/ sábado 25 de julio de 2020

Hojas de papel volando | Arte religioso mexicano. Miradas al cielo

¿Quién hizo estas joyas; qué manos labraron o pintaron este o aquel dintel, cúpula... lienzo...?

Hay un silencio amigable. Un silencio que obliga al recato. Aunque, como murmullos, en la tenue luz de aquellas enormes naves apenas se escuchan algunos pasos lejanos, muy tenues también; el ruido de alguna puerta de madera que se abre y produce eco en los altísimos techos, el ruido de objetos que se acomodan, luego de nuevo pasos y el silencio.

Uno camina sobre las baldosas y quisiera que nuestros pasos no perturbaran el lugar, elevarse del piso y no tocarlo. Hay una especie de suave emoción frente a la quietud de los altares...”Como en la sacra, soledad del templo, sin ver a Dios se siente su presencia...” (Manuel M. Flores).

Ignoro si así será en todas las religiones, alguna vez asistí a una sinagoga judía en la colonia Polanco de la Ciudad de México y así era también.

En la católica ese mirar al frente con cierto arrobo es así. En muchos casos son altares que son filigrana, intensidad, locura de emoción. Y aunque no se sea católico, la vista de aquel solemne lugar impone a todos. ¿O será el reconocimiento del paso del tiempo en aquella orfebrería y arte? ¿O la idea misma de que ahí el tiempo se detuvo y que se tiene a la mano, a la vista? ¿Quién hizo estas joyas; qué manos labraron o pintaron este o aquel dintel, cúpula... lienzo...?

Y sigue el camino casi de puntitas para acercarse a los muros de esas iglesias mexicanas que aquí o allá están cubiertas con obra religiosa. Con mucha frecuencia el mismo templo es una obra arte de la arquitectura religiosa de México... Manos mexicanas los construyeron. Manos mexicanas pintaron. Manos mexicanas decoraron... por siglos.

El arte religioso de México tiene mucho de qué presumir. A pesar de los pesares y porque durante casi tres siglos significó el modo de expresión de artistas, arquitectos, plateros, artesanos, orfebres, tejedores, escultores de lo que fue la Colonia.

A la llegada de los españoles traían consigo la espada y la cruz. La primera arrasó de forma sangrienta con lo que se le ponía enfrente para hacerse de estas tierras y, sobre todo, sus metales. Con la cruz se transformó la religión prehispánica en una nueva.

(Si los habitantes de estos territorios ofrecían vidas para perpetuar la existencia de sus dioses, a la inversa –y esto fue algo que les sorprendió-, un hombre-profeta-Dios, ofreció su vida para perpetuar al ser humano...)

Así que aquello para ellos fue –ahí sí-- el choque de las civilizaciones. Porque aquí ya había seres humanos inteligentes, creativos, fuertes, con imaginación, trabajo, arte y religión. Eran culturas dispersas, pero culturas muchas que hacían una: la de los hombres de maíz.

Casi todo el arte prehispánico tiene un sentido religioso, teocrático. El cambio impuesto fue incomprensible, y asumido en años. La conversión obligada propició el mestizaje religioso en el que aun hoy conviven vestigios de aquellas creencias con la novedad que llegaba de ultramar.

El arte comenzó también la transfiguración. De aquellas obras arquitectónicas monumentales que habían creado los hombres de este continente, comenzaron a ser destruidos para edificar sobre ellos y con las mismas piedras los nuevos templos. Los españoles, a diferencia de otros conquistadores de la época, decidieron eliminar los vestigios del antes, para construir su presente. Y los hombres y mujeres de aquí, contribuyeron –por la fuerza- a la edificación de ese nuevo mundo.

Y aunque la arquitectura, la pintura, la orfebrería, la joyería, que traían los españoles, acarreaba la costumbre del Renacimiento europeo; aquí, con la participación indígena adquirió nuevas formas y colores y matices y emociones... Nueva expresión se hizo arte.

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Según el estudioso Alfonso Rubio Rubio, “...a pesar de su dependencia de la cultura española, el arte novohispano acusará en las diversas etapas de su desenvolvimiento características locales y un lenguaje decorativo que permite su identificación.

“Son de señalarse a este respecto tres fenómenos de gran relevancia para la cultura, particularmente para la expresión artística: (i) el mestizaje étnico entre españoles e indígenas operado durante la dominación, (ii) la progresiva occidentalización de éstos y su participación como agentes en las obras culturales y (iii) la creciente conciencia en los hijos de españoles nacidos en México –criollos- de su carácter americano, distinto al de los españoles peninsulares.”

Las nuevas formas artísticas religiosas, eran utilizadas para la evangelización, para el fortalecimiento de la iglesia Católica y para fortalecer la unidad en torno a una sola creencia teológica.

Y se transformó en arte en plateresco, barroco, churrigueresco (o ultra-barroco).Y se transformó en iglesias de monumental arquitectura, cuya estructura y fachadas dan muestra de la exuberancia del arte mestizo, el arte mexicano, hecho y derecho... Y fueron, también, el resultado de la pugna entre las órdenes religiosas que llegaron a catequizar: Agustinos, Franciscanos, Dominicos, Jesuitas.

Ahí está Santa Prisca, en Taxco; o Santo Domingo en Oaxaca; la mismísima catedral de México en el Zócalo de la capital... Muchos más. Hay muchos ejemplos vivos de aquella arquitectura en casas que eran palacios, pero sobre todo iglesias, conventos, monasterios...

Algunas iglesias tenían que ser construidas sin techos porque el indígena mexicano no estaba acostumbrado a realizar sus ceremonias religiosas en el encierro, y no acudían a esos templos cerrados. Un ejemplo de este arte está en la iglesia de Cuilapam de Guerrero, en los Valles centrales de Oaxaca.

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Hay también el arte pictórico, su orfebrería en objetos religiosos... Según estadísticas recientes de la Conferencia del Episcopado Mexicano y de la Arquidiócesis de la capital mexicana, existen 19 mil templos religiosos que, en su mayoría, resguardan arte sacro.

Así que el arte religioso mexicano no sólo se cumple en la arquitectura; también en la orfebrería, de la que los indígenas hacían gala en sus objetos de ornato también de tipo religioso. El oro, la plata, las piedras como el jade, el ónix... Así como la cerámica en barro, de cuyos utensilios hay cientos de muestras en todo el territorio mexicano, o el papel amate..., los ex votos, la poesía...

“No me mueve, mi Dios, para quererte; el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte”, de autor anónimo.

O Sor Juana Inés de la Cruz: “En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento, poner bellezas en mi entendimiento, y no mi entendimiento en las bellezas?” ¡Qué tal!

Sobresalen por su vigencia aun hoy, la arquitectura religiosa y la pintura. Un arte que durante años fue creado para honor y gloria de la religión católica, para la catequización y como ejemplo de la grandeza de la nueva cultura mestiza y criolla: “Mitad locura, mitad santidad”.

Mucho de este arte era patrocinado por los grandes capitales que ya había en la Nueva España y otras provincias, sobre todo por aquellos españoles y luego criollos que se habían enriquecido con la minería y con la agricultura. Querían, así, expiar sus culpas o “pagar favores recibidos”.

En la pintura sobresalen artistas indígenas, como es el enorme Miguel Cabrera (San Miguel Tlalixtac, Oaxaca, 1695-1768) quien realizó grandes lienzos para la orden de los Jesuitas, y cuya obra, dispersa, es ejemplo de la escuela mexicana del arte religioso; como también Cristóbal de Villalpando y más tarde Santiago Rebull, entre muchos.

El arte religioso en México ha sido objeto de saqueo permanente y cuyas muestras están en algunos de los grandes museos del mundo, o en colecciones particulares.

(El robo de arte sacro en el país aumentó 600% en este siglo. Según datos del Episcopado Mexicano, en promedio, cada semana 26 iglesias mexicanas sufren robos de óleos y esculturas. Tan sólo entre 2001 y 2010 se sabe que fueron robadas más de 400 obras de arte sacro, correspondientes a la época virreinal).

Pero shhhhh... guardar silencio es lo mejor mientras caminamos, vemos, palpamos el arte que nos caracteriza, que nos da origen y sentido y del que surgirían luego los grandes artistas mexicanos con otras escuelas, otras técnicas, otras intenciones sociales o políticas, pero cuya raíz está ahí, aún vigente y orgullosamente mexicana: “De la famosa México el asiento...”

joelhsantiago@gmail.com


Hay un silencio amigable. Un silencio que obliga al recato. Aunque, como murmullos, en la tenue luz de aquellas enormes naves apenas se escuchan algunos pasos lejanos, muy tenues también; el ruido de alguna puerta de madera que se abre y produce eco en los altísimos techos, el ruido de objetos que se acomodan, luego de nuevo pasos y el silencio.

Uno camina sobre las baldosas y quisiera que nuestros pasos no perturbaran el lugar, elevarse del piso y no tocarlo. Hay una especie de suave emoción frente a la quietud de los altares...”Como en la sacra, soledad del templo, sin ver a Dios se siente su presencia...” (Manuel M. Flores).

Ignoro si así será en todas las religiones, alguna vez asistí a una sinagoga judía en la colonia Polanco de la Ciudad de México y así era también.

En la católica ese mirar al frente con cierto arrobo es así. En muchos casos son altares que son filigrana, intensidad, locura de emoción. Y aunque no se sea católico, la vista de aquel solemne lugar impone a todos. ¿O será el reconocimiento del paso del tiempo en aquella orfebrería y arte? ¿O la idea misma de que ahí el tiempo se detuvo y que se tiene a la mano, a la vista? ¿Quién hizo estas joyas; qué manos labraron o pintaron este o aquel dintel, cúpula... lienzo...?

Y sigue el camino casi de puntitas para acercarse a los muros de esas iglesias mexicanas que aquí o allá están cubiertas con obra religiosa. Con mucha frecuencia el mismo templo es una obra arte de la arquitectura religiosa de México... Manos mexicanas los construyeron. Manos mexicanas pintaron. Manos mexicanas decoraron... por siglos.

El arte religioso de México tiene mucho de qué presumir. A pesar de los pesares y porque durante casi tres siglos significó el modo de expresión de artistas, arquitectos, plateros, artesanos, orfebres, tejedores, escultores de lo que fue la Colonia.

A la llegada de los españoles traían consigo la espada y la cruz. La primera arrasó de forma sangrienta con lo que se le ponía enfrente para hacerse de estas tierras y, sobre todo, sus metales. Con la cruz se transformó la religión prehispánica en una nueva.

(Si los habitantes de estos territorios ofrecían vidas para perpetuar la existencia de sus dioses, a la inversa –y esto fue algo que les sorprendió-, un hombre-profeta-Dios, ofreció su vida para perpetuar al ser humano...)

Así que aquello para ellos fue –ahí sí-- el choque de las civilizaciones. Porque aquí ya había seres humanos inteligentes, creativos, fuertes, con imaginación, trabajo, arte y religión. Eran culturas dispersas, pero culturas muchas que hacían una: la de los hombres de maíz.

Casi todo el arte prehispánico tiene un sentido religioso, teocrático. El cambio impuesto fue incomprensible, y asumido en años. La conversión obligada propició el mestizaje religioso en el que aun hoy conviven vestigios de aquellas creencias con la novedad que llegaba de ultramar.

El arte comenzó también la transfiguración. De aquellas obras arquitectónicas monumentales que habían creado los hombres de este continente, comenzaron a ser destruidos para edificar sobre ellos y con las mismas piedras los nuevos templos. Los españoles, a diferencia de otros conquistadores de la época, decidieron eliminar los vestigios del antes, para construir su presente. Y los hombres y mujeres de aquí, contribuyeron –por la fuerza- a la edificación de ese nuevo mundo.

Y aunque la arquitectura, la pintura, la orfebrería, la joyería, que traían los españoles, acarreaba la costumbre del Renacimiento europeo; aquí, con la participación indígena adquirió nuevas formas y colores y matices y emociones... Nueva expresión se hizo arte.

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Según el estudioso Alfonso Rubio Rubio, “...a pesar de su dependencia de la cultura española, el arte novohispano acusará en las diversas etapas de su desenvolvimiento características locales y un lenguaje decorativo que permite su identificación.

“Son de señalarse a este respecto tres fenómenos de gran relevancia para la cultura, particularmente para la expresión artística: (i) el mestizaje étnico entre españoles e indígenas operado durante la dominación, (ii) la progresiva occidentalización de éstos y su participación como agentes en las obras culturales y (iii) la creciente conciencia en los hijos de españoles nacidos en México –criollos- de su carácter americano, distinto al de los españoles peninsulares.”

Las nuevas formas artísticas religiosas, eran utilizadas para la evangelización, para el fortalecimiento de la iglesia Católica y para fortalecer la unidad en torno a una sola creencia teológica.

Y se transformó en arte en plateresco, barroco, churrigueresco (o ultra-barroco).Y se transformó en iglesias de monumental arquitectura, cuya estructura y fachadas dan muestra de la exuberancia del arte mestizo, el arte mexicano, hecho y derecho... Y fueron, también, el resultado de la pugna entre las órdenes religiosas que llegaron a catequizar: Agustinos, Franciscanos, Dominicos, Jesuitas.

Ahí está Santa Prisca, en Taxco; o Santo Domingo en Oaxaca; la mismísima catedral de México en el Zócalo de la capital... Muchos más. Hay muchos ejemplos vivos de aquella arquitectura en casas que eran palacios, pero sobre todo iglesias, conventos, monasterios...

Algunas iglesias tenían que ser construidas sin techos porque el indígena mexicano no estaba acostumbrado a realizar sus ceremonias religiosas en el encierro, y no acudían a esos templos cerrados. Un ejemplo de este arte está en la iglesia de Cuilapam de Guerrero, en los Valles centrales de Oaxaca.

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Hay también el arte pictórico, su orfebrería en objetos religiosos... Según estadísticas recientes de la Conferencia del Episcopado Mexicano y de la Arquidiócesis de la capital mexicana, existen 19 mil templos religiosos que, en su mayoría, resguardan arte sacro.

Así que el arte religioso mexicano no sólo se cumple en la arquitectura; también en la orfebrería, de la que los indígenas hacían gala en sus objetos de ornato también de tipo religioso. El oro, la plata, las piedras como el jade, el ónix... Así como la cerámica en barro, de cuyos utensilios hay cientos de muestras en todo el territorio mexicano, o el papel amate..., los ex votos, la poesía...

“No me mueve, mi Dios, para quererte; el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte”, de autor anónimo.

O Sor Juana Inés de la Cruz: “En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento, poner bellezas en mi entendimiento, y no mi entendimiento en las bellezas?” ¡Qué tal!

Sobresalen por su vigencia aun hoy, la arquitectura religiosa y la pintura. Un arte que durante años fue creado para honor y gloria de la religión católica, para la catequización y como ejemplo de la grandeza de la nueva cultura mestiza y criolla: “Mitad locura, mitad santidad”.

Mucho de este arte era patrocinado por los grandes capitales que ya había en la Nueva España y otras provincias, sobre todo por aquellos españoles y luego criollos que se habían enriquecido con la minería y con la agricultura. Querían, así, expiar sus culpas o “pagar favores recibidos”.

En la pintura sobresalen artistas indígenas, como es el enorme Miguel Cabrera (San Miguel Tlalixtac, Oaxaca, 1695-1768) quien realizó grandes lienzos para la orden de los Jesuitas, y cuya obra, dispersa, es ejemplo de la escuela mexicana del arte religioso; como también Cristóbal de Villalpando y más tarde Santiago Rebull, entre muchos.

El arte religioso en México ha sido objeto de saqueo permanente y cuyas muestras están en algunos de los grandes museos del mundo, o en colecciones particulares.

(El robo de arte sacro en el país aumentó 600% en este siglo. Según datos del Episcopado Mexicano, en promedio, cada semana 26 iglesias mexicanas sufren robos de óleos y esculturas. Tan sólo entre 2001 y 2010 se sabe que fueron robadas más de 400 obras de arte sacro, correspondientes a la época virreinal).

Pero shhhhh... guardar silencio es lo mejor mientras caminamos, vemos, palpamos el arte que nos caracteriza, que nos da origen y sentido y del que surgirían luego los grandes artistas mexicanos con otras escuelas, otras técnicas, otras intenciones sociales o políticas, pero cuya raíz está ahí, aún vigente y orgullosamente mexicana: “De la famosa México el asiento...”

joelhsantiago@gmail.com


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