/ lunes 10 de abril de 2017

Retrato de familia; el anhelo de unidad

  • La primera deportada a México y su vida en Guanajuato

María Antonieta Collins

Desde Phoenix, Arizona

La casa de Guadalupe García no es ni la sombra desde que ellafuera la primera deportada por la administración Trump. Aquí suesposo y sus dos hijos sienten su ausencia en forma terrible.

“Esto es sufrimiento extremo -me dice el esposo-. Para mishijos es aún más difícil, porque yo puedo hacer las veces depadre, pero la madre es insustituible. Es imposible. Ella era laalegría de esta casa, cuando ellos llegaban ella estaba pendientede todo, la comida, las tareas, lo que a ellos les hacía falta. Yyo, con una gran soledad cada vez que abro la puerta y no estáella para esperarme. Es duro, nadie fuera de nosotros puedeentender por lo que estamos viviendo.”

Las lágrimas corren por el rostro del esposo que hacediecisiete años, más dos de noviazgo conoció a una LupitaGarcía que había llegado de Acámbaro, Guanajuato, con sus padrespara hacer la mejor vida en Estados Unidos.

Su hijo Ángel, que siendo un niño de tan solo ocho añospresenció el primer arresto de su madre sin entender quesignificaba que fuera una indocumentada. Hoy tiene dieciséisaños.

“Eso me marcó de por vida. Desde aquel día cuando losagentes de ICE entraron en la casa yo siempre tuve terror de que mesepararan de mi mamá como finalmente sucedió nueve añosdespués, hace un mes. Lo más terrible para mi hermana y para mífue el momento en que nuestro padre nos informó de que ya lahabían mandado a México y que estaba en Nogales a tres horas deaquí y que podríamos ir a verla… pero llevándole su equipajecon cosas y ropa que tuvimos nosotros que preparar. Creo queningún hijo debiera prepararle a su madre una maleta porque fuedeportada y separada de su familia en otro país.”

Hablo con los de la organización Puente que ayuda a hispanos ensimilares circunstancias a las de Lupita García.

“Lupita es una madre valiente que quiso hacer las cosas bien.Sopesó perfectamente las circunstancias que tenía enfrente: oignorar la cita de inmigración, o mudarse de casa y trabajo,quizá de ciudad y perderse, o entrar en una iglesia comosantuario, tomó la más difícil sabiendo que todo lo tenía encontra: ir a Inmigración a su cita para la renovación del mismopermiso que le habían dado durante nueve años consecutivos con laamenaza de que ahí podía haber terminado todo… comoefectivamente sucedió. Parte el alma la soledad de esta familiadividida. Hasta “Daisy” la perrita que era su fiel compañerabrinca de alegría cada día cuando por medio de unavideoconferencia telefónica los dos hijos y el esposo hablan conella para saber cómo le ha ido allá en Acámbaro.

“Tengo algo que tengo presente y que es lo que dijo unreportero aquí: “Esta familia, que esperó, que rezó y pidió aDios, hoy saben que sus oraciones no fueron escuchadas”. Yoespero algún día, el día en que mi esposa pueda estar connosotros aquí, espero poder decirle a ese reportero que Dios esmás grande que cualquier cosa y que él finalmente nos concedióestar todos juntos”.

En tanto Lupita en Acámbaro, mientras ayuda a su madre en unpuesto de fruta fresca picada que ésta tiene en el centro de laciudad, está a la espera de poder tener la tortillería que elGobierno de Guanajuato le ofreció como apoyo y a la que llamaría“Lupita” y que ocuparía su tiempo. Mientras eso pasa, adiferencia de cuando en Phoenix le faltaban horas a su día paraatender a los suyos, ella hoy todavía no sabe qué hacer con eltiempo que pasa lento y que dolorosamente le sobra, hasta que puedavolver a ver a sus hijos y esposo a los que tanto ama yextraña.

  • La primera deportada a México y su vida en Guanajuato

María Antonieta Collins

Desde Phoenix, Arizona

La casa de Guadalupe García no es ni la sombra desde que ellafuera la primera deportada por la administración Trump. Aquí suesposo y sus dos hijos sienten su ausencia en forma terrible.

“Esto es sufrimiento extremo -me dice el esposo-. Para mishijos es aún más difícil, porque yo puedo hacer las veces depadre, pero la madre es insustituible. Es imposible. Ella era laalegría de esta casa, cuando ellos llegaban ella estaba pendientede todo, la comida, las tareas, lo que a ellos les hacía falta. Yyo, con una gran soledad cada vez que abro la puerta y no estáella para esperarme. Es duro, nadie fuera de nosotros puedeentender por lo que estamos viviendo.”

Las lágrimas corren por el rostro del esposo que hacediecisiete años, más dos de noviazgo conoció a una LupitaGarcía que había llegado de Acámbaro, Guanajuato, con sus padrespara hacer la mejor vida en Estados Unidos.

Su hijo Ángel, que siendo un niño de tan solo ocho añospresenció el primer arresto de su madre sin entender quesignificaba que fuera una indocumentada. Hoy tiene dieciséisaños.

“Eso me marcó de por vida. Desde aquel día cuando losagentes de ICE entraron en la casa yo siempre tuve terror de que mesepararan de mi mamá como finalmente sucedió nueve añosdespués, hace un mes. Lo más terrible para mi hermana y para mífue el momento en que nuestro padre nos informó de que ya lahabían mandado a México y que estaba en Nogales a tres horas deaquí y que podríamos ir a verla… pero llevándole su equipajecon cosas y ropa que tuvimos nosotros que preparar. Creo queningún hijo debiera prepararle a su madre una maleta porque fuedeportada y separada de su familia en otro país.”

Hablo con los de la organización Puente que ayuda a hispanos ensimilares circunstancias a las de Lupita García.

“Lupita es una madre valiente que quiso hacer las cosas bien.Sopesó perfectamente las circunstancias que tenía enfrente: oignorar la cita de inmigración, o mudarse de casa y trabajo,quizá de ciudad y perderse, o entrar en una iglesia comosantuario, tomó la más difícil sabiendo que todo lo tenía encontra: ir a Inmigración a su cita para la renovación del mismopermiso que le habían dado durante nueve años consecutivos con laamenaza de que ahí podía haber terminado todo… comoefectivamente sucedió. Parte el alma la soledad de esta familiadividida. Hasta “Daisy” la perrita que era su fiel compañerabrinca de alegría cada día cuando por medio de unavideoconferencia telefónica los dos hijos y el esposo hablan conella para saber cómo le ha ido allá en Acámbaro.

“Tengo algo que tengo presente y que es lo que dijo unreportero aquí: “Esta familia, que esperó, que rezó y pidió aDios, hoy saben que sus oraciones no fueron escuchadas”. Yoespero algún día, el día en que mi esposa pueda estar connosotros aquí, espero poder decirle a ese reportero que Dios esmás grande que cualquier cosa y que él finalmente nos concedióestar todos juntos”.

En tanto Lupita en Acámbaro, mientras ayuda a su madre en unpuesto de fruta fresca picada que ésta tiene en el centro de laciudad, está a la espera de poder tener la tortillería que elGobierno de Guanajuato le ofreció como apoyo y a la que llamaría“Lupita” y que ocuparía su tiempo. Mientras eso pasa, adiferencia de cuando en Phoenix le faltaban horas a su día paraatender a los suyos, ella hoy todavía no sabe qué hacer con eltiempo que pasa lento y que dolorosamente le sobra, hasta que puedavolver a ver a sus hijos y esposo a los que tanto ama yextraña.

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