/ sábado 4 de agosto de 2018

El zorro enjaulado

Retomo el tema de mi editorial de hace una semana acerca de la gesta independentista que dejó acéfalo al movimiento insurgente el 30 de julio de 1811. Con esa fecha se cumplieron exactamente 207 años del fusilamiento del Padre de la Patria, el cura Miguel Hidalgo y Costilla. Este prócer mexicano fue la figura más importante del movimiento libertario, generador de circunstancias y convocante permanente a la lucha contra el mal gobierno.

La historia de México es grande y vasta; de esta vastedad han hablado cientos, miles de historiadores, cronistas, actuarios, narradores, pregoneros, trovadores, decidores y escribanos. Muchas narraciones son iguales y posiblemente respondan a la realidad; otros historiadores crean crisis y confusiones en el devenir de los acontecimientos.

Pero vuelvo al tema de Hidalgo. Y me refiero concretamente al magnífico libro que -en memoria del caudillo- escribiera el político, diplomático e historiador, hoy desaparecido, Mario Moya Palencia allá por 1996, bajo el título de El Zorro Enjaulado. Dice Moya Palencia que “Hidalgo fue apodado por sus compañeros del Colegio de San Nicolás en Valladolid -hoy Morelia- con el mote de El Zorro, a causa de su inocultable astucia, de su hábil manejo del lenguaje y también porque de sus labios se asomaba el protuberante canino derecho, que incluso aparece en uno de sus retratos al óleo que quedaron para la posteridad”. Este retrato fue titulado por su autor como El Diente Frío.

Este cura, este líder, este zorro estuvo enjaulado; pero la jaula a la que se refiere el autor no es la prisión que sufriera en las Norias de Baján en Coahuila, ni en Chihuahua donde fue fusilado y en donde le cortaron “su hermosa cabeza blanca” como refiere Justo Sierra.

El Virrey ordenó que les cortaran las cabezas a Hidalgo, a los capitanes Allende, Aldama y Jiménez y que fuesen colocadas ¡durante diez años! en jaulas o escarpias en las cuatro esquinas del edificio que almacenaba el abasto guanajuatense, la Alhóndiga de Granaditas, para escarmiento. Así pues, el título de la novela alude tanto al ambiente en el cual vivió nuestro Libertador antes del Grito de Dolores, como a la cruel e inhumana exhibición de la que fue víctima su cabeza convertida en una calavera descarnada.

Refiere Moya Palencia que: “…de la investigación hecha y del manejo de la vastísima bibliografía sobre el zorruno cura, además de la rica personalidad humana que tuvo Hidalgo como intelectual, como sacerdote, como padre amoroso y responsable de por lo menos cinco hijos habidos con tres mujeres, se desprende su franco papel de continuador de la utopía creadora de don Vasco de Quiroga para dotar a los indígenas y las castas de su región de artes, oficios, industrias y medios de vida para su desarrollo, lo que convirtió el curato de Dolores en una gran fuente de trabajo y un ejemplo para todo el país, que haríamos bien en revivir”.

Sueños afiebrados y tradiciones aceptadas forman la levadura de lo absurdo. Por ejemplo, mucho de la búsqueda y la exploración de tierras nuevas en siglos pasados, tuvo su origen en la teoría de que el oro -causa de guerras injustificadas entre países y de campañas despiadadas para obtenerlo- se ofrecía sin reservas al primero que se atreviera a buscarlo. Bien sabemos las consecuencias de esta búsqueda. La voz del rey Midas todavía resuena con mayor brío en nuestros tiempos.

Hoy el mundo lleva o transita por otros caminos. Posible que sean las mismas luchas que enfrentaron los insurgentes, toda proporción guardada. La lucha de los patriotas fusilados en 1811 tuvo un impulso franco y progresivo. Sus ideas y los hechos luminosos transformaron a México, y se difundieron al mundo.

En este sentido – precisamente la falta de sentido común – drama y comedia van de la mano. Toda suerte de hechos increíbles, de leyendas, de mitos irracionales llenarían el más grande muestrario de lo absurdo con ejemplos que hablan de la experiencia de siglos.

Hoy el mundo se debate en las transformaciones de la democracia. Durante la segunda guerra mundial fueron liberados, al fin, los cuatro jinetes del Apocalipsis: la guerra, la peste, el hambre y la muerte, los cuales siguen, hasta la fecha, cabalgando campantes por todo el planeta que se convulsiona entre las calamidades bíblicas. Son los triunfos de las democracias modernas.

México no escapa de esta vorágine. Es lo que los inclinados politólogos llaman “democracia alternativa”. Estamos viviendo y sintiendo tiempos difíciles; es la lucha por el poder. Lo que necesitamos es paz y tranquilidad. Requerimos honestidad para no intentar tapar el sol con un dedo. Precisamos una nación fuerte en sus instituciones, fortaleza que solo se puede dar cuando es dirigida por seres humanos que sienten a su país en las venas, en los nervios, en los sentidos. Hace más de 50 años un Primer Mandatario dijo que “el Presidente debe ser el mexicano que más quiera a México”.


Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx



Retomo el tema de mi editorial de hace una semana acerca de la gesta independentista que dejó acéfalo al movimiento insurgente el 30 de julio de 1811. Con esa fecha se cumplieron exactamente 207 años del fusilamiento del Padre de la Patria, el cura Miguel Hidalgo y Costilla. Este prócer mexicano fue la figura más importante del movimiento libertario, generador de circunstancias y convocante permanente a la lucha contra el mal gobierno.

La historia de México es grande y vasta; de esta vastedad han hablado cientos, miles de historiadores, cronistas, actuarios, narradores, pregoneros, trovadores, decidores y escribanos. Muchas narraciones son iguales y posiblemente respondan a la realidad; otros historiadores crean crisis y confusiones en el devenir de los acontecimientos.

Pero vuelvo al tema de Hidalgo. Y me refiero concretamente al magnífico libro que -en memoria del caudillo- escribiera el político, diplomático e historiador, hoy desaparecido, Mario Moya Palencia allá por 1996, bajo el título de El Zorro Enjaulado. Dice Moya Palencia que “Hidalgo fue apodado por sus compañeros del Colegio de San Nicolás en Valladolid -hoy Morelia- con el mote de El Zorro, a causa de su inocultable astucia, de su hábil manejo del lenguaje y también porque de sus labios se asomaba el protuberante canino derecho, que incluso aparece en uno de sus retratos al óleo que quedaron para la posteridad”. Este retrato fue titulado por su autor como El Diente Frío.

Este cura, este líder, este zorro estuvo enjaulado; pero la jaula a la que se refiere el autor no es la prisión que sufriera en las Norias de Baján en Coahuila, ni en Chihuahua donde fue fusilado y en donde le cortaron “su hermosa cabeza blanca” como refiere Justo Sierra.

El Virrey ordenó que les cortaran las cabezas a Hidalgo, a los capitanes Allende, Aldama y Jiménez y que fuesen colocadas ¡durante diez años! en jaulas o escarpias en las cuatro esquinas del edificio que almacenaba el abasto guanajuatense, la Alhóndiga de Granaditas, para escarmiento. Así pues, el título de la novela alude tanto al ambiente en el cual vivió nuestro Libertador antes del Grito de Dolores, como a la cruel e inhumana exhibición de la que fue víctima su cabeza convertida en una calavera descarnada.

Refiere Moya Palencia que: “…de la investigación hecha y del manejo de la vastísima bibliografía sobre el zorruno cura, además de la rica personalidad humana que tuvo Hidalgo como intelectual, como sacerdote, como padre amoroso y responsable de por lo menos cinco hijos habidos con tres mujeres, se desprende su franco papel de continuador de la utopía creadora de don Vasco de Quiroga para dotar a los indígenas y las castas de su región de artes, oficios, industrias y medios de vida para su desarrollo, lo que convirtió el curato de Dolores en una gran fuente de trabajo y un ejemplo para todo el país, que haríamos bien en revivir”.

Sueños afiebrados y tradiciones aceptadas forman la levadura de lo absurdo. Por ejemplo, mucho de la búsqueda y la exploración de tierras nuevas en siglos pasados, tuvo su origen en la teoría de que el oro -causa de guerras injustificadas entre países y de campañas despiadadas para obtenerlo- se ofrecía sin reservas al primero que se atreviera a buscarlo. Bien sabemos las consecuencias de esta búsqueda. La voz del rey Midas todavía resuena con mayor brío en nuestros tiempos.

Hoy el mundo lleva o transita por otros caminos. Posible que sean las mismas luchas que enfrentaron los insurgentes, toda proporción guardada. La lucha de los patriotas fusilados en 1811 tuvo un impulso franco y progresivo. Sus ideas y los hechos luminosos transformaron a México, y se difundieron al mundo.

En este sentido – precisamente la falta de sentido común – drama y comedia van de la mano. Toda suerte de hechos increíbles, de leyendas, de mitos irracionales llenarían el más grande muestrario de lo absurdo con ejemplos que hablan de la experiencia de siglos.

Hoy el mundo se debate en las transformaciones de la democracia. Durante la segunda guerra mundial fueron liberados, al fin, los cuatro jinetes del Apocalipsis: la guerra, la peste, el hambre y la muerte, los cuales siguen, hasta la fecha, cabalgando campantes por todo el planeta que se convulsiona entre las calamidades bíblicas. Son los triunfos de las democracias modernas.

México no escapa de esta vorágine. Es lo que los inclinados politólogos llaman “democracia alternativa”. Estamos viviendo y sintiendo tiempos difíciles; es la lucha por el poder. Lo que necesitamos es paz y tranquilidad. Requerimos honestidad para no intentar tapar el sol con un dedo. Precisamos una nación fuerte en sus instituciones, fortaleza que solo se puede dar cuando es dirigida por seres humanos que sienten a su país en las venas, en los nervios, en los sentidos. Hace más de 50 años un Primer Mandatario dijo que “el Presidente debe ser el mexicano que más quiera a México”.


Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx