/ miércoles 3 de julio de 2019

Regalazo al presidente en su día

Andrés Manuel López Obrador no ha tenido necesidad de esperar al uno de septiembre para restaurar lo que desde la oposición tanto censuró a los mandatarios en turno: el informe rendido por ley al Congreso de la Unión convertido en el Día del Presidente. Las diarias conferencias de prensa mañaneras le permiten fijar la agenda y dominar, desde la cúpula, todo el acontecer y la actividad del país.

Terminada la mañanera, en el resto de la jornada nada sucede, nada se mueve en el aparato oficial como no sea el comentario de lo dicho en el salón de la tesorería de Palacio Nacional. Los secretarios y altos funcionarios permanecen callados; inactivos deambulan cual sombras en los desiertos pasillos de sus dependencias.

Día del presidente fue el pasado lunes cuando desde la Plaza de la Constitución López Obrador rindió una especie de informe –monólogo anticipado a la fecha oficial ante el Congreso—para celebrar, de manera arbitraria el primer aniversario de su triunfo electoral el primero de julio anterior. Por decisión del presidente, medio país se paralizó, incluyendo la sesión del período extraordinario del Congreso por la ausencia de la mayoría de senadores de Morena que acudieron al Zócalo para acompañar al presidente en su mensaje. Ocho mil elementos de seguridad de la Ciudad de México, entre ellos los de la recién creada Guardia Nacional, vigilaron el orden antes, durante y después del acto al que asistieron también invitados especiales del Poder Legislativo, la Fiscalía General de Justicia, independiente y autónoma, y representantes de la iniciativa privada. Fue el Día del Presidente.

El resumen del documento leído por López Obrador en el templete de la Plaza de la Constitución comenzó desde el momento mismo de haber concluido el acto. Un día después, el Senado de la República hizo un gran regalo a López Obrador al aprobar en la Ley de Austeridad una partida secreta que permite al presidente el uso discrecional de los recursos obtenidos por la aplicación de esa ley.

Inusitadamente, durante hora y media López Obrador habló y leyó de corridito el texto elaborado seguramente por varios asesores, sin las desesperantes pausas de su habitual idioma ni los tropiezos gramaticales que lo caracterizan. La celebración de su triunfo electoral y de los primeros siete meses de su gobierno fue, en términos generales, una serie de repeticiones de sus comparecencias mañaneros ante la prensa. Ningún anuncio espectacular, nada nuevo. La reiteración machacona del advenimiento de una cuarta transformación que sepultará para siempre el régimen neoliberal y acabará con la corrupción. Entrega directa de los miles de millones de pesos a jóvenes, adultos, madres de familia, campesinos y hasta a gobiernos de otros países sin intermediario alguno. El despido y el desempleo de miles de trabajadores del gobierno, de organismos de control autónomos, el ahorro a machetazos presupuestales permiten al presidente disponer a discreción de las sumas para el despilfarro de los recursos del erario sin vigilancia alguna.

En el informe convertido en la descripción de un panorama en el que todo es ideal, logros y entierro de todo lo pasado, no faltó el tibio reconocimiento de algunas deudas de su gobierno en la cruzada contra la corrupción. La salud, el débil crecimiento económico y la persistencia de la inseguridad aparecieron finalmente en el discurso presidencial. Era el Día del Presidente. Frente a la realidad de la incertidumbre, los errores de las políticas para enfrentar esos problemas apenas señalados por el presidente, la promesa de que pronto, muy pronto, se les encontrará una solución. La fiesta celebratoria y la alegría de la muchedumbre concentrada en la gran plaza principal del país todo lo borran.

srio28@prodigy.net.mx

Andrés Manuel López Obrador no ha tenido necesidad de esperar al uno de septiembre para restaurar lo que desde la oposición tanto censuró a los mandatarios en turno: el informe rendido por ley al Congreso de la Unión convertido en el Día del Presidente. Las diarias conferencias de prensa mañaneras le permiten fijar la agenda y dominar, desde la cúpula, todo el acontecer y la actividad del país.

Terminada la mañanera, en el resto de la jornada nada sucede, nada se mueve en el aparato oficial como no sea el comentario de lo dicho en el salón de la tesorería de Palacio Nacional. Los secretarios y altos funcionarios permanecen callados; inactivos deambulan cual sombras en los desiertos pasillos de sus dependencias.

Día del presidente fue el pasado lunes cuando desde la Plaza de la Constitución López Obrador rindió una especie de informe –monólogo anticipado a la fecha oficial ante el Congreso—para celebrar, de manera arbitraria el primer aniversario de su triunfo electoral el primero de julio anterior. Por decisión del presidente, medio país se paralizó, incluyendo la sesión del período extraordinario del Congreso por la ausencia de la mayoría de senadores de Morena que acudieron al Zócalo para acompañar al presidente en su mensaje. Ocho mil elementos de seguridad de la Ciudad de México, entre ellos los de la recién creada Guardia Nacional, vigilaron el orden antes, durante y después del acto al que asistieron también invitados especiales del Poder Legislativo, la Fiscalía General de Justicia, independiente y autónoma, y representantes de la iniciativa privada. Fue el Día del Presidente.

El resumen del documento leído por López Obrador en el templete de la Plaza de la Constitución comenzó desde el momento mismo de haber concluido el acto. Un día después, el Senado de la República hizo un gran regalo a López Obrador al aprobar en la Ley de Austeridad una partida secreta que permite al presidente el uso discrecional de los recursos obtenidos por la aplicación de esa ley.

Inusitadamente, durante hora y media López Obrador habló y leyó de corridito el texto elaborado seguramente por varios asesores, sin las desesperantes pausas de su habitual idioma ni los tropiezos gramaticales que lo caracterizan. La celebración de su triunfo electoral y de los primeros siete meses de su gobierno fue, en términos generales, una serie de repeticiones de sus comparecencias mañaneros ante la prensa. Ningún anuncio espectacular, nada nuevo. La reiteración machacona del advenimiento de una cuarta transformación que sepultará para siempre el régimen neoliberal y acabará con la corrupción. Entrega directa de los miles de millones de pesos a jóvenes, adultos, madres de familia, campesinos y hasta a gobiernos de otros países sin intermediario alguno. El despido y el desempleo de miles de trabajadores del gobierno, de organismos de control autónomos, el ahorro a machetazos presupuestales permiten al presidente disponer a discreción de las sumas para el despilfarro de los recursos del erario sin vigilancia alguna.

En el informe convertido en la descripción de un panorama en el que todo es ideal, logros y entierro de todo lo pasado, no faltó el tibio reconocimiento de algunas deudas de su gobierno en la cruzada contra la corrupción. La salud, el débil crecimiento económico y la persistencia de la inseguridad aparecieron finalmente en el discurso presidencial. Era el Día del Presidente. Frente a la realidad de la incertidumbre, los errores de las políticas para enfrentar esos problemas apenas señalados por el presidente, la promesa de que pronto, muy pronto, se les encontrará una solución. La fiesta celebratoria y la alegría de la muchedumbre concentrada en la gran plaza principal del país todo lo borran.

srio28@prodigy.net.mx