/ domingo 12 de febrero de 2017

Marine Le Pen usa lenguaje sofisticado para reafirmar la fe de sus militantes

Dos personas que asisten a un acto político de Marine Le Pen ola escuchan por televisión no reciben el mismo mensaje. Cada unade las frases que pronuncia la líder del Frente Nacional (FN) deextrema derecha, está construida para conquistar electores conmensajes unificadores y  –al mismo tiempo– contiene unmetalenguaje mucho más sofisticado destinado a revalidar ladoctrina de su partido y reafirmar la fe de sus militantes.

“Profanos e iniciados interpretan mensajes diferentes”,argumenta el politólogo Jean-Yves Camus, especialista demovimientos nacionalistas y extremistas en Europa.

La diferencia crucial reside en que los partidarios del FN sabendescifrar el lenguaje codificado que suele utilizar la candidatapresidencial para no ofrecer ningún flanco débil que permitaacusarla ante la justicia. “Sus partidarios son capaces detraducir cada una de las palabras para entender exactamente lo quequiere decir”, sostiene el filósofo Michel Eltchaninoff, autordel libro "En la mente de Marine Le Pen".

“Marine Le Pen es la única que emplea ciertos términosescogidos para hacerle decir a cada palabra lo contrario de lo quesignifica”, explica la francesa Cécile Alduy, profesora deliteratura en la Universidad Stanford y académica en el centro deinvestigaciones Cevipof del Instituto de Ciencias Políticas deParís (Sciences-Po).

Tras analizar más de 500 discursos pronunciados entre 1987 y2013 por la candidata y su padre  (el patriarca octogenario delFN, Jean-Marie Le Pen), Alduy reunió 2.5 millones de palabras enuna base de datos para descubrir las rupturas lexicales y lasrecurrencias del código frentista.

Entre los términos más utilizados por Marine Le Pen enasociación con “inmigración” aparecen “salario”,“protección” y “costo”, lo que parece indicar unasensibilidad social más elevada en la hija que en su padre. Elléxico de Jean-Marie Le Pen se sitúa en cambio en un registromás ansiógeno (“peligro”, “amenaza”, “pérdida” y“dificultad”).

“La candidata del FN se limitó a desplazar el centro degravedad de su discurso hacia el punto de aceptabilidad máscercano a las normas políticas”, sintetiza Alduy en su nuevolibro "Marine Le Pen prise aux mots", título que podríatraducirse como "Marine Le Pen al pie de la letra".

El cambio más importante, sin embargo, consistió en cambiar enforma paulatina el significado del léxico. El principal artíficede esa evolución fue Bruno Mégret, expulsado del partido en losaños 90 por haber intentado disputarle el liderazgo a Jean-MarieLe Pen. En la llamada batalla del vocabulario, Mégret realizó unintenso trabajo para convencer a los dirigentes y a los militantessobre la conveniencia política de reemplazar “clases” por“masas”, “universalismo” por “cosmopolitismo” o“asociaciones antirracistas” por “lobbiesantirracistas”.

Esa “expropiación semántica” del vocabulario político desus rivales forma parte del esfuerzo de des-demonización realizadocuando Marine Le Pen sucedió a su padre en el liderazgo delpartido. Aconsejada por su nuevo gurú ideológico, FlorianPhilippot, decidió moderar el lenguaje y el comportamiento del FNpara ganar la confianza de sectores populares y de la clase mediaque hasta ese momento eran reticentes en aprobar los frecuentesdesenfrenos racistas, xenófobos y antisemitas de Jean-Marie LePen.

Es por esa razón que (en lugar de referirse a la“inmigración masiva e incontrolada” y “aluvión” de 30millones de extranjeros llegados al país en 40 años), ellaprefiere utilizar términos más abstractos como “políticamigratoria” o “inmigración”, aunque repite las mismas cifrasque su padre.

Para no cometer delito de discriminación o xenofobia, cuandohabla de los hijos de extranjeros  —frecuentemente acusados detráfico de drogas u otros crímenes—, usa códigos expropiadosal lenguaje políticamente correcto: “jóvenes surgidos de lainmigración” y más directamente la palabra “joven” seconvirtió en sinónimo de delincuente.

En su vocabulario, “inmigración” pasó a ser“diversidad”, “miseria” o “pobreza” se transformaron en“exclusión”, la “promiscuidad” que existe en los barriosperiféricos abandonados de la mano de Dios se convirtieron en“diversidad social”.

En general procede por alusión cuando trata de designar un“enemigo interior o exterior” causante de la decadenciafrancesa: por un lado asume su parte de responsabilidad en loserrores colectivos al decir “cedimos demasiado”,“aceptamos” o “fuimos demasiado ingenuos”. La respuestaimplícita es “ante la inmigración de origen árabe yafricana”, a las cuales jamás define de esa manera. Como en elcaso de Donald Trump, “las élites” constituyen otro chivoexpiatorio predilecto cuando se trata de denunciar a los culpablesde la decadencia: ese palabra de código identifica a“Washington, Berlín, Bruselas o la Unión Europea” queprocuran “terminar con los pueblos y las naciones”.

En los últimos dos años, particularmente desde que comenzó laola terrorista islamista, la religión se convirtió en un blancode ataques casi cotidiano, pero siempre en forma indirecta: “Lareligión inmigracionista es un insulto a la persona humana, cuyaintegridad está siempre ligada a una comunidad, una lengua y unacultura”, suele decir en una referencia transparente alcrecimiento que tuvo el Islam en Francia. “Pero en sus discursosjamás da detalles sobre esos inmigrantes que serían incompatiblescon los valores franceses”, destaca el historiador GrégoireKauffmann, autor del libro "El nuevo FN".

Sería ingenuo pensar que ese maquillaje retórico esinofensivo: en el último año, el FN pasó de 20 a 27 por cientoen las intenciones de voto para las elecciones presidenciales del23 de abril y 7 de mayo, encabeza todas las encuestas y  —porprimera vez—  se encuentra en las puertas del poder. “Actuarde esa manera, equivale a hacer política con una máscara. ¿Quépasará cuando puedan actuar sin ocultarse?”, se inquieta elpolitólogo Jean-Yves Camus. Los que se atreven a dar una respuestapiensan en la sorpresa que tuvieron en Estados Unidos muchos de loselectores que votaron por Donald Trump.

Dos personas que asisten a un acto político de Marine Le Pen ola escuchan por televisión no reciben el mismo mensaje. Cada unade las frases que pronuncia la líder del Frente Nacional (FN) deextrema derecha, está construida para conquistar electores conmensajes unificadores y  –al mismo tiempo– contiene unmetalenguaje mucho más sofisticado destinado a revalidar ladoctrina de su partido y reafirmar la fe de sus militantes.

“Profanos e iniciados interpretan mensajes diferentes”,argumenta el politólogo Jean-Yves Camus, especialista demovimientos nacionalistas y extremistas en Europa.

La diferencia crucial reside en que los partidarios del FN sabendescifrar el lenguaje codificado que suele utilizar la candidatapresidencial para no ofrecer ningún flanco débil que permitaacusarla ante la justicia. “Sus partidarios son capaces detraducir cada una de las palabras para entender exactamente lo quequiere decir”, sostiene el filósofo Michel Eltchaninoff, autordel libro "En la mente de Marine Le Pen".

“Marine Le Pen es la única que emplea ciertos términosescogidos para hacerle decir a cada palabra lo contrario de lo quesignifica”, explica la francesa Cécile Alduy, profesora deliteratura en la Universidad Stanford y académica en el centro deinvestigaciones Cevipof del Instituto de Ciencias Políticas deParís (Sciences-Po).

Tras analizar más de 500 discursos pronunciados entre 1987 y2013 por la candidata y su padre  (el patriarca octogenario delFN, Jean-Marie Le Pen), Alduy reunió 2.5 millones de palabras enuna base de datos para descubrir las rupturas lexicales y lasrecurrencias del código frentista.

Entre los términos más utilizados por Marine Le Pen enasociación con “inmigración” aparecen “salario”,“protección” y “costo”, lo que parece indicar unasensibilidad social más elevada en la hija que en su padre. Elléxico de Jean-Marie Le Pen se sitúa en cambio en un registromás ansiógeno (“peligro”, “amenaza”, “pérdida” y“dificultad”).

“La candidata del FN se limitó a desplazar el centro degravedad de su discurso hacia el punto de aceptabilidad máscercano a las normas políticas”, sintetiza Alduy en su nuevolibro "Marine Le Pen prise aux mots", título que podríatraducirse como "Marine Le Pen al pie de la letra".

El cambio más importante, sin embargo, consistió en cambiar enforma paulatina el significado del léxico. El principal artíficede esa evolución fue Bruno Mégret, expulsado del partido en losaños 90 por haber intentado disputarle el liderazgo a Jean-MarieLe Pen. En la llamada batalla del vocabulario, Mégret realizó unintenso trabajo para convencer a los dirigentes y a los militantessobre la conveniencia política de reemplazar “clases” por“masas”, “universalismo” por “cosmopolitismo” o“asociaciones antirracistas” por “lobbiesantirracistas”.

Esa “expropiación semántica” del vocabulario político desus rivales forma parte del esfuerzo de des-demonización realizadocuando Marine Le Pen sucedió a su padre en el liderazgo delpartido. Aconsejada por su nuevo gurú ideológico, FlorianPhilippot, decidió moderar el lenguaje y el comportamiento del FNpara ganar la confianza de sectores populares y de la clase mediaque hasta ese momento eran reticentes en aprobar los frecuentesdesenfrenos racistas, xenófobos y antisemitas de Jean-Marie LePen.

Es por esa razón que (en lugar de referirse a la“inmigración masiva e incontrolada” y “aluvión” de 30millones de extranjeros llegados al país en 40 años), ellaprefiere utilizar términos más abstractos como “políticamigratoria” o “inmigración”, aunque repite las mismas cifrasque su padre.

Para no cometer delito de discriminación o xenofobia, cuandohabla de los hijos de extranjeros  —frecuentemente acusados detráfico de drogas u otros crímenes—, usa códigos expropiadosal lenguaje políticamente correcto: “jóvenes surgidos de lainmigración” y más directamente la palabra “joven” seconvirtió en sinónimo de delincuente.

En su vocabulario, “inmigración” pasó a ser“diversidad”, “miseria” o “pobreza” se transformaron en“exclusión”, la “promiscuidad” que existe en los barriosperiféricos abandonados de la mano de Dios se convirtieron en“diversidad social”.

En general procede por alusión cuando trata de designar un“enemigo interior o exterior” causante de la decadenciafrancesa: por un lado asume su parte de responsabilidad en loserrores colectivos al decir “cedimos demasiado”,“aceptamos” o “fuimos demasiado ingenuos”. La respuestaimplícita es “ante la inmigración de origen árabe yafricana”, a las cuales jamás define de esa manera. Como en elcaso de Donald Trump, “las élites” constituyen otro chivoexpiatorio predilecto cuando se trata de denunciar a los culpablesde la decadencia: ese palabra de código identifica a“Washington, Berlín, Bruselas o la Unión Europea” queprocuran “terminar con los pueblos y las naciones”.

En los últimos dos años, particularmente desde que comenzó laola terrorista islamista, la religión se convirtió en un blancode ataques casi cotidiano, pero siempre en forma indirecta: “Lareligión inmigracionista es un insulto a la persona humana, cuyaintegridad está siempre ligada a una comunidad, una lengua y unacultura”, suele decir en una referencia transparente alcrecimiento que tuvo el Islam en Francia. “Pero en sus discursosjamás da detalles sobre esos inmigrantes que serían incompatiblescon los valores franceses”, destaca el historiador GrégoireKauffmann, autor del libro "El nuevo FN".

Sería ingenuo pensar que ese maquillaje retórico esinofensivo: en el último año, el FN pasó de 20 a 27 por cientoen las intenciones de voto para las elecciones presidenciales del23 de abril y 7 de mayo, encabeza todas las encuestas y  —porprimera vez—  se encuentra en las puertas del poder. “Actuarde esa manera, equivale a hacer política con una máscara. ¿Quépasará cuando puedan actuar sin ocultarse?”, se inquieta elpolitólogo Jean-Yves Camus. Los que se atreven a dar una respuestapiensan en la sorpresa que tuvieron en Estados Unidos muchos de loselectores que votaron por Donald Trump.

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