Qué pasaría si enlugar de que hubiera decenas de aprehensiones de pronto la gente noviene y nosotros no tenemos a quien detener? La respuesta essencilla: los primeros desempleados seriamos nosotros, los agentesde inmigración”.
Y eso es lo que ahora podría estar a punto de suceder. Porprincipio los cientos de nuevos agentes que el presidente Trumpprometió contratar de inmediato, han quedado en “veremos”.¿Para qué hacen falta si no hay suficiente gente pasando y conlos que tienen basta y sobra para ese trabajo ahí mismo?
Un oficial que pidió anonimato me comentaba que con el tiempoextra que hacía por las larguísimas jornadas de trabajo, élhabía comprado su auto y estaba a punto de comprar casa, pero quela incertidumbre de las redadas y deportaciones y con todosaquellos que están decidiendo autodeportarse para evitar lapesadilla de que a la fuerza los saquen.