/ viernes 29 de diciembre de 2017

La Moviola | El gran showman

  •  El espectáculo más grande del mundo

por Gerardo Gil Ballesteros

Para tranquilidad del respetable, ya se está volviendo costumbre ver a míster Wolverine, Hugh Jackman, en pleno trance  emocional, entonando discretos gorgoritos en filmes musicales o entregas de premios. Al principio sí resultaba impactante ver a uno de los héroes icónicos del cine actual en esos menesteres, pero a fuerza de voluntad e insistencia, nos la hemos tomado bien y ha valido la pena.

Lo anterior viene a cuento, ya que en El gran showman (The greast showman, Michael Gracey,2017) Jackman da una muestra de lo que es ser un verdadero hombre espectáculo: baila, canta, ríe  llora y de paso nos lleva por las mismas  emociones   al público. En esto, hay algo de meta ficción, ya que interpreta a uno de los personajes icónicos del espectáculo mundial, un sujeto que ayudó a sentar las bases de uno de los negocios más rentables del mundo, el entretenimiento de la gente,  y que de paso su historia no tiene desperdicio: P. T. Barnum. Spielberg, Lucas y pandilla actual que los acompaña, palidecen de envidia ante la biografía de Barnum, quien sin rubor declaraba a la prensa, que su principal objetivo era llenarse los bolsos de dinero.

Y es que Barnum, es este tipo de personaje que es un bocado fino para cualquier actor. Por cierto en México, hace unos treinta años, lo interpretó Héctor Bonilla en una obra de teatro.

Phineas Taylor Barnum nació en el 5 de julio de 1810 en Connecticut y falleció en 1891. Sus espectáculos circenses tenían el transgresor gusto de lo amarillista y la verdad es que podría ser uno de los pioneros de la estridencia como entretenimiento. Pero más allá de estos datos biográficos, el filme apela a lo clásico e incluso los personajes son de claro aire dickeniano. Y para muestra, la sinopsis principal del filme.

Hijo de un sastre,  el pequeño Barnum (Ellis Rubin), acude a casa de un déspota millonario, para el que su padre Philo Barnum (Will Swenson) trabaja. La pequeña hija del dueño de la mansión, hace amistad con Barnum, ante la furia del adinerado hombre.

Años después, y ya adulto, Barnum (Hugh Jackman), se casa con su antigua amiga, Caridad (Michelle Williams), ante el disgusto de la familia de la chica. El futuro empresario circense, promete a su joven esposa una vida de lujos. A partir de este planteamiento, iniciará la creación del circo que inmortalizó al empresario.

Pero la película va más lejos por varias razones: En primer lugar, es inevitable recordar un clásico de la cinematografía, El espectáculo más grande del mundo (The greatest show on earth, Cecil B. DeMille, 1952), una de las joyas de la corona del importante director estadounidense. Y nos recuerda al clásico filme, no solo por el ambiente circense, sino por el universo de la ficción poco cínico, casi plano que envuelve a los personajes.

Es  verdad que Barnum, en algún punto del filme tiene dudas y traiciona sus ideales, pero eso será la trayectoria a vencer.

Hay algo idealista en el relato, tan ajeno al pragmatismo millennial, que se agradece.

Y a pesar de este optimismo, vía ¿por qué no? de un personaje a la self made man, el filme hace también una reflexión, no estridente, sobre la otredad. Carece del impacto  de Freaks (Tod Browning, 1932), digamos es más políticamente  correcta, pero nos deja la misma pregunta moral. ¿Dónde está la esencia de la monstruosidad?

Incluso la línea argumental sobre el amor interracial, vía el personaje de Philip Carlyle, el junior socio de Barnum (el infaltable en estos mesteres Zac Efron), con Anne (Zendaya), respira la más absoluta corrección. Pero lejos de molestar esto, por el universo en que se desarrolla la historia, se agradece.

El Barnum de Jackman, es un personaje proscrito, que nunca puede salir de su condición de paria, pero encuentra su lugar en personas similares a él. El filme, en suma, resulta una pieza demasiado sensible, para un sector del público, atragantado con las franquicias de verano y fin de año. Pero en términos cinematográficos, este musical tiene su valor en la sencillez y lo clásico.

 

En corto

Los mejores deseos para los amables lectores de La moviola, en este año que está por iniciar. 

Qué vengan buenas películas, o que sean por lo menos, interesantes de analizar.

 ¡Feliz 2018!

  •  El espectáculo más grande del mundo

por Gerardo Gil Ballesteros

Para tranquilidad del respetable, ya se está volviendo costumbre ver a míster Wolverine, Hugh Jackman, en pleno trance  emocional, entonando discretos gorgoritos en filmes musicales o entregas de premios. Al principio sí resultaba impactante ver a uno de los héroes icónicos del cine actual en esos menesteres, pero a fuerza de voluntad e insistencia, nos la hemos tomado bien y ha valido la pena.

Lo anterior viene a cuento, ya que en El gran showman (The greast showman, Michael Gracey,2017) Jackman da una muestra de lo que es ser un verdadero hombre espectáculo: baila, canta, ríe  llora y de paso nos lleva por las mismas  emociones   al público. En esto, hay algo de meta ficción, ya que interpreta a uno de los personajes icónicos del espectáculo mundial, un sujeto que ayudó a sentar las bases de uno de los negocios más rentables del mundo, el entretenimiento de la gente,  y que de paso su historia no tiene desperdicio: P. T. Barnum. Spielberg, Lucas y pandilla actual que los acompaña, palidecen de envidia ante la biografía de Barnum, quien sin rubor declaraba a la prensa, que su principal objetivo era llenarse los bolsos de dinero.

Y es que Barnum, es este tipo de personaje que es un bocado fino para cualquier actor. Por cierto en México, hace unos treinta años, lo interpretó Héctor Bonilla en una obra de teatro.

Phineas Taylor Barnum nació en el 5 de julio de 1810 en Connecticut y falleció en 1891. Sus espectáculos circenses tenían el transgresor gusto de lo amarillista y la verdad es que podría ser uno de los pioneros de la estridencia como entretenimiento. Pero más allá de estos datos biográficos, el filme apela a lo clásico e incluso los personajes son de claro aire dickeniano. Y para muestra, la sinopsis principal del filme.

Hijo de un sastre,  el pequeño Barnum (Ellis Rubin), acude a casa de un déspota millonario, para el que su padre Philo Barnum (Will Swenson) trabaja. La pequeña hija del dueño de la mansión, hace amistad con Barnum, ante la furia del adinerado hombre.

Años después, y ya adulto, Barnum (Hugh Jackman), se casa con su antigua amiga, Caridad (Michelle Williams), ante el disgusto de la familia de la chica. El futuro empresario circense, promete a su joven esposa una vida de lujos. A partir de este planteamiento, iniciará la creación del circo que inmortalizó al empresario.

Pero la película va más lejos por varias razones: En primer lugar, es inevitable recordar un clásico de la cinematografía, El espectáculo más grande del mundo (The greatest show on earth, Cecil B. DeMille, 1952), una de las joyas de la corona del importante director estadounidense. Y nos recuerda al clásico filme, no solo por el ambiente circense, sino por el universo de la ficción poco cínico, casi plano que envuelve a los personajes.

Es  verdad que Barnum, en algún punto del filme tiene dudas y traiciona sus ideales, pero eso será la trayectoria a vencer.

Hay algo idealista en el relato, tan ajeno al pragmatismo millennial, que se agradece.

Y a pesar de este optimismo, vía ¿por qué no? de un personaje a la self made man, el filme hace también una reflexión, no estridente, sobre la otredad. Carece del impacto  de Freaks (Tod Browning, 1932), digamos es más políticamente  correcta, pero nos deja la misma pregunta moral. ¿Dónde está la esencia de la monstruosidad?

Incluso la línea argumental sobre el amor interracial, vía el personaje de Philip Carlyle, el junior socio de Barnum (el infaltable en estos mesteres Zac Efron), con Anne (Zendaya), respira la más absoluta corrección. Pero lejos de molestar esto, por el universo en que se desarrolla la historia, se agradece.

El Barnum de Jackman, es un personaje proscrito, que nunca puede salir de su condición de paria, pero encuentra su lugar en personas similares a él. El filme, en suma, resulta una pieza demasiado sensible, para un sector del público, atragantado con las franquicias de verano y fin de año. Pero en términos cinematográficos, este musical tiene su valor en la sencillez y lo clásico.

 

En corto

Los mejores deseos para los amables lectores de La moviola, en este año que está por iniciar. 

Qué vengan buenas películas, o que sean por lo menos, interesantes de analizar.

 ¡Feliz 2018!

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