La plataforma de X, antes Twitter, siempre se ha caracterizado por su amplia tolerancia a la libertad de expresión y por sus políticas laxas en cuanto a la eliminación de mensajes y cuentas. Con todo, es cierto que antes de la llegada de Elon Musk, el escándalo de la censura a Donald Trump puso sobre la mesa el debate sobre la libertad de expresión y sus límites en la plataforma: ¿deben tolerarse los discursos de odio? ¿Cuáles son los criterios de la censura? ¿Cómo podemos predecir si la libertad de expresión será el detonante de otros problemas sociales?
X no es una plataforma equitativa, eso se sabe desde el inicio. Hay enunciadores con mayor influencia, líderes de opinión que provienen de diferentes horizontes y que se reacomodaron en ella llevando consigo su poder enunciativo. Sucede así, por ejemplo, con políticos, empresarios, comunicadores de medios, personajes del mundo del espectáculo e incluso con influencers que se popularizaron en otras plataformas. Estos eran los únicos capaces de conseguir la ansiada verificación, que hoy puede pagarse convirtiéndose en usuario premium y evitando la publicidad.
Twitter era la palestra política por excelencia. X no ha perdido influencia, aunque las opciones se han diversificado. Lo cierto es que Threads está muy lejos de competir con el gigante del microblogging —que dejó de serlo al permitir emplear un número descomunal de caracteres—, pues los actores que aún sobreviven mantienen su influencia al transmitir sus mensajes más importantes a través de esta cuenta. Las peleas en X son las mismas de siempre: el campo de batalla electoral, los decires de la corrección política, la exposición y linchamiento de lo que transgrede la norma del internet. En suma, la creación de reglas no legisladas pero aceptadas por todos.
Sin embargo, existe un lado oscuro y muy turbio en la plataforma que, si bien ha tratado de regularse, sigue siendo buena parte del contenido que se ofrece y, por lo tanto, genera movimiento y ganancias para X. En cierto sentido, funciona como una deep web donde actividades ilícitas de todo tipo se llevan a cabo a la vista de todos. En primer lugar, X está plagado de pornografía. Muchas de las cuentas que la ofrecen son públicas y la mayoría de los videos no tienen censura, si acaso una advertencia que indica “desnudo”, pero nada más. La verificación de edad es pobre y limitada, y cualquiera se topa con esta clase de publicaciones sin desearlo, pues emplean los hashtags de las tendencias del momento.
Más allá del debate sobre la pornografía, que es una industria de explotación millonaria, lo cierto es que su lugar no debería ser X. El espacio se aprovecha para ofrecer servicios sexuales e incluso para exponer a personas sin su consentimiento, a pesar de que las leyes del país lo prohíben. Los usuarios tienen pocas o nulas consecuencias, y crear una nueva cuenta y hacerse de seguidores es relativamente sencillo. Más preocupante resulta que Twitter ha sido denunciado por permitir la pornografía infantil, uno de los grandes cánceres de la sociedad actual que promueve la actividad delictiva. Muchas de las imágenes compartidas por padres o familiares de sus hijos, sobrinos o nietos, deambulan después en X con intenciones perversas, y es por esa razón que siempre repetimos que a las infancias no se les debe exponer en redes sociales.
De igual manera, X contiene un enorme flujo de comercio de sustancias ilegales, compra y venta de mercancías de origen dudoso, así como promoción de reuniones que están fuera de la ley. A todo esto, agregamos que es la plataforma preferida del crimen organizado y los grupos terroristas. A pesar de que sus cuentas sean constantemente censuradas, utilizan bots de manera masiva para amedrentar y propagar discursos de odio. En la plataforma hay de todo: agresiones contra mujeres, grupos transodiantes, ataques a personas con discapacidad, grupos y cuentas racistas o dogmatismos religiosos. Racismo, clasismo, homofobia, misoginia. X permite de todo, porque pues #LibertadDeExpresión.
La filosofía se ha preguntado por siglos, sobre todo desde la construcción de los estados nacionales, si la libertad de expresión debe tener límites. Es muy fácil que la censura se convierta en un arma para justificar la opresión de la disidencia y el autoritarismo. Pero ¿qué pasa con este contenido? ¿Debería ponérsele un alto? Yo opino que sí, aunque el cómo me parece mucho más difícil de responder. Lo dejo a su libre criterio, amable lector.