Cuando se comenta sobre el huracán Otis que devastó la costa de Acapulco se debe iniciar por solidarizarse con las víctimas que perdieron la vida, así como con todas las personas afectadas. Frente a la tragedia la respuesta debe ser la solidaridad, la paz y la unión nacional. Pero la polarización político electoral que padece México lo impide.
El presidente no ha dejado de atizar la polémica, de provocar y atacar, primero a la sociedad civil menospreciando su ayuda y lo que podría aportar a las poblaciones locales. Decidió concentrar la ayuda en manos de los militares lo que provocó incluso que en algunos puntos no dejarán fluir el tránsito de personas hacía Acapulco, y que llegó hasta una orden judicial instruyendo a las autoridades responsables para que permitieran el ingreso a “las inmediaciones de Acapulco” para entregar ayuda humanitaria. Segundo, contra los medios de comunicación por la difusión del desastre. Eso, en un país caracterizado por la violencia extrema contra periodistas y personas defensoras de derechos humanos. Del otro lado, varias personalidades políticas de oposición se la pasan reaccionando, declarando y siguen atrapadas en la narrativa y en la agenda que fija el presidente.
Entre el debate sobre si se avisó o no a tiempo a las poblaciones, queda claro que el aviso y la prevención no funcionaron para impedir la pérdida de vidas humanas. Las autoridades no cuentan con un plan de resiliencia que permita preparar el territorio y a las comunidades ante los riesgos y ante esos acontecimientos que van a suceder con cada vez más frecuencia, con cada vez más intensidad. Son los efectos de la crisis climática también despreciada por los gobiernos. México sigue sin contemplar la gravedad del fenómeno que cobra vidas. Sigue sin declarar la emergencia climática. Todo lo contrario: sigue con una política de falso desarrollo basado en el extractivismo, , la deforestación, la explotación y ultra dependencia a los hidrocarburos o la construcción de obras que ampliarán la urbanización salvaje de los espacios naturales.
Acapulco llegó a representar mucho para México y el mundo, pero hoy es el símbolo del fracaso del desarrollo depredador que tiene la oportunidad de repensarse con una estrategia basada en la resiliencia, en la diversificación de actividades económicas, poniendo al centro a la gente y a los ecosistemas locales. Todos los territorios afectados podrían beneficiarse de un fondo público-privado monitoreado y transparentado por la ciudadanía para la reconstrucción y el impulso de otro modelo de desarrollo. El plan de reconstrucción de las zonas afectadas (y no solamente los hoteles del gran capital) debe privilegiar la coordinación entre los municipios, entre todos los niveles de gobierno, entre todos los sectores (sociedad civil, ciencia, gobiernos, iniciativa privada). En esa tarea, la aportación de organismos internacionales o el enfoque de política comparada con otros países puede marcar la diferencia, para bien.
¿Cuál será el modelo de transparencia de la entrega de la ayuda humanitaria? ¿Cómo evitar el uso clientelar y más bien trabajar en la consolidación democrática y de organización social como puede suceder después de un desastre como en el sismo del 85? ¿Qué sigue para Acapulco?