Desde Elvis Presley, los Beatles y los Rolling Stones, hasta Louis Armstrong, Richard Wagner y Ludwig van Beethoven… Prácticamente todas las novelas del escritor japonés Haruki Murakami tienen la impronta sonora de la música. Pero no crea el lector que se trata sólo de un ornamento ni de un recurso para la ambientación de un espacio o una época, sino, más bien, de un elemento de gran importancia narrativa que se instaura en el mismo ser de las historias o personajes que acompaña.
En su libro “Música, sólo música”, publicado por la editorial Tusquets, Murakami aborda por primera vez de manera directa su pasión por la música; aunque no lo hace solo, sino de la mano de su amigo y compatriota el afamado director de orquesta Seiji Ozawa, fallecido el pasado 6 de febrero a los 88 años de edad.
Ambos entablaron durante dos años largas conversaciones, donde intercambiaron anécdotas, gustos, críticas y percepciones de las disciplinas artísticas de cada uno, las cuales Murakami grabó, transcribió y editó. En aquel libro, el autor de “Tokio Blues”, habla sobre lo que la música significa para su vida, específicamente el jazz y la música clásica.
“Tanto en el pasado como en la actualidad, escuchar jazz y música clásica alternativamente ha supuesto para mi espíritu y para mi mente un gran estímulo, una forma muy eficaz de alcanzar la paz interior. Si por alguna razón me forzaran a escoger entre una y otra, mi vida sería, sin duda, mucho más triste”.
Al ver el índice del libro es difícil no pensar en la estructura de una pieza musical, que en vez de movimientos tiene conversaciones, donde los artistas disertan sobre músicos como Brahms o Gustav Mahler y está dividido en interludios, que como entremeses cervantinos aligeran la lectura con brevísimos diálogos sobre temas muy específicos, como los coleccionistas de discos o el blues de Chicago.
En uno de esos interludios, en el segundo para ser exactos, es donde Murakami le confiesa a su amigo que en realidad él nunca tuvo quién le enseñara a escribir y que fue la música la fuente de donde aprendió a construir sus historias: “Nadie me ha enseñado a escribir y tampoco he estudiado nada concreto al respecto. He aprendido a hacerlo gracias a la música, lo más importante para mí es el ritmo, como en la música, ¿no le parece?”.
Ozawa más adelante le pregunta al escritor: ¿Cree que se puede sentir un ritmo al leer?”. A lo que Murakami le contesta que sí, por la “combinación de palabras, las frases y de los párrafos, por la posición entre lo duro y lo blando, lo ligero y lo pesado, por el equilibrio y desequilibrio, por la puntuación y el uso de tonos distintos”.
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Ante los ojos aún incrédulos del músico, el escritor de “Kafka en la orilla”, le dice: “mientras escribo se crea automáticamente un determinado sonido en el interior de mi cabeza. Ese sonido se convierte en ritmo. Como en el jazz. Se improvisa un estribillo y eso lleva de una manera orgánica al siguiente estribillo”.
El diálogo también tiene su partitura y es uno de los modelos literarios más antiguos, también usado por la filosofía. Murakami y Ozawa saben muy bien tocar esa música. Este libro se puede disfrutar además con las decenas de playlist que hay en las distintas plataformas musicales que compilan las canciones que Murakami nombra en sus novelas.