/ sábado 24 de febrero de 2024

El botiquín infalible para votar

He escuchado de cualquier cantidad de gente, entre propia y extraña, que es un desadaptado del glorioso siglo XXI, quien no concede valor curativo a las encuestas. Tanto como no otorgar sentido de innovador tratamiento al régimen comentocrático de las redes sociales y de los tradicionales mentideros mediáticos.

El ambiente que priva establece una serie de fármacos a partir de las cuales se ha perfeccionado el acceso a la salud que brinda ser parte actuante de la realidad. Se trata de un botiquín para gozar de cabal democracia en nuestro andar cotidiano.

De ese maletín se pueden tomar diferentes medicamentos a lo largo del día, las semanas, los meses y los años: cápsulas de X, pastillas de Facebook, gotas de Instagram, sublinguales de TikTok, supositorios de mañaneras, subcutáneas de tómbola, jarabe de columnas, parches de síntesis informativas, cremas adelgazantes de chats, chochitos de bots, masticables de chismografía, inyectables de sermones y de manera sobresaliente, cual fórmula mágica, hay en el botiquín frasquitos de encuestas. Hasta hilos para tejer ilusiones caben en esta suerte de chistera.

Simplemente no hay pierde. Juntos, revueltos y por separado. La mayoría de la gente dice haber iniciado el tratamiento tan oportunamente como les fue revelado. Otros lo harán al tomar una cucharada de este jarabe que leen. Se trata de no llegar enfermo de conservadurismos aspiracionistas al domingo 2 de junio. Bien tonificados al momento de gozar de esos minutos íntimos frente a las boletas electorales.

Los que piden no hacerse bolas en algo tan delicado como la salud, alardean de los frasquitos de encuestas como los más demandados. Acusan que ello se debe a que son de formulación compleja, incluso de costosas patentes por tal cantidad de científicos que los han inventado.

Tanto directivos y laboratoristas como los célebres marketeros que acompañan a las marcas en venta coronan su afán competitivo, ponen en el botiquín y en la mesa de cada cliente la síntesis alquímica efectiva: tendencias positivas anulan historia clínica. Para qué la quiere usted ciudadano, persona, paciente, electora, elector, electore: haga patria y tómese el o los frasquitos de la puntera.

Diremos que el cientificismo del desarrollo democrático no miente en México. La mejor prueba es el tránsito del siglo XX mexicano que fue del fin de una dictadura y de una revolución social a la larga estancia del arsenal clínico del partido único. De ahí abrevaron (con las sobredosis prescritas de por medio) los competidores que se insertaron en el mercado electoral.

Uno de ellos, fruto de la fabulosa era digital, supo patentar la mezcla más innovadora. Tomó así el poder y la determinación de registrar a la encuesta como su principal tónico para una sana democracia que busca borrar por mucho tiempo a la competencia. Eso mero: nada como el monopolio hospitalario, nada como honrar a los ancestros de la política, a sus legados y remedios tradicionales para tener todo el poder.

En medio de la selva transformadora del ser nacional, de la inundación de botiquines a lo largo y ancho de la patria, con audífonos ultrasensibles, se escuchan ciertos lamentos desde los escasos claustros que sobreviven. Son coincidentes en al menos un decir. Que México asiste en 2024 al primer proceso electoral donde las decisiones de los votantes serán nutridas con los frasquitos de encuestas.

También aseguran que tal postura de la clientela encierra una actitud práctica que facilita no quebrarse la cabeza con diagnósticos complicados, con la lata de estar buscando uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco galenos con sus respectivas y no pocas veces contradictorias versiones sobre los males propios o nacionales. El politeísmo no le funciona a la sociedad mexicana. Mucho menos revisitar el pasado.

Unos más que andamos extraviados por las calles de la salud democrática nos caemos de una letal aburrición. Todo tan cantado que ni un alipús con Lorenzo Córdova nos anima, pues resultó bastante cansón su palabrerío dominguero, vaya desperdicio de energías. Así es, lo aburridor puede ser paralizante.

He escuchado de cualquier cantidad de gente, entre propia y extraña, que es un desadaptado del glorioso siglo XXI, quien no concede valor curativo a las encuestas. Tanto como no otorgar sentido de innovador tratamiento al régimen comentocrático de las redes sociales y de los tradicionales mentideros mediáticos.

El ambiente que priva establece una serie de fármacos a partir de las cuales se ha perfeccionado el acceso a la salud que brinda ser parte actuante de la realidad. Se trata de un botiquín para gozar de cabal democracia en nuestro andar cotidiano.

De ese maletín se pueden tomar diferentes medicamentos a lo largo del día, las semanas, los meses y los años: cápsulas de X, pastillas de Facebook, gotas de Instagram, sublinguales de TikTok, supositorios de mañaneras, subcutáneas de tómbola, jarabe de columnas, parches de síntesis informativas, cremas adelgazantes de chats, chochitos de bots, masticables de chismografía, inyectables de sermones y de manera sobresaliente, cual fórmula mágica, hay en el botiquín frasquitos de encuestas. Hasta hilos para tejer ilusiones caben en esta suerte de chistera.

Simplemente no hay pierde. Juntos, revueltos y por separado. La mayoría de la gente dice haber iniciado el tratamiento tan oportunamente como les fue revelado. Otros lo harán al tomar una cucharada de este jarabe que leen. Se trata de no llegar enfermo de conservadurismos aspiracionistas al domingo 2 de junio. Bien tonificados al momento de gozar de esos minutos íntimos frente a las boletas electorales.

Los que piden no hacerse bolas en algo tan delicado como la salud, alardean de los frasquitos de encuestas como los más demandados. Acusan que ello se debe a que son de formulación compleja, incluso de costosas patentes por tal cantidad de científicos que los han inventado.

Tanto directivos y laboratoristas como los célebres marketeros que acompañan a las marcas en venta coronan su afán competitivo, ponen en el botiquín y en la mesa de cada cliente la síntesis alquímica efectiva: tendencias positivas anulan historia clínica. Para qué la quiere usted ciudadano, persona, paciente, electora, elector, electore: haga patria y tómese el o los frasquitos de la puntera.

Diremos que el cientificismo del desarrollo democrático no miente en México. La mejor prueba es el tránsito del siglo XX mexicano que fue del fin de una dictadura y de una revolución social a la larga estancia del arsenal clínico del partido único. De ahí abrevaron (con las sobredosis prescritas de por medio) los competidores que se insertaron en el mercado electoral.

Uno de ellos, fruto de la fabulosa era digital, supo patentar la mezcla más innovadora. Tomó así el poder y la determinación de registrar a la encuesta como su principal tónico para una sana democracia que busca borrar por mucho tiempo a la competencia. Eso mero: nada como el monopolio hospitalario, nada como honrar a los ancestros de la política, a sus legados y remedios tradicionales para tener todo el poder.

En medio de la selva transformadora del ser nacional, de la inundación de botiquines a lo largo y ancho de la patria, con audífonos ultrasensibles, se escuchan ciertos lamentos desde los escasos claustros que sobreviven. Son coincidentes en al menos un decir. Que México asiste en 2024 al primer proceso electoral donde las decisiones de los votantes serán nutridas con los frasquitos de encuestas.

También aseguran que tal postura de la clientela encierra una actitud práctica que facilita no quebrarse la cabeza con diagnósticos complicados, con la lata de estar buscando uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco galenos con sus respectivas y no pocas veces contradictorias versiones sobre los males propios o nacionales. El politeísmo no le funciona a la sociedad mexicana. Mucho menos revisitar el pasado.

Unos más que andamos extraviados por las calles de la salud democrática nos caemos de una letal aburrición. Todo tan cantado que ni un alipús con Lorenzo Córdova nos anima, pues resultó bastante cansón su palabrerío dominguero, vaya desperdicio de energías. Así es, lo aburridor puede ser paralizante.