Hay suficientes razones para ver con buenos ojos la relocalización de las cadenas de suministro globales, especialmente aquellas que impulsan a sectores estratégicos de la economía mexicana. Estamos hablando, además, de ser sostenidamente el principal socio comercial de Estados Unidos y, con ello, de la apuesta para que América del Norte sea una de las regiones más prósperas que el mundo haya visto jamás. Hay factores geográficos, políticos, sociales y económicos de peso para que esto suceda.
Habiendo dicho esto, sin embargo, nuestro país enfrenta enormes retos estructurales en el contexto del nearshoring, precisamente por esos mismos factores geográficos, políticos, económicos y sociales. De ahí que sea fundamental analizar el fenómeno de la relocalización a contraluz del riesgo político y las tendencias de seguridad en México, a fin de identificar y prevenir las externalidades negativas de esta oportunidad histórica para el país.
Concretamente, no se trata de hacer todo lo que sea necesario para atraer inversiones, y que esto le permita al país crecer al 5%. En cambio, se trata de lo que las inversiones y el crecimiento signifiquen para el desarrollo y el bienestar. Porque, ¿de qué servirá crecer al 5, 10 o 15% anual, si ello significa, por ejemplo, un mayor estrés hídrico, gentrificación, pauperización laboral, o la creación de mayores economías ilícitas? Eventualmente, esto se traducirá en conflictividad social, fortalecimiento del crimen organizado, modificaciones arbitrarias al marco regulatorio, debilitamiento del Estado de derecho, e inestabilidad política en México –y, no menos importante, pérdidas millonarias para inversionistas.
Dicho de otro modo, el principal riesgo del nearshoring en México es que reproduzca –y perpetúe– ciclos de violencia, inseguridad y brechas de desigualdad, tanto al interior del país como con relación a otros países. Y que todo esto impacte en el riesgo político de México el mediano plazo.
Por ejemplo, a nadie conviene el establecimiento de una planta de procesamiento que requiere 4 litros de agua para producir 1 litro de su producto, en un lugar conocido por sus estrés hídrico y malestar social. Está de más enfocarnos en nombres; en cambio, lo importante es enfocarse en el hecho, de manera que se pueda aprender de experiencias previas y prevenir posibles dolores de cabeza.
Sería un despropósito equiparar desarrollo en México, con logros económicos o comerciales en el contexto del nearshoring, un matiz que no se puede dejar de señalar en un entorno con oportunidades, fortalezas, pero también debilidades. Sería un fraude o una impostura decirle a un cliente que sí a todos sus proyectos de inversión. En cambio, un análisis holístico y multidimensional tiene que prevalecer por encima de consideraciones puramente desarrollistas, economicistas y de corto plazo. De ello depende que México sea un país con un menor riesgo político y más próspero –y que los inversionistas encuentren tranquilidad para sus inversiones. Así todos ganamos.
Senior Advisor en Miranda Partners