/ sábado 30 de diciembre de 2023

La Moviola / El niño y la garza. Poesía visual y narrativa

Seamos directos y sin tanto rollo: la obra de Miyazaki, poética a nivel visual y cargada de simbolismos es un legado, un conjunto en sí mismo. Y cada pieza, sin olvidar su independencia forma parte de su arte personalísimo. El niño y la garza su más reciente película resulta ser una de sus obras más emblemáticas e íntimas.

A pesar de tener como premisa la novela de 1937 ¿Cómo viven? de Genzaburo Yoshino, Miyazaki entrega una obra con tintes biográficos, así, en ese tono y en donde lo metafórico sustituye a lo protagónico. La carga poética, visual, narrativa, está presente en cada cuadro del filme.

Lanzada en Japón con un mínimo de publicidad, contradiciendo a los estándares de la industria mainstream en crisis que emboban al mundo consumista de anuncios de futuros fracasos súper heroicos, el filme animado cohesiona la compleja imaginación visual y referencial del artista, fundador de Estudios Ghibli en los años ochenta.

El niño y la garza deja conmovido a su público y lo hace sin estridencia. No lo necesita. Cada cuadro está cargado de referencias culturales y sensaciones. Hablar de metáforas y poesía es pleonasmo pero en el caso de Miyazaki se permite la licencia.

Por otro lado, es tiempo de recuentos como buena época de largo post modernismo y los grandes artistas que fijaron tendencias, gustos, sensibilidades e industria, se sinceran en sus pulsiones como si llegara el momento de iniciar un epílogo ante su público. Lo hizo Spielberg con Los Fabelman este año y hubo licencias pero no sutilezas. Miyazaki lo hace desde una perspectiva onírica, cultural, metafórica. Asunto de origen pues.

A pesar de esto, Miyazaki no está exento de pertenecer, sin que haya cedido en su extensa obra, a tener un alcance global. Lo mismo la disfruta y analiza un cineteco (moría de ganas de poner ese adjetivo), que un consumidor de palomitas. Sus filmes son en muchos sentidos fenómenos mundiales y tampoco se aíslan de un gusto popular. Porque El niño y la garza, incluso, funciona y muy bien, como una coming of age.

Durante la Guerra del Pacifico –así lo anuncia la sinopsis oficial y es un asunto cultura–-, Mahito, de 12 años, pierde a su madre en un incendio. Su padre se dedica a fabricar municiones áreas y tienen una posición holgada. El niño es un poco arrogante pero amoroso con su papá.

Pasado un tiempo y sin superar el dolor, Mahito se entera que su progenitor se casará con la hermana menor de su madre quien espera un niño y resulta ser amorosa. El joven resiste la nueva posición que tiene porque además ahora viven en una villa que está cerca de la fábrica. En medio de una melancolía que medio finge ni tener con carga de arrogancia, una garza se le aparece y lo acosa cual conciencia para llevarlo a un castillo abandonado. Esta será la premisa de una trama sobre el honor, la madurez y la valentía. Además del dolor y el duelo.

El niño y la garza es un cuento de tintes clásicos y metáforas ricas. Un deleite visual y sensorial. Un legado de un artista global que nunca ha hecho concesiones a una industria global perdida.

Imperdible en estos días. Por cierto las dos versiones, idioma original y en español valen mucho la pena. Destaca el trabajo de Emilio Treviño como Mahito y Alfonso Herrera en plan de garza.

Lo mejor en este año que inicia. Que 2024 sea tiempo de felicidad y alegría. ¡Felicidades!


Seamos directos y sin tanto rollo: la obra de Miyazaki, poética a nivel visual y cargada de simbolismos es un legado, un conjunto en sí mismo. Y cada pieza, sin olvidar su independencia forma parte de su arte personalísimo. El niño y la garza su más reciente película resulta ser una de sus obras más emblemáticas e íntimas.

A pesar de tener como premisa la novela de 1937 ¿Cómo viven? de Genzaburo Yoshino, Miyazaki entrega una obra con tintes biográficos, así, en ese tono y en donde lo metafórico sustituye a lo protagónico. La carga poética, visual, narrativa, está presente en cada cuadro del filme.

Lanzada en Japón con un mínimo de publicidad, contradiciendo a los estándares de la industria mainstream en crisis que emboban al mundo consumista de anuncios de futuros fracasos súper heroicos, el filme animado cohesiona la compleja imaginación visual y referencial del artista, fundador de Estudios Ghibli en los años ochenta.

El niño y la garza deja conmovido a su público y lo hace sin estridencia. No lo necesita. Cada cuadro está cargado de referencias culturales y sensaciones. Hablar de metáforas y poesía es pleonasmo pero en el caso de Miyazaki se permite la licencia.

Por otro lado, es tiempo de recuentos como buena época de largo post modernismo y los grandes artistas que fijaron tendencias, gustos, sensibilidades e industria, se sinceran en sus pulsiones como si llegara el momento de iniciar un epílogo ante su público. Lo hizo Spielberg con Los Fabelman este año y hubo licencias pero no sutilezas. Miyazaki lo hace desde una perspectiva onírica, cultural, metafórica. Asunto de origen pues.

A pesar de esto, Miyazaki no está exento de pertenecer, sin que haya cedido en su extensa obra, a tener un alcance global. Lo mismo la disfruta y analiza un cineteco (moría de ganas de poner ese adjetivo), que un consumidor de palomitas. Sus filmes son en muchos sentidos fenómenos mundiales y tampoco se aíslan de un gusto popular. Porque El niño y la garza, incluso, funciona y muy bien, como una coming of age.

Durante la Guerra del Pacifico –así lo anuncia la sinopsis oficial y es un asunto cultura–-, Mahito, de 12 años, pierde a su madre en un incendio. Su padre se dedica a fabricar municiones áreas y tienen una posición holgada. El niño es un poco arrogante pero amoroso con su papá.

Pasado un tiempo y sin superar el dolor, Mahito se entera que su progenitor se casará con la hermana menor de su madre quien espera un niño y resulta ser amorosa. El joven resiste la nueva posición que tiene porque además ahora viven en una villa que está cerca de la fábrica. En medio de una melancolía que medio finge ni tener con carga de arrogancia, una garza se le aparece y lo acosa cual conciencia para llevarlo a un castillo abandonado. Esta será la premisa de una trama sobre el honor, la madurez y la valentía. Además del dolor y el duelo.

El niño y la garza es un cuento de tintes clásicos y metáforas ricas. Un deleite visual y sensorial. Un legado de un artista global que nunca ha hecho concesiones a una industria global perdida.

Imperdible en estos días. Por cierto las dos versiones, idioma original y en español valen mucho la pena. Destaca el trabajo de Emilio Treviño como Mahito y Alfonso Herrera en plan de garza.

Lo mejor en este año que inicia. Que 2024 sea tiempo de felicidad y alegría. ¡Felicidades!