TULANCINGO, Hgo.- El ferrocarril era manejado por un maquinista, quien se distinguía por su overol de mezclilla, un paliacate amarrado al cuello, y la clásica cachucha y su reloj, el cual pendía de una leontina.
Hidalgo tuvo sus tendidos de hierro el 28 de enero de 1878, el 5 de febrero de ese mismo año, el gobernador Rafael Cravioto inauguró la red Pachuca y Tulancingo con la Ciudad de México.
Y justamente en este Valle de Tulancingo, en este 2017, se cumplen ya 124 años de que inició operaciones.
En 1893 se vio pasar por primera vez un ferrocarril y llegar al edificio que Gabriel Mancera había construido hoy, museo.
Sin embargo, llegó a su término, situación que fue lamentable para gran parte del país, derivado de su privatización.
La última vez que pasó fue en 1997 en Santiago Tulantepec, parte se descarriló a la altura del llamado “Puente de la Gallina”.
Hoy es Día del Ferrocarrilero, y se les recuerda a esos hombres que llevaron el desarrollo del país, manejando las enormes máquinas.
La responsabilidad de quienes trabajaban en el tren era tan grande que, segundos de diferencia podían causar alguna tragedia.
Tulancingo, Hidalgo, fue, sin duda, fuente de crecimiento y testigo fiel de cómo pasaban los trenes cargados de insumos, pero también de esperanza por el florecimiento de la región.
Si bien, del tranvía quedan solamente recuerdos, son tan importantes para los que aún platican sus historias.
El tren fue, por décadas, icono distintivo de México hacia el exterior, derivado de que sus extensos y sólidos tendidos de hierro hacían que las distancias fueran cortas para quienes querían llegar a destinos, disfrutando de bellos paisajes.
La hora en que debía salir y llegar tenía que coincidir con la Jefatura de Estación, ni una hora más ni una menos, como se dijo: tiempo era igual a puntualidad y a no correr riesgos.
Algo que hacía que el tren tuviera gran demanda era el precio muy accesible para los bolsillos.
Los tendidos de acero fueron testigos fieles durante la Revolución Mexicana, pero además representó el cimiento de comunidades que vivieron de este medio de transporte.
En este Valle de Tulancingo, por ejemplo, Ventoquipa, en Santiago Tulantepec, donde llegaba el llamado “tren pulquero”.
Para jubilados ferrocarrileros y viudas seguirán existiendo las vías, los olores de la comida en viandas y recordarán el imponente ruido que hacía el silbato de bronce que anunciaba la partida de los vagones.
Al partir, eran dos silbidos muy largos, lo que indicaba que la gente tenía que despedirse de los suyos, y dejar de comer los antojitos que ofrecían comerciantes e para partir.