/ viernes 9 de febrero de 2018

La moviola

¿Y cómo estuvo la boda? ¡Aburrida¡

@lamoviola

GERARDO GIL B.

Lo que salta con La boda de Valentina, (Marco Polo Constandse,2018) son algunos de los nombres involucrados detrás de cámara. Gente de probada trayectoria en el séptimo arte. Issa López y Beto Gómez en el guión (de este último parte la idea original con la colaboración de Santiago Limón) y Carlos Taibo como productor ejecutivo, aparecen en los créditos. Llama la atención y extraña por los resultados medianos del largometraje.

Porque La Boda de Valentina, fluye lenta, con flojera. Se muestra ante el público como un producto de molde, que no saca provecho de algunos buenos momentos. Es la más reciente apuesta de Videocine para complacer a su público de la televisión. Para muestra, parte del elenco.

Valentina (Marimar Vega) vive en Nueva York quitada de la pena y es novia del simplón gringo millonario Jason (Ryan Carnes), cursi como nada y que le ofrece matrimonio a su noviecita en público y arrodillado.

Lo que no le ha contado Valentina a su boyfriend, es que pertenece a una acaudalada y corrupta familia mexicana dedicada a la política. Demetrio (Christian Tappán), su padre, está en plena campaña para la Jefatura de Gobierno y con él toda una fauna de vividores: Oralia (Sabinne Moussier), su segunda esposa y madre de Bernardo (Jesús Zavala), quien es medio hermano de Valentina, un buenazo para nada, que en plena contienda electoral, se mete en un escándalo. Por cierto el personaje, quiere recordar al Javi de Luis Gerardo Méndez, pero nomás no. Además del patriarca Don Fidel (Álvaro Carcaño).

Para contener el escándalo y ocultar propiedades, se le ocurre a la corrupta y presa hermana de Demetrio, una María Rojo en papel de Elba Esthercita, casar a Valentina con un amigo de la familia y exnovio de la chava, Ángel (Omar Chaparro, quien se da vuelo haciendo su numerito) y por supuesto en papel de mexicancurious ante Jason.

Por una lado, la película le apuesta, una vez más, como ya se vuelve costumbre en una parte del cine nacional, a los géneros hollywoodenses, en este caso la Chick–flick, que coquetea con el universo cinematográfico de las bodas, pero el personaje femenino, el de Valentina, está a años luz de la transgresión y parodia que se necesita para hacer una comedia efectiva. Valentina es un personaje en el fondo moralista y rígido. Nunca será una alocada novia fugitiva.

Y en cuanto al humor político, por decirle de algún modo, donde debe haber frescura y audacia, hay complacencia y estereotipos. Nunca vemos una verdadera crítica social, pero sí una caricatura de la caricatura, en esta caso de Nosotros los Nobles. Ante la ñoñería, El privilegio de mandar, palidece.

Lástima, la idea no era mala y hay buenos nombres involucrados.

¿Y cómo estuvo la boda? ¡Aburrida¡

@lamoviola

GERARDO GIL B.

Lo que salta con La boda de Valentina, (Marco Polo Constandse,2018) son algunos de los nombres involucrados detrás de cámara. Gente de probada trayectoria en el séptimo arte. Issa López y Beto Gómez en el guión (de este último parte la idea original con la colaboración de Santiago Limón) y Carlos Taibo como productor ejecutivo, aparecen en los créditos. Llama la atención y extraña por los resultados medianos del largometraje.

Porque La Boda de Valentina, fluye lenta, con flojera. Se muestra ante el público como un producto de molde, que no saca provecho de algunos buenos momentos. Es la más reciente apuesta de Videocine para complacer a su público de la televisión. Para muestra, parte del elenco.

Valentina (Marimar Vega) vive en Nueva York quitada de la pena y es novia del simplón gringo millonario Jason (Ryan Carnes), cursi como nada y que le ofrece matrimonio a su noviecita en público y arrodillado.

Lo que no le ha contado Valentina a su boyfriend, es que pertenece a una acaudalada y corrupta familia mexicana dedicada a la política. Demetrio (Christian Tappán), su padre, está en plena campaña para la Jefatura de Gobierno y con él toda una fauna de vividores: Oralia (Sabinne Moussier), su segunda esposa y madre de Bernardo (Jesús Zavala), quien es medio hermano de Valentina, un buenazo para nada, que en plena contienda electoral, se mete en un escándalo. Por cierto el personaje, quiere recordar al Javi de Luis Gerardo Méndez, pero nomás no. Además del patriarca Don Fidel (Álvaro Carcaño).

Para contener el escándalo y ocultar propiedades, se le ocurre a la corrupta y presa hermana de Demetrio, una María Rojo en papel de Elba Esthercita, casar a Valentina con un amigo de la familia y exnovio de la chava, Ángel (Omar Chaparro, quien se da vuelo haciendo su numerito) y por supuesto en papel de mexicancurious ante Jason.

Por una lado, la película le apuesta, una vez más, como ya se vuelve costumbre en una parte del cine nacional, a los géneros hollywoodenses, en este caso la Chick–flick, que coquetea con el universo cinematográfico de las bodas, pero el personaje femenino, el de Valentina, está a años luz de la transgresión y parodia que se necesita para hacer una comedia efectiva. Valentina es un personaje en el fondo moralista y rígido. Nunca será una alocada novia fugitiva.

Y en cuanto al humor político, por decirle de algún modo, donde debe haber frescura y audacia, hay complacencia y estereotipos. Nunca vemos una verdadera crítica social, pero sí una caricatura de la caricatura, en esta caso de Nosotros los Nobles. Ante la ñoñería, El privilegio de mandar, palidece.

Lástima, la idea no era mala y hay buenos nombres involucrados.

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