/ miércoles 29 de mayo de 2024

Vota por la democracia

Este 2 de junio los mexicanos tenemos una cita con nuestra historia y con el futuro. La invaluable oportunidad, que sólo se da en una democracia, de definir nuestro destino colectivo. Lo más importante, si queremos que la nuestra, la aún muy joven democracia mexicana, perviva.

Por eso hoy es preciso recordar nuestro pasado. Que desde su Independencia, México no tuvo esa oportunidad, salvo en breves y accidentadas coyunturas, hasta que la transición democrática fue consolidándose en los años 90. Con sus imperfecciones y desilusiones, pero como una realidad que empodera a ciudadanos, leyes e instituciones, y que pone límites a personas y grupos en los gobiernos en turno.

Porque democracia no es sólo el poder del voto: debe prolongarse con el control que tienen ciudadanos, leyes e instituciones sobre quienes gobiernan con un poder emanado de nuestro voto, pero delegado y acotado, no ilimitado ni discrecional.

Los ciudadanos más jóvenes que votarán por primera vez –esperemos que masivamente– han vivido bajo ese sistema democrático toda su vida, pero quienes tenemos más años sabemos que es algo novedoso. Que la política en el país antes estuvo dominada por un régimen de máxima concentración en el centro, en el Ejecutivo Federal y en un partido hegemónico; sin división de poderes efectiva ni instituciones autónomas como las que ahora tenemos, como el INE o el Banco de México.

Las votaciones sí eran un trámite, o casi. También la aprobación de leyes y la justicia, a discreción del poder central. Como en muchos otros países, pudimos transitar a la democracia en el paso entre el Siglo XX y el XXI, y hoy, como muchas democracias, la nuestra está en peligro.

Quienes hemos conocido los dos Méxicos no podemos llamarnos a engaño. No podemos taparnos los ojos ante el acoso contra las instituciones y los principios democráticos mismos; contra la independencia de los poderes Judicial y Legislativo, de los organismos constitucionalmente autónomos; contra la interlocución republicana y el diálogo democrático, roto ante el cultivo de la polarización desde una posición de suma cero y una sola visión que descalifica a las otras.

El proyecto oficialista es claro en la intención de llevar más adelante y más rápido ese proceso de reconcentración del poder público y dilución de controles y contrapesos.

Por eso, esta es una votación que obliga a pensar en la historia tanto como en el porvenir. Para hacernos esas preguntas claves de elección y destino: de dónde venimos, adónde vamos y adónde deberíamos ir. La disyuntiva entre seguir apostando por la democracia como medio para procesar los retos y las diferencias de una sociedad diversa y plural, o una vuelta en U, a un México donde la democracia era un recurso más que nada retórico.

Vota por la democracia si quieres que quienes gobiernen lo hagan con la premisa de que ley es la ley, no su interpretación o su acatamiento en función de su ideología o necesidades políticas.

Si quieres que jueces, tribunales y la Suprema Corte de Justicia sean independientes e imparciales, sujetas a la Constitución y a las leyes, y no a gobernantes y a un partido, vota por la democracia.

También si quieres que el Poder Legislativo represente a los ciudadanos, que es su razón de ser, y sea reflejo de nuestra diversidad social y pluralidad política. Si prefieres un Congreso donde los cambios a leyes y los presupuestos públicos se estudien y debatan a fondo, consultando a los ciudadanos y a especialistas. Que no sea un simple tramitador de los deseos de gobernantes en turno o un partido. Que, además, sea capaz de ejercer una función de vigilancia y control, de cogobierno, nunca de sumisión.

Vota por la democracia si crees que en diversos asuntos fundamentales para la nación se requieren organismos con independencia y competencias técnicas especializadas, que den elemental estabilidad y confianza, ajenos a la competencia partidista.

Piensa en el INE para los procesos electorales o en el INAI, para que sean leyes puntuales y una instancia independiente y especializada la que determine qué información gubernamental debe hacerse pública y no esconderse, o qué datos privados están protegidos. Si no quieres que eso lo decida discrecionalmente un funcionario o un político, vota como demócrata.

Igualmente, si crees que los gobernantes deben gobernar para todos, escuchando a todos, aunque no comulguen con sus ideas y objetivos; dialogando para encontrar puntos en común, no sólo buscando imponer.

Vota por la democracia si crees que las mayorías deciden, pero que eso no implica la exclusión o la negación de las minorías, que pueden hacerse mayorías en cada elección. Ahí reside el gran poder del voto para corregir cuando nos equivocamos o se requiere probar otro camino.

Si piensas que la historia de una nación se escribe todos los días, por 130 millones de mexicanos, y no por decreto o recurso narrativo de un gobernante, partido o ideología, vota como demócrata.

No des todo el poder a quien te vende una versión adulterada de la historia y la democracia, como un dogma de única e irreversible vía, la suya. Máxime si es a cambio de la renuncia al control de quienes pueden ser representantes legítimos, pero temporales y acotados.

Vota por la democracia si no aceptas que se quiera imponer una relación clientelar con una fórmula política antidemocrática a cambio de programas como la pensión universal a adultos mayores, que son ya un derecho y se sostienen con el producto del trabajo de millones de mexicanos.

De entrada, no des carta blanca en el Congreso a un gobierno de ese tipo en el Ejecutivo. Vota como demócrata: antes que tu preferencia partidista, tu derecho a decidir y a que tus representantes gobiernen bajo control y a prueba, no como mandamases.

Si crees que dar demasiado poder a un gobernante o a un partido implica poner en riesgo tus derechos y libertad, vota por la democracia.

Este 2 de junio los mexicanos tenemos una cita con nuestra historia y con el futuro. La invaluable oportunidad, que sólo se da en una democracia, de definir nuestro destino colectivo. Lo más importante, si queremos que la nuestra, la aún muy joven democracia mexicana, perviva.

Por eso hoy es preciso recordar nuestro pasado. Que desde su Independencia, México no tuvo esa oportunidad, salvo en breves y accidentadas coyunturas, hasta que la transición democrática fue consolidándose en los años 90. Con sus imperfecciones y desilusiones, pero como una realidad que empodera a ciudadanos, leyes e instituciones, y que pone límites a personas y grupos en los gobiernos en turno.

Porque democracia no es sólo el poder del voto: debe prolongarse con el control que tienen ciudadanos, leyes e instituciones sobre quienes gobiernan con un poder emanado de nuestro voto, pero delegado y acotado, no ilimitado ni discrecional.

Los ciudadanos más jóvenes que votarán por primera vez –esperemos que masivamente– han vivido bajo ese sistema democrático toda su vida, pero quienes tenemos más años sabemos que es algo novedoso. Que la política en el país antes estuvo dominada por un régimen de máxima concentración en el centro, en el Ejecutivo Federal y en un partido hegemónico; sin división de poderes efectiva ni instituciones autónomas como las que ahora tenemos, como el INE o el Banco de México.

Las votaciones sí eran un trámite, o casi. También la aprobación de leyes y la justicia, a discreción del poder central. Como en muchos otros países, pudimos transitar a la democracia en el paso entre el Siglo XX y el XXI, y hoy, como muchas democracias, la nuestra está en peligro.

Quienes hemos conocido los dos Méxicos no podemos llamarnos a engaño. No podemos taparnos los ojos ante el acoso contra las instituciones y los principios democráticos mismos; contra la independencia de los poderes Judicial y Legislativo, de los organismos constitucionalmente autónomos; contra la interlocución republicana y el diálogo democrático, roto ante el cultivo de la polarización desde una posición de suma cero y una sola visión que descalifica a las otras.

El proyecto oficialista es claro en la intención de llevar más adelante y más rápido ese proceso de reconcentración del poder público y dilución de controles y contrapesos.

Por eso, esta es una votación que obliga a pensar en la historia tanto como en el porvenir. Para hacernos esas preguntas claves de elección y destino: de dónde venimos, adónde vamos y adónde deberíamos ir. La disyuntiva entre seguir apostando por la democracia como medio para procesar los retos y las diferencias de una sociedad diversa y plural, o una vuelta en U, a un México donde la democracia era un recurso más que nada retórico.

Vota por la democracia si quieres que quienes gobiernen lo hagan con la premisa de que ley es la ley, no su interpretación o su acatamiento en función de su ideología o necesidades políticas.

Si quieres que jueces, tribunales y la Suprema Corte de Justicia sean independientes e imparciales, sujetas a la Constitución y a las leyes, y no a gobernantes y a un partido, vota por la democracia.

También si quieres que el Poder Legislativo represente a los ciudadanos, que es su razón de ser, y sea reflejo de nuestra diversidad social y pluralidad política. Si prefieres un Congreso donde los cambios a leyes y los presupuestos públicos se estudien y debatan a fondo, consultando a los ciudadanos y a especialistas. Que no sea un simple tramitador de los deseos de gobernantes en turno o un partido. Que, además, sea capaz de ejercer una función de vigilancia y control, de cogobierno, nunca de sumisión.

Vota por la democracia si crees que en diversos asuntos fundamentales para la nación se requieren organismos con independencia y competencias técnicas especializadas, que den elemental estabilidad y confianza, ajenos a la competencia partidista.

Piensa en el INE para los procesos electorales o en el INAI, para que sean leyes puntuales y una instancia independiente y especializada la que determine qué información gubernamental debe hacerse pública y no esconderse, o qué datos privados están protegidos. Si no quieres que eso lo decida discrecionalmente un funcionario o un político, vota como demócrata.

Igualmente, si crees que los gobernantes deben gobernar para todos, escuchando a todos, aunque no comulguen con sus ideas y objetivos; dialogando para encontrar puntos en común, no sólo buscando imponer.

Vota por la democracia si crees que las mayorías deciden, pero que eso no implica la exclusión o la negación de las minorías, que pueden hacerse mayorías en cada elección. Ahí reside el gran poder del voto para corregir cuando nos equivocamos o se requiere probar otro camino.

Si piensas que la historia de una nación se escribe todos los días, por 130 millones de mexicanos, y no por decreto o recurso narrativo de un gobernante, partido o ideología, vota como demócrata.

No des todo el poder a quien te vende una versión adulterada de la historia y la democracia, como un dogma de única e irreversible vía, la suya. Máxime si es a cambio de la renuncia al control de quienes pueden ser representantes legítimos, pero temporales y acotados.

Vota por la democracia si no aceptas que se quiera imponer una relación clientelar con una fórmula política antidemocrática a cambio de programas como la pensión universal a adultos mayores, que son ya un derecho y se sostienen con el producto del trabajo de millones de mexicanos.

De entrada, no des carta blanca en el Congreso a un gobierno de ese tipo en el Ejecutivo. Vota como demócrata: antes que tu preferencia partidista, tu derecho a decidir y a que tus representantes gobiernen bajo control y a prueba, no como mandamases.

Si crees que dar demasiado poder a un gobernante o a un partido implica poner en riesgo tus derechos y libertad, vota por la democracia.