/ viernes 21 de febrero de 2020

Hojas de papel volando | Mujeres han sido…

Se llamaba Daría y sí creo que fue una mujer feliz… aunque también tenía sus momentos de tristeza.

Me acuerdo de ella. Sí. Siempre. Era bajita. Era delgada y caminaba erguida. Siempre erguida. Era ágil en sus movimientos y en su andar. Le gustaba usar faldas de satín coloridas. Y blusas “de cajón”, como se les llama en Oaxaca. Su rebozo anudado en la cabeza era su emblema femenino.

Al hablar siempre tenía respuestas a mis preguntas y siempre guardaba silencio cuando estaba ensimismada –que era frecuente-. Se llamaba Daría y sí creo que fue una mujer feliz… aunque también tenía sus momentos de tristeza.

Y estos momentos de tristeza los notábamos porque de pronto en la noche, cuando todo estaba en silencio y a oscuras en nuestra casa, percibíamos que se levantaba, encendía un cigarrillo y a orillas de su cama se sentaba para fumar sus recuerdos. En la penumbra apenas se advertía el cigarro que se encendía de tiempo en tiempo cuando lo aspiraba… Era ella en sus momentos de melancolía… ¿por qué? Nunca lo supe. No le pregunté. Yo tenía unos cuantos años, pero lo sabía.

Pero sobre todo era una mujer fuerte. De mucho trabajo. De carácter fuerte. De dulce carácter: ambos. Era dedicada y colaboraba con el abuelo “para sacar adelante la casa”. Madre hacía lo suyo con fervor y amor por nosotros, los hermanos.

En tanto, la abuela Daría no tenía fin desde la madrugada cuando se levantaba y comenzaba el trajín y así todo el día. Me gustaba verla mientras recorría el patio de la casa de un lado a otro. Dando órdenes. Exigiendo esto o lo otro. Que todo estuviera en su lugar y en tiempo.

Nunca supo leer o escribir. Pero le gustaba escuchar la radio y le gustaba que le leyeran el periódico: “La Prensa”. Ahí se encontraba. Y luego comentaba lo que le había leído el abuelo. De esto ya he platicado, pues fue con la lectura de nuestro periódico como aprendí a leer, a escribir y a imaginar eso que era el periodismo y que me hacía viajar-soñar-escribir-leer…ver, oír.

El abuelo leía en voz alta y abuela y nietos quedábamos quietos escuchando aquellas lecturas. Ella mientras tanto nos preparaba semillas de calabaza fritas, para el momento. Todavía me gustan mucho y cuando las como me acuerdo de aquellas tardes, de aquellas pláticas, de la presencia de todos ellos y de que fui niño y feliz, con ellos. Con ella. Y guardo silencio respetuoso.

Nos quería mucho a todos aunque no era melosa ni caramelosa. Sus muestras de afecto se expresaban en trabajo y en prepararnos ricos platillos de acuerdo con la economía de la casa. Y siempre había comida-casa y sustento.

Era el Eje Central de aquel hogar que era feliz porque ella era feliz y porque sabía defenderse de los avatares humanos y del tiempo.

Y es así que fue la primer mujer que conocí “con esas agallas” para vivir y para defenderse de la vida y de quienes querían pasar los límites e intentaran agraviarla. Nunca se dejó. No estaba en ella. Digamos que a su manera fue precursora del feminismo mexicano. Luchar: Trabajar: Defender sus derechos: Nunca dejarse: Ser ella y ella misma: toda una mujer.

Adelante conocí a mujeres así. Mi madre una de ellas. Ya les platicaré esa historia que es otra hermosa historia sin fin. La más querida. Pero también aquello me enseñó que a la mujer hay que respetarla, hay que acatar sus propios espacios y garantizar que ellas nos digan en su propia voz lo que viven, lo que quieren y cómo lo quieren. Y que una mujer es distinta a un hombre. Y por lo mismo es un asunto de género en el que naufraga la mejor barca en mares propicios: solo así.

Mujeres han sido aquellas que construyeron su propia vida y otras vidas. Mujer fue Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), la monja rebelde que se decidió a enfrentar a su cerrada mundo religioso y social para ser ella y escribir lo que le venía en gana, a pesar de todo, y a pesar de “Sor Filotea de la Cruz” que le recriminaba ‘sus osadías’ y que se pueden resumir en aquellas redondillas en las que acusa a los hombres de eso, de necios…:

“Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis.”…(etc.)

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Era un grito de recriminación y de justicia. Como fue el grito de justicia que lanzó Gertrudis Bocanegra (1765-1817) aquella michoacana luchadora social durante la independencia de México. Fue ella quien contribuyó al ingreso de los independentistas en Michoacán. Y luego apresada y fusilada tras negarse a revelar información. Mujer a carta cabal…

Y muchas más, adelante, como doña Josefa y como Leona Vicario y como Amelia Robles o Carmen Serdán y como todas aquellas soldaderas que estuvieron ahí, en el mismo lugar de aquella que quería ser una Revolución para cambiar la vida de todos aquí.

Si resultó o no, es harina de otro costal, pero lo que es cierto es que muchas miles de mujeres estaban ahí desde aquel siglo XIX y luego el XX y contribuyeron a construir una Nación y en la que, como niñas azoradas lucharon para conseguir igualdad y justicia, como cuando finalmente se les reconocieron sus derechos ciudadanos y se otorgó el voto en 1953 su derecho a votar y ser votadas… No como regalo, sino luego de luchas por conseguir lo que les es propio.

Y así a lo largo del siglo XX. Mujeres que luchan-trabajan-estudian-se esfuerzan por ser parte del desarrollo propio y de sus comunidades. Mujeres son las que están en el campo al rayo del sol, trabajando y produciendo; las que están en el mar, las que habitan los desiertos y llanos y planicies y oficinas y escuelas y universidades y oficinas en donde son trabajadoras y funcionarias mostrando capacidades similares al que más, ‘hombres necios que acusáis…’ y no en una lucha por el predominio del género, si por lo justo del género.

Mujeres periodistas que son certeras y firmes. Mujeres que están en la vera del camino por su propia decisión y coraje; o las que saben de diversidades y de libertad. O las que se empeñan día a día por ser parte de la familia y por ser ellas y sus promesas íntimas.

Adrián Vázquez | El Sol de México

“Porque también bonita, porque también bonita era mi madre” canta Javier Solís, al tiempo que la gran Lucha Reyes entonaba aquel: “Yo me muero donde quiera, en la raya la primera yo me parto el corazón…”. Y aquellas mujeres que pintan y recrean, como Frida que encontró en el arte su propio camino de liberación o como NahuiOllin, nuestra Carmen Mondragón que avanzó tres pasos a su tiempo para ser precursora de la liberación femenina.

¡Vaya pues! Que ahí están todas ellas, estudiantes, científicas, maestras, artistas, técnicas, oficinistas, campesinas, vendedoras, comerciantes, emprendedoras, empresarias, profesionistas, universitarias, catedráticas… tanto y más… Y son ellas las que están en pie de lucha porque se deben a ellas y son ellas las que caminan y exigen respeto, con toda razón y sin embozo.

¡Vaya pues! Que pasa el tiempo y el hombre no se resigna a la igualdad… Muchos hombres, no todos porque hasta eso, los hay en multitud que está con ellas y que en su día a día conviven, las quieren, las aman, las respetan y las prodigan; les reconocen sus libertades, sus obligaciones y sus derechos: todo junto. Porque las mujeres no son iguales al hombre –ya dicho- pero sí son género y son creadoras de futuros, de aires frescos y de vida…

“Por una mujer ladina, perdí la tranquilidad… ella me clavó una espina, que no me puedo arrancar…” También. Claro. ¿Por qué no?

Y así es este momento en el que el pasado y el presente son uno porque la mujer ha estado ahí y está aquí. Ya no nada más para bordar, no nada más para zurcir, o cocinar o fregar los platos, lavar y planchar. También para construir y reconstruir. Y para gritar y para exigir y para tener sus libertades a salvo… porque eso es, al final de cuentas. Ser libres y ellas mismas, como quiera que sean, como quieran ser, como mejor les vaya, como mejor se les dé.

Ahí está ella. La abuela Daría que cruza el patio de la casa, que es particular, para poner orden, para mandar que se hagan las cosas como ella quiere, para sentir que es su mundo y mundo propio, porque para ella ese espacio se multiplicaba tantas veces como hijos y nietos tenía y porque por las tardes, mientras escuchaba la radio o escuchaba la lectura del periódico a la sombra del laurel era la reina del mundo y del universo.

Al otro día sería otra cosa, porque no había día similar como no hay la misma agua en el mismo recodo del río.

Adrián Vázquez | El Sol de México

joelhsantiago@gmail.com

Me acuerdo de ella. Sí. Siempre. Era bajita. Era delgada y caminaba erguida. Siempre erguida. Era ágil en sus movimientos y en su andar. Le gustaba usar faldas de satín coloridas. Y blusas “de cajón”, como se les llama en Oaxaca. Su rebozo anudado en la cabeza era su emblema femenino.

Al hablar siempre tenía respuestas a mis preguntas y siempre guardaba silencio cuando estaba ensimismada –que era frecuente-. Se llamaba Daría y sí creo que fue una mujer feliz… aunque también tenía sus momentos de tristeza.

Y estos momentos de tristeza los notábamos porque de pronto en la noche, cuando todo estaba en silencio y a oscuras en nuestra casa, percibíamos que se levantaba, encendía un cigarrillo y a orillas de su cama se sentaba para fumar sus recuerdos. En la penumbra apenas se advertía el cigarro que se encendía de tiempo en tiempo cuando lo aspiraba… Era ella en sus momentos de melancolía… ¿por qué? Nunca lo supe. No le pregunté. Yo tenía unos cuantos años, pero lo sabía.

Pero sobre todo era una mujer fuerte. De mucho trabajo. De carácter fuerte. De dulce carácter: ambos. Era dedicada y colaboraba con el abuelo “para sacar adelante la casa”. Madre hacía lo suyo con fervor y amor por nosotros, los hermanos.

En tanto, la abuela Daría no tenía fin desde la madrugada cuando se levantaba y comenzaba el trajín y así todo el día. Me gustaba verla mientras recorría el patio de la casa de un lado a otro. Dando órdenes. Exigiendo esto o lo otro. Que todo estuviera en su lugar y en tiempo.

Nunca supo leer o escribir. Pero le gustaba escuchar la radio y le gustaba que le leyeran el periódico: “La Prensa”. Ahí se encontraba. Y luego comentaba lo que le había leído el abuelo. De esto ya he platicado, pues fue con la lectura de nuestro periódico como aprendí a leer, a escribir y a imaginar eso que era el periodismo y que me hacía viajar-soñar-escribir-leer…ver, oír.

El abuelo leía en voz alta y abuela y nietos quedábamos quietos escuchando aquellas lecturas. Ella mientras tanto nos preparaba semillas de calabaza fritas, para el momento. Todavía me gustan mucho y cuando las como me acuerdo de aquellas tardes, de aquellas pláticas, de la presencia de todos ellos y de que fui niño y feliz, con ellos. Con ella. Y guardo silencio respetuoso.

Nos quería mucho a todos aunque no era melosa ni caramelosa. Sus muestras de afecto se expresaban en trabajo y en prepararnos ricos platillos de acuerdo con la economía de la casa. Y siempre había comida-casa y sustento.

Era el Eje Central de aquel hogar que era feliz porque ella era feliz y porque sabía defenderse de los avatares humanos y del tiempo.

Y es así que fue la primer mujer que conocí “con esas agallas” para vivir y para defenderse de la vida y de quienes querían pasar los límites e intentaran agraviarla. Nunca se dejó. No estaba en ella. Digamos que a su manera fue precursora del feminismo mexicano. Luchar: Trabajar: Defender sus derechos: Nunca dejarse: Ser ella y ella misma: toda una mujer.

Adelante conocí a mujeres así. Mi madre una de ellas. Ya les platicaré esa historia que es otra hermosa historia sin fin. La más querida. Pero también aquello me enseñó que a la mujer hay que respetarla, hay que acatar sus propios espacios y garantizar que ellas nos digan en su propia voz lo que viven, lo que quieren y cómo lo quieren. Y que una mujer es distinta a un hombre. Y por lo mismo es un asunto de género en el que naufraga la mejor barca en mares propicios: solo así.

Mujeres han sido aquellas que construyeron su propia vida y otras vidas. Mujer fue Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), la monja rebelde que se decidió a enfrentar a su cerrada mundo religioso y social para ser ella y escribir lo que le venía en gana, a pesar de todo, y a pesar de “Sor Filotea de la Cruz” que le recriminaba ‘sus osadías’ y que se pueden resumir en aquellas redondillas en las que acusa a los hombres de eso, de necios…:

“Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis.”…(etc.)

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Era un grito de recriminación y de justicia. Como fue el grito de justicia que lanzó Gertrudis Bocanegra (1765-1817) aquella michoacana luchadora social durante la independencia de México. Fue ella quien contribuyó al ingreso de los independentistas en Michoacán. Y luego apresada y fusilada tras negarse a revelar información. Mujer a carta cabal…

Y muchas más, adelante, como doña Josefa y como Leona Vicario y como Amelia Robles o Carmen Serdán y como todas aquellas soldaderas que estuvieron ahí, en el mismo lugar de aquella que quería ser una Revolución para cambiar la vida de todos aquí.

Si resultó o no, es harina de otro costal, pero lo que es cierto es que muchas miles de mujeres estaban ahí desde aquel siglo XIX y luego el XX y contribuyeron a construir una Nación y en la que, como niñas azoradas lucharon para conseguir igualdad y justicia, como cuando finalmente se les reconocieron sus derechos ciudadanos y se otorgó el voto en 1953 su derecho a votar y ser votadas… No como regalo, sino luego de luchas por conseguir lo que les es propio.

Y así a lo largo del siglo XX. Mujeres que luchan-trabajan-estudian-se esfuerzan por ser parte del desarrollo propio y de sus comunidades. Mujeres son las que están en el campo al rayo del sol, trabajando y produciendo; las que están en el mar, las que habitan los desiertos y llanos y planicies y oficinas y escuelas y universidades y oficinas en donde son trabajadoras y funcionarias mostrando capacidades similares al que más, ‘hombres necios que acusáis…’ y no en una lucha por el predominio del género, si por lo justo del género.

Mujeres periodistas que son certeras y firmes. Mujeres que están en la vera del camino por su propia decisión y coraje; o las que saben de diversidades y de libertad. O las que se empeñan día a día por ser parte de la familia y por ser ellas y sus promesas íntimas.

Adrián Vázquez | El Sol de México

“Porque también bonita, porque también bonita era mi madre” canta Javier Solís, al tiempo que la gran Lucha Reyes entonaba aquel: “Yo me muero donde quiera, en la raya la primera yo me parto el corazón…”. Y aquellas mujeres que pintan y recrean, como Frida que encontró en el arte su propio camino de liberación o como NahuiOllin, nuestra Carmen Mondragón que avanzó tres pasos a su tiempo para ser precursora de la liberación femenina.

¡Vaya pues! Que ahí están todas ellas, estudiantes, científicas, maestras, artistas, técnicas, oficinistas, campesinas, vendedoras, comerciantes, emprendedoras, empresarias, profesionistas, universitarias, catedráticas… tanto y más… Y son ellas las que están en pie de lucha porque se deben a ellas y son ellas las que caminan y exigen respeto, con toda razón y sin embozo.

¡Vaya pues! Que pasa el tiempo y el hombre no se resigna a la igualdad… Muchos hombres, no todos porque hasta eso, los hay en multitud que está con ellas y que en su día a día conviven, las quieren, las aman, las respetan y las prodigan; les reconocen sus libertades, sus obligaciones y sus derechos: todo junto. Porque las mujeres no son iguales al hombre –ya dicho- pero sí son género y son creadoras de futuros, de aires frescos y de vida…

“Por una mujer ladina, perdí la tranquilidad… ella me clavó una espina, que no me puedo arrancar…” También. Claro. ¿Por qué no?

Y así es este momento en el que el pasado y el presente son uno porque la mujer ha estado ahí y está aquí. Ya no nada más para bordar, no nada más para zurcir, o cocinar o fregar los platos, lavar y planchar. También para construir y reconstruir. Y para gritar y para exigir y para tener sus libertades a salvo… porque eso es, al final de cuentas. Ser libres y ellas mismas, como quiera que sean, como quieran ser, como mejor les vaya, como mejor se les dé.

Ahí está ella. La abuela Daría que cruza el patio de la casa, que es particular, para poner orden, para mandar que se hagan las cosas como ella quiere, para sentir que es su mundo y mundo propio, porque para ella ese espacio se multiplicaba tantas veces como hijos y nietos tenía y porque por las tardes, mientras escuchaba la radio o escuchaba la lectura del periódico a la sombra del laurel era la reina del mundo y del universo.

Al otro día sería otra cosa, porque no había día similar como no hay la misma agua en el mismo recodo del río.

Adrián Vázquez | El Sol de México

joelhsantiago@gmail.com

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