/ viernes 16 de julio de 2021

Sólo fantasmas habitan El Aguaje

Esta comunidad de Michoacán es un ejemplo de como la ruta que lleva de Apatzingán a Aguililla se va despoblando poco a poco, sólo quedan unos cuantos habitantes que sobreviven a la violencia

Según consta en las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) la localidad de El Aguaje, municipio de Aguililla en Michoacán, no rebasa los 2 mil 300 habitantes. Sin embargo, basta con pararse en ese territorio ardiente para constatar que por sus calles solo hay viento, aves, uno que otro viejo y algunos jóvenes a bordo de cuatrimotos. Dicen que son halcones, que son la generación más nueva del cártel ídem, que no le temen a nada. Que no le temen ni a la muerte.

Sin que ninguna autoridad se atreva a confirmarlo, se asegura que en esta tenencia no quedan más de 300 personas. Los demás terminaron por huir, incluso por solicitar asilo en Estados Unidos, de acuerdo con testimonios de sacerdotes de la región de Apatzingán.

El nombre de este pueblo ha cambiado a lo largo de los años. Hacia finales de la década de los 50 lo rebautizaron como General Rafael Sánchez Tapia, pero como nadie lo nombraba así, en 1970 volvió al origen y en 1980 a alguien se le ocurrió agregarle Bonifacio Moreno, lo cual tampoco goza del reconocimiento popular.

Como sucede en muchas partes de México, El Aguaje es una muestra de las desigualdades sociales. La mayoría de su gente siempre ha sido pobre, pero hubo un tiempo en que dos factores incidieron para que el dinero fluyera entre unos cuantos: la migración hacia Estados Unidos y el tráfico de drogas, principalmente la mariguana. Aquellos tiempos de bonanza, sobre todo en la década de los 90, han quedado sepultados entre casas de dos o tres plantas que ahora lucen perforadas por las cruentas batallas entre el Cartel Jalisco Nueva Generación y los Cárteles Unidos, una guerra desatada desde 2019 que parece no tener fin.

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“En estos últimos años hemos vivido entre la crueldad y la incertidumbre, en un pueblo donde hay personas desparecidas, jóvenes asesinados, casas destruidas, con alimento escaso, un lugar donde debes de pagar para seguir existiendo”. El testimonio es de un joven cuya identidad debe reservarse, palabras dichas en el mismo Aguaje mientras se celebraba una misa en abril pasado.

Caminar por las calles de este pueblo es de por sí una sensación tétrica a la luz del día. No hay tiendas abiertas, la plaza en el centro se ha llenado de balas e iniciales de los cárteles y ahí nadie saldrá a echar novio ni a comprar algún antojo. De noche, la penumbra se apodera de la zona. Y no es una metáfora, pues durante los últimos dos meses los cortes de luz son la constante en todo Aguililla, por lo que sus escasos moradores quedan incomunicados en todos los sentidos: sin energía eléctrica, sin señal en sus celulares y con la carretera trozada, por si alguien se atreviera a escaparse.

Hacia finales de abril de este año, desesperados por la ola de enfrentamientos, más de 150 familias de Aguililla y sus rancherías escribieron cartas de auxilio. Foto Francisco Valenzuela | El Sol de Morelia

Dice el padre Gilberto Vergara que este pueblo fantasmal ya tiene dueños. “Los malos se apoderaron de todo el estado, pero de política no hablemos. El Terrero (otra tenencia cercana) ahora es territorio del CJNG; hubo avance en su conquista de territorio, El Aguaje ya era de ellos, avanzan sobre territorio de los Cárteles Unidos, específicamente sobre los Viagras, en esa zona en específico”.

Hacia finales de abril de este año, desesperados por la ola de enfrentamientos, más de 150 familias de Aguililla y sus rancherías escribieron cartas de auxilio para que se les reciba como refugiados en el vecino país del norte. “Es alarmante, es el saldo de lo que estamos viviendo”, reconoció el padre Vergara, quien se coordina con asociaciones civiles para intentar que estas peticiones lleguen a la aduana y encuentren eco.

La situación de El Aguaje, El Limón, Terreros, Potrerillos y Naranjo de Chila (lugar de nacimiento de El Mencho, líder del CJNG) es muy parecida, pues conforman el camino para desplazarse de Apatzingán a Aguililla. Son quienes quedan en medio de las balaceras, quienes ahora incluso sufren de hambre, por lo que sus antiguos vecinos que hoy viven en Morelia se organizaron para hacer una colecta de víveres entre el 9 y el 11 de julio.

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Como sucede en muchas partes de México, El Aguaje es una muestra de las desigualdades sociales. Foto Francisco Valenzuela | El Sol de Morelia

La Comisión de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) describe al desplazamiento interno forzado como una violación social que se presenta “cuando personas o grupos de personas se ven obligadas a huir de su hogar o lugar de residencia habitual como consecuencia o para evitar los efectos de una situación de violencia generalizada, de un conflicto armado, de violaciones a los derechos humanos, de desastres naturales o de catástrofes provocadas por el ser humano, sin cruzar una frontera internacional”.

Por ahora, El Aguaje permanece como una escenografía del México abatido por los cárteles. Casas saqueadas, miles de perforaciones, puertas destrozadas y calles largas sin gente, tan sólo con uno que otro adulto mayor que ya se ha resignado a recibir lo que la vida le tenga como destino.

Según consta en las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) la localidad de El Aguaje, municipio de Aguililla en Michoacán, no rebasa los 2 mil 300 habitantes. Sin embargo, basta con pararse en ese territorio ardiente para constatar que por sus calles solo hay viento, aves, uno que otro viejo y algunos jóvenes a bordo de cuatrimotos. Dicen que son halcones, que son la generación más nueva del cártel ídem, que no le temen a nada. Que no le temen ni a la muerte.

Sin que ninguna autoridad se atreva a confirmarlo, se asegura que en esta tenencia no quedan más de 300 personas. Los demás terminaron por huir, incluso por solicitar asilo en Estados Unidos, de acuerdo con testimonios de sacerdotes de la región de Apatzingán.

El nombre de este pueblo ha cambiado a lo largo de los años. Hacia finales de la década de los 50 lo rebautizaron como General Rafael Sánchez Tapia, pero como nadie lo nombraba así, en 1970 volvió al origen y en 1980 a alguien se le ocurrió agregarle Bonifacio Moreno, lo cual tampoco goza del reconocimiento popular.

Como sucede en muchas partes de México, El Aguaje es una muestra de las desigualdades sociales. La mayoría de su gente siempre ha sido pobre, pero hubo un tiempo en que dos factores incidieron para que el dinero fluyera entre unos cuantos: la migración hacia Estados Unidos y el tráfico de drogas, principalmente la mariguana. Aquellos tiempos de bonanza, sobre todo en la década de los 90, han quedado sepultados entre casas de dos o tres plantas que ahora lucen perforadas por las cruentas batallas entre el Cartel Jalisco Nueva Generación y los Cárteles Unidos, una guerra desatada desde 2019 que parece no tener fin.

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“En estos últimos años hemos vivido entre la crueldad y la incertidumbre, en un pueblo donde hay personas desparecidas, jóvenes asesinados, casas destruidas, con alimento escaso, un lugar donde debes de pagar para seguir existiendo”. El testimonio es de un joven cuya identidad debe reservarse, palabras dichas en el mismo Aguaje mientras se celebraba una misa en abril pasado.

Caminar por las calles de este pueblo es de por sí una sensación tétrica a la luz del día. No hay tiendas abiertas, la plaza en el centro se ha llenado de balas e iniciales de los cárteles y ahí nadie saldrá a echar novio ni a comprar algún antojo. De noche, la penumbra se apodera de la zona. Y no es una metáfora, pues durante los últimos dos meses los cortes de luz son la constante en todo Aguililla, por lo que sus escasos moradores quedan incomunicados en todos los sentidos: sin energía eléctrica, sin señal en sus celulares y con la carretera trozada, por si alguien se atreviera a escaparse.

Hacia finales de abril de este año, desesperados por la ola de enfrentamientos, más de 150 familias de Aguililla y sus rancherías escribieron cartas de auxilio. Foto Francisco Valenzuela | El Sol de Morelia

Dice el padre Gilberto Vergara que este pueblo fantasmal ya tiene dueños. “Los malos se apoderaron de todo el estado, pero de política no hablemos. El Terrero (otra tenencia cercana) ahora es territorio del CJNG; hubo avance en su conquista de territorio, El Aguaje ya era de ellos, avanzan sobre territorio de los Cárteles Unidos, específicamente sobre los Viagras, en esa zona en específico”.

Hacia finales de abril de este año, desesperados por la ola de enfrentamientos, más de 150 familias de Aguililla y sus rancherías escribieron cartas de auxilio para que se les reciba como refugiados en el vecino país del norte. “Es alarmante, es el saldo de lo que estamos viviendo”, reconoció el padre Vergara, quien se coordina con asociaciones civiles para intentar que estas peticiones lleguen a la aduana y encuentren eco.

La situación de El Aguaje, El Limón, Terreros, Potrerillos y Naranjo de Chila (lugar de nacimiento de El Mencho, líder del CJNG) es muy parecida, pues conforman el camino para desplazarse de Apatzingán a Aguililla. Son quienes quedan en medio de las balaceras, quienes ahora incluso sufren de hambre, por lo que sus antiguos vecinos que hoy viven en Morelia se organizaron para hacer una colecta de víveres entre el 9 y el 11 de julio.

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Como sucede en muchas partes de México, El Aguaje es una muestra de las desigualdades sociales. Foto Francisco Valenzuela | El Sol de Morelia

La Comisión de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH) describe al desplazamiento interno forzado como una violación social que se presenta “cuando personas o grupos de personas se ven obligadas a huir de su hogar o lugar de residencia habitual como consecuencia o para evitar los efectos de una situación de violencia generalizada, de un conflicto armado, de violaciones a los derechos humanos, de desastres naturales o de catástrofes provocadas por el ser humano, sin cruzar una frontera internacional”.

Por ahora, El Aguaje permanece como una escenografía del México abatido por los cárteles. Casas saqueadas, miles de perforaciones, puertas destrozadas y calles largas sin gente, tan sólo con uno que otro adulto mayor que ya se ha resignado a recibir lo que la vida le tenga como destino.

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