/ viernes 4 de noviembre de 2022

Cable Diplomático | Legitimidad y elecciones en Estados Unidos

El próximo martes 8 de noviembre se llevarán a cabo las elecciones legislativas en Estados Unidos que tanto hemos comentado en los últimos días. Como era previsible, los republicanos aventajan por poco a los demócratas y es probable que la tendencia siga de tal forma sin que se modifique sustancialmente en los días próximos. Pero la cosa se pone cada vas más “caliente” y complicada, porque la división política se hace cada vez más grande. Quizá haya puntos de coincidencia entre los dos bandos, pero en este momento son prácticamente imposibles de conciliar y como muchos han advertido, estamos al borde de aquello que podría derivar coloquialmente en una “guerra civil” en el entendido que cada vez hay menos ánimos de hacer las paces entre ambas partes.

Las encuestas indican que una muy buena parte de la población piensa que Donald Trump fue el presidente legítimamente electo y que Joe Biden usurpó la Casa Blanca. Dicen los simpatizantes del expresidente que hay pruebas fehacientes que confirman el fraude y que, por ende, no reconocen al actual ocupante de la Casa Blanca como el mandatario oficial. Por alguna extraña razón, estas personas están convencidas que hubo un robo electoral y que Biden jamás ganó. Justifican la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021 y no están dispuestos a conceder nada que no sea aquello que creen a ciegas. La desinformación es mucha y las “fake news” no se hacen esperar. Lo anterior está aderezado por acciones que rayan en el terreno de lo cuestionable, como por ejemplo, la esposa de un ministro de la Corte Suprema operó políticamente para que el triunfo del republicano se declarara como tal y que se descarrilara la elección de Biden en aquel momento. Este mismo juez está envuelto en otro tema polémico hoy en día al bloquear una investigación legislativa sobre la conducta del expresidente. ¿Hasta qué punto las instituciones van a resistir los golpes y el constante deterioro de su legitimidad? ¿hasta dónde las autoridades habrán de ejercer sus facultades constitucionales y dónde empieza su preferencia partidista? La democracia necesita de gente que la defienda, pero cada vez se antoja más complicado y difícil, precisamente por la tremenda división que ocurre actualmente.

El mayor problema que tienen en Estados Unidos de cara a las elecciones de la siguiente semana es que una gran parte de la población piensa que los comicios últimos fueron un fraude y que quizá los que vengan también lo serán. Se desisten de votar y prefieren tomar rutas menos convencionales que solamente conducen a mayor división y encono (y quizá violencia). Cuando se pierde la legitimidad política, se pierde todo. Esa es la gran lección que habremos de aprender y de observar la próxima semana en Washington. Pero es además una manera de proyectar una situación indeseable y darnos cuenta de que no debemos permitir la pérdida de la legitimidad política, porque precisamente nuestro futuro viable como naciones del mundo depende de ello. Lo vemos en América Latina, lo vemos en Europa y ahora en Estados Unidos. Hay mucho en juego, y creo que, en este caso, no necesariamente es bueno.

El próximo martes 8 de noviembre se llevarán a cabo las elecciones legislativas en Estados Unidos que tanto hemos comentado en los últimos días. Como era previsible, los republicanos aventajan por poco a los demócratas y es probable que la tendencia siga de tal forma sin que se modifique sustancialmente en los días próximos. Pero la cosa se pone cada vas más “caliente” y complicada, porque la división política se hace cada vez más grande. Quizá haya puntos de coincidencia entre los dos bandos, pero en este momento son prácticamente imposibles de conciliar y como muchos han advertido, estamos al borde de aquello que podría derivar coloquialmente en una “guerra civil” en el entendido que cada vez hay menos ánimos de hacer las paces entre ambas partes.

Las encuestas indican que una muy buena parte de la población piensa que Donald Trump fue el presidente legítimamente electo y que Joe Biden usurpó la Casa Blanca. Dicen los simpatizantes del expresidente que hay pruebas fehacientes que confirman el fraude y que, por ende, no reconocen al actual ocupante de la Casa Blanca como el mandatario oficial. Por alguna extraña razón, estas personas están convencidas que hubo un robo electoral y que Biden jamás ganó. Justifican la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021 y no están dispuestos a conceder nada que no sea aquello que creen a ciegas. La desinformación es mucha y las “fake news” no se hacen esperar. Lo anterior está aderezado por acciones que rayan en el terreno de lo cuestionable, como por ejemplo, la esposa de un ministro de la Corte Suprema operó políticamente para que el triunfo del republicano se declarara como tal y que se descarrilara la elección de Biden en aquel momento. Este mismo juez está envuelto en otro tema polémico hoy en día al bloquear una investigación legislativa sobre la conducta del expresidente. ¿Hasta qué punto las instituciones van a resistir los golpes y el constante deterioro de su legitimidad? ¿hasta dónde las autoridades habrán de ejercer sus facultades constitucionales y dónde empieza su preferencia partidista? La democracia necesita de gente que la defienda, pero cada vez se antoja más complicado y difícil, precisamente por la tremenda división que ocurre actualmente.

El mayor problema que tienen en Estados Unidos de cara a las elecciones de la siguiente semana es que una gran parte de la población piensa que los comicios últimos fueron un fraude y que quizá los que vengan también lo serán. Se desisten de votar y prefieren tomar rutas menos convencionales que solamente conducen a mayor división y encono (y quizá violencia). Cuando se pierde la legitimidad política, se pierde todo. Esa es la gran lección que habremos de aprender y de observar la próxima semana en Washington. Pero es además una manera de proyectar una situación indeseable y darnos cuenta de que no debemos permitir la pérdida de la legitimidad política, porque precisamente nuestro futuro viable como naciones del mundo depende de ello. Lo vemos en América Latina, lo vemos en Europa y ahora en Estados Unidos. Hay mucho en juego, y creo que, en este caso, no necesariamente es bueno.