/ viernes 26 de noviembre de 2021

Nunca te rindas. La trepidante carrera de Checo Pérez; te compartimos un fragmento de este libro

Fragmento del libro Nunca te rindas. La trepidante carrera de Checo Pérez (Planeta), © 2021, Alejandro Rosas y Francisco Javier González. © 2021. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

Nunca te rindas. La trepidante carrera de Checo Pérez

Alejandro Rosas y Francisco Javier González

EL TALENTO QUE INFUNDÍA MIEDO

Los gritos subían de tono en la carpa cercana a la meta y estaban a punto de convertirse en puñetazos. La carrera de karts partiría del estacionamiento de Plazas Outlet Lerma y, mientras Sergio Pérez estaba listo en su auto en el cajón de arranque, el presidente de la Comisión Nacional de Kartismo (cnk) pedía una protesta por escrito para proceder.

Los papás de los pilotos argumentaban que algo irregular tenía ese coche para alcanzar tales velocidades y que era peligroso para un piloto tan joven arriesgar la vida de esa manera. Ya sabían que ningún otro participante salía de las curvas con tal impulso. Pero nadie se animaba a escribir la protesta porque había que pagar una cuota para que la revisión fuera ejecutada, y también porque, a la hora de defender a su hijo, Antonio Pérez Garibay se convertía en una fiera enfurecida.

A falta del documento, ni la comisión ni los organizadores del campeonato podían hacer nada. Entre un grito y otro, Antonio Pérez Garibay le gritó a Sergio con voz de relámpago: «Por ningún motivo te bajes del kart». Obediente, Checo retiró las manos del volante y las cruzó sobre sus piernas. No dijo una sola palabra. Se quedó quieto y bajó la cabeza esperando nuevas instrucciones.

—¡No voy a quitar a mi hijo! —volvió a rugir.

—Pues entonces lo quitamos nosotros. —Recibió como respuesta final.

Un par de valientes se aproximó entonces al auto para cargarlo con todo y ese niño de 12 años, para colocarlo fuera de la pista porque la carrera tenía que comenzar sin él.

Unos meses antes se había celebrado una competencia muy importante de Shifters 125cc en uno de los últimos eventos de la Champ Car World Series en México. Mientras se alistaba el protocolo de los himnos, las banderas y la arrancada en la pista principal del Autódromo Hermanos Rodríguez, el organizador Pepe Jassen estaba enfrentando una polémica similar. Los papás le exigían que impidiera la participación de Checo Pérez porque estaba muy chico y, aunque tenía permiso para conducir, era muy peligroso que corriera.

Sergio pesaba mucho menos (era hasta 30 kilos más ligero) que los demás competidores porque tenía hasta cuatro años menos de edad y había que adaptar con plomo el auto para que no se despegara del piso, con el riesgo de que un golpe tuviera consecuencias fatales. El presidente de la CNK, Sergio Martínez, les dio la razón. Algunas voces pidieron que lo dejaran participar para medir sus posibilidades en una carrera que además estaba siendo cubierta por varios medios de comunicación. Pero no les hicieron caso.

Toño Pérez había ya invertido en el auto, en el mecánico y en los suministros, pero el esfuerzo de sus argumentos fue inútil. Había dos versiones: una, que era mentira el temor por la integridad de Checo. Que lo que no querían los demás competidores era ser exhibidos por un niño y además con reporteros que dieran cuenta pública de ello. Otra, que su padre arriesgaba demasiado a su hijo y estaba adelantando los tiempos.

Sin embargo, esos dos incidentes le hicieron ver a Sergio, y sobre todo a su padre, que los demás le tenían miedo. Convencidos todos en la familia de estar haciendo bien las cosas, llegaron a una conclusión: tenían que irse de México si querían cumplir su sueño de hacer de él un piloto profesional. Tal vez la verdad esté justo a la mitad, pero había una creencia firme: en su tierra jamás lo iban a dejar crecer.

SUEÑOS SOBRE RUEDAS

Una tabla rectangular de madera con cuatro baleros le permitió a Antonio Pérez Garibay enamorarse de la velocidad para siempre. Lustrador de zapatos y monaguillo cuando pequeño, hizo de la necesidad una aliada para buscar distintos trabajos. Había que saltar hacia donde se pudieran conseguir algunos centavos. Tenía siete oficios y 14 necesidades.

También panadero, lavacoches y taxista, era lector de la revista Automundo Deportivo que le prestaba el voceador cada vez que llegaba el nuevo número al puesto de periódicos. Y el fin de semana, cuando tenía un tiempo disponible, se subía a su improvisado auto de carreras y les peleaba a los niños que tenían su avalancha, de esas que vendían en los almacenes con todo y sillín, freno y hasta volante. Lo pintaba él mismo imitando los diseños de la Fórmula 1 y llamaba la atención su valentía para manejar. Sabía conducir desde muy niño porque uno de sus tíos le permitía manejar la camioneta en la que repartía el pan de su negocio.

Dice la leyenda que Toño Pérez Garibay se aficionó al automovilismo cuando trabajó como lavacoches en ese taller mecánico-autolavado. Ahí se hizo amigo de uno de los clientes, Paco Fierro, un agente judicial al que le gustaban las carreras y quien no solamente lo invitó a que lo acompañara a varias de ellas, sino que de repente le dejaba tomar el volante y años más tarde le regaló uno de sus autos.

En esas épocas no había un campeonato consistente en México. Existían carreras importantes organizadas gracias a esfuerzos independientes: Fórmula Vee, Fórmula Ford extranjera, Trans Am o el campeonato mundial de marcas (conocido también como Campeonato Mundial de Sport Prototipos), en cuyo caso, lo que tenían que hacer los pilotos era subirse a como diera lugar a un auto o rentar uno para competir.

Los clubes organizaban carreras de seis horas, de 12, de 1000 o 500 kilómetros, lo que se pudiera. Paco Fierro y Toño Garibay participaban en la categoría Pony. Con todas las vicisitudes y carencias con que había vivido, Antonio, que utilizaría su primer apellido hasta años más tarde, se percataba de algo: el volante le empezaba a generar algo del dinero que generalmente no tenía en el bolsillo.

Fue el primer piloto tapatío que vivió de las carreras. De ahí salieron su primera casa y su primer auto nuevo. Su pasión se había convertido poco a poco en su medio de vida y encontraba apoyo en personajes que le permitían crecer. Participó en la Fórmula Super Vee y consiguió el título nacional a los 28 años, en 1987, coronando así un gran sueño. Esa fue una categoría muy peculiar porque sus chasises eran tubulares con motor y suspensión delantera de Volkswagen sedán, creada en Australia con carreras de 50 autos en la parrilla de salida al mismo tiempo y que ha sido tal vez la más barata del mundo.

Poco después Garibay sufrió un accidente en una fecha de exhibición y dejó de correr, pero no abandonó su pasión por el automovilismo deportivo. Se metía entre los autos pisando el acelerador pero aprendió también a granjearse la amistad de personas importantes. Una de ellas fue Tomás López Rocha, heredero de don Salvador Rocha y dueño de Calzado Canadá, que era un fanático del automovilismo: tenía los medios suficientes para correr en las 24 Horas de Le Mans, rentar autos Porsche a los mejores equipos y apoyar a sus amigos. Con cada recta se incrementaba la magia de Toño para las relaciones públicas y lograba acceso a esferas importantes del automovilismo.

Tres años después de su título nacional, Toño estaba a punto de recibir a su tercer hijo. La fecha probable del nacimiento coincidía con las 24 Horas de Daytona, a donde tenía que trasladarse con Tomás López Rocha. Estaba cada vez más metido en el mundo de las carreras y era importante que no faltara a esa cita. Decidió junto con su esposa adelantar el parto una semana. Si Toño Garibay había nacido en manos de una partera en casa de una tía porque su madre no tenía dinero para pagar el sanatorio más barato de su ciudad, que era el Hospital Civil de Guadalajara, ahora tenía los medios para adelantar el de uno de sus hijos y así poder asistir a una carrera en Estados Unidos.

La vida estaba cambiando para bien, aunque el camino seguiría siendo difícil durante muchos años. Sergio Pérez nació el 26 de enero de 1990 y los motores de la carrera de resistencia más exigente del mundo rugieron del 3 al 4 de febrero. Desde su aparición en el mundo, Checo llegó antes de lo pensado.

LOS PRIMEROS PASOS

Toño y Checo Pérez estaban destinados a ser la obra maestra de su padre. O por lo menos se haría el intento para que así fuera. Crecieron entre neumáticos, manchas de aceite, autos de carreras y uniformes de piloto.

La obsesión de Toño Garibay era hacerlos competir en las categorías que se pudiera y encaminarlos hacia el automovilismo profesional, lo que en esa época, como en la actual, constituía una labor casi imposible porque es carísimo. Recordemos que para correr no es necesario solamente el vehículo; también es indispensable pagar mecánico, juegos de llantas que se suelen acabar en una carrera, gasolina, refacciones, aceites y varias cosas más. Pero Antonio estaba dispuesto, como lo hizo, a dar todo por ellos; ningún esfuerzo sería poco en aras de conseguirlo. Así faltara dinero para comer, los autos estaban primero. Y si había que pelearse con alguien para que les dieran un lugar o conseguir algún apoyo, que lo dieran por hecho.

En el limitado mundo del automovilismo nacional había solamente tres competencias establecidas: el Campeonato Super Karts Cup de Pepe Jassen, la Copa México del argentino Giuseppe Rena y el campeonato del Reto Telmex de karts con caja de velocidades, que sería muy importante para Checo. Existía cierta guerra por los pilotos que iban destacando y eso se resolvía con la cartera: iban de un promotor a otro a cambio de que los apoyaran. Pero para entrar a ese juego era necesario competir y ganar. Hacerse visible.

Se calcula que en ese entonces habría unos 300 kartistas en todo México, divididos en tres zonas: Monterrey, el centro del país y Guadalajara. En esta última se celebraba uno de los grandes eventos del año: la tradicional carrera de la Minerva, en la que competían más de 150 pilotos. El promotor local era Juan Morales, a quien apodaban el Talibán por su gran físico y enorme barba. Era otro enamorado del automovilismo.

Quien preparaba a Checo Pérez en sus años de infancia era Antonio Sánchez, el Donas, que conocía mucho del manejo fino. Sabía exactamente dónde frenar, dónde acelerar el kart y dónde torcerlo para dar las vueltas. Esto tenía un motivo que podemos comparar con la manera en que la mayoría manejamos nuestros automóviles en la ciudad: cuando uno llega a una curva, tiene que plantarse en el freno, torcer el volante y acelerar. Pero lo usual es que vayamos frenando de más al medir la curva y, sin saberlo, tallemos las llantas.

En las carreras de autos, si se tuerce la dirección con violencia se desgastan los neumáticos. Lo mismo que si se acelera antes. Checo aprendió desde los karts a tener esa visión única de encontrar el lugar justo donde frenar, girar con suavidad y acelerar despacio. Maniobrando de esa manera, las llantas le duraban más. Y eso era indispensable para su padre, que no tenía el mismo dinero que los demás participantes para estar comprando llantas tan seguido. Esa habilidad en la administración de neumáticos es una de las virtudes que Sergio Pérez mantiene hasta la fecha, lo que le da una ventaja competitiva muy importante.

El Donas tiene un carácter apacible, perfil bajo y, en su hoja de vida, el orgullo de haber ayudado a Checo desde esos primeros pasos en las pistas del kartismo mexicano. Fue perfeccionando su manejo hasta hacerlo relevante a golpe de carreras. Hasta el año 2003, cuando Sergio fue subcampeón de la Copa México y tercer lugar del Reto Telmex, fue su sensei, su compañero infaltable.

ENTRE EL BALÓN Y EL KART

En el medio automovilístico, el Donas era considerado un mecánico y preparador de media tabla, pero fue muy importante en el desarrollo de Toño y Sergio Pérez. En algún momento, de hecho, evitó que Checo abandonara el automovilismo.

Sucede que ambos hermanos eran fanáticos del futbol. Toño siempre le fue a las Chivas y Sergio al América. Todas las tardes, después de hacer la tarea, salían a la calle a jugarlo con sus amigos. Eso era algo que no le encantaba a su padre, porque pensaba que los distraía del supremo objetivo de dedicarse a las carreras.

Desde los seis años, Toño y Checo estaban arriba de un go kart. Participaban en la categoría Baby con motores pequeños de 60cc. De ahí pasaron a la siguiente categoría, que es la Kader, con dos divisiones: la infantil de siete a nueve años y la júnior de nueve a 12, esta ya con motores de 80cc. Ambos aprendieron a conducir a esas edades, al mismo tiempo que fomentaban su amor por el futbol. Pero había una diferencia sensible: la afición a los autos era heredada, era el gran sueño de su padre. La del futbol era natural, era suya, de sus amigos, y no representaba obligación de nada.

No jugaban mal y los dos compartían el sueño de ser futbolistas profesionales. El asunto hizo crisis cuando se celebró una competencia para la que Checo tenía que entrenar para calificar el domingo, pero su cabeza estaba en otro lado: el clásico Chivas-América se jugaba ese fin de semana en Guadalajara y tenía boletos para asistir. Quería estar en el partido a como diera lugar y eso le quitó concentración.

Tenía 30 segundos de ventaja en la carrera cuando le mostraron la bandera blanca para señalar que solo faltaba una vuelta. La cabeza se le fue al estadio de futbol, dejó de apretar y terminó en el segundo lugar. Dicen que lo que se escuchó en casa de los Pérez ese día no se puede repetir. Toño Garibay enfureció, le gritó a Sergio que no entendía todo lo que estaba en juego y lo amenazó con vender los karts.

—Ya sabemos que lo tuyo no es el automovilismo sino el futbol. Así que aquí se terminó tu carrera como piloto. Mañana vendo los coches.

No se sabe de muchas ocasiones en que Checo Pérez haya enfrentado a su padre, pero esa vez lo hizo. Tendría 12 años en ese entonces.

—Pues véndelos —le dijo—. Mi pasión de a de veras es el futbol. Hazlo. No me quieras asustar, no te sirve.

Checo se dio media vuelta y dejó hablando solo a un atónito y enfurecido Toño Garibay. Y fue el Donas, Antonio Sánchez, quien entonces tomó el lugar del padre. Durante varios días le hizo ver a Sergio el esfuerzo que habían hecho todos en el equipo para abrirse camino en el automovilismo y lo convenció de reconsiderar una decisión que parecía definitiva.

Sergio estaba realmente consciente desde los seis años de que el volante le venía bien, que tenía cualidades para el automovilismo. Pero fue hasta entonces que se inclinó a intentarlo con seriedad. Su hermano Toño ya estaba en Europa y su papá lo llevó a visitarlo. Cuando vio cómo se preparaba y lo que era ese mundo, sintió un deseo que ya jamás perdió: entregar su alma a los motores.

Nunca te rindas. La trepidante carrera de Checo Pérez

Alejandro Rosas y Francisco Javier González

EL TALENTO QUE INFUNDÍA MIEDO

Los gritos subían de tono en la carpa cercana a la meta y estaban a punto de convertirse en puñetazos. La carrera de karts partiría del estacionamiento de Plazas Outlet Lerma y, mientras Sergio Pérez estaba listo en su auto en el cajón de arranque, el presidente de la Comisión Nacional de Kartismo (cnk) pedía una protesta por escrito para proceder.

Los papás de los pilotos argumentaban que algo irregular tenía ese coche para alcanzar tales velocidades y que era peligroso para un piloto tan joven arriesgar la vida de esa manera. Ya sabían que ningún otro participante salía de las curvas con tal impulso. Pero nadie se animaba a escribir la protesta porque había que pagar una cuota para que la revisión fuera ejecutada, y también porque, a la hora de defender a su hijo, Antonio Pérez Garibay se convertía en una fiera enfurecida.

A falta del documento, ni la comisión ni los organizadores del campeonato podían hacer nada. Entre un grito y otro, Antonio Pérez Garibay le gritó a Sergio con voz de relámpago: «Por ningún motivo te bajes del kart». Obediente, Checo retiró las manos del volante y las cruzó sobre sus piernas. No dijo una sola palabra. Se quedó quieto y bajó la cabeza esperando nuevas instrucciones.

—¡No voy a quitar a mi hijo! —volvió a rugir.

—Pues entonces lo quitamos nosotros. —Recibió como respuesta final.

Un par de valientes se aproximó entonces al auto para cargarlo con todo y ese niño de 12 años, para colocarlo fuera de la pista porque la carrera tenía que comenzar sin él.

Unos meses antes se había celebrado una competencia muy importante de Shifters 125cc en uno de los últimos eventos de la Champ Car World Series en México. Mientras se alistaba el protocolo de los himnos, las banderas y la arrancada en la pista principal del Autódromo Hermanos Rodríguez, el organizador Pepe Jassen estaba enfrentando una polémica similar. Los papás le exigían que impidiera la participación de Checo Pérez porque estaba muy chico y, aunque tenía permiso para conducir, era muy peligroso que corriera.

Sergio pesaba mucho menos (era hasta 30 kilos más ligero) que los demás competidores porque tenía hasta cuatro años menos de edad y había que adaptar con plomo el auto para que no se despegara del piso, con el riesgo de que un golpe tuviera consecuencias fatales. El presidente de la CNK, Sergio Martínez, les dio la razón. Algunas voces pidieron que lo dejaran participar para medir sus posibilidades en una carrera que además estaba siendo cubierta por varios medios de comunicación. Pero no les hicieron caso.

Toño Pérez había ya invertido en el auto, en el mecánico y en los suministros, pero el esfuerzo de sus argumentos fue inútil. Había dos versiones: una, que era mentira el temor por la integridad de Checo. Que lo que no querían los demás competidores era ser exhibidos por un niño y además con reporteros que dieran cuenta pública de ello. Otra, que su padre arriesgaba demasiado a su hijo y estaba adelantando los tiempos.

Sin embargo, esos dos incidentes le hicieron ver a Sergio, y sobre todo a su padre, que los demás le tenían miedo. Convencidos todos en la familia de estar haciendo bien las cosas, llegaron a una conclusión: tenían que irse de México si querían cumplir su sueño de hacer de él un piloto profesional. Tal vez la verdad esté justo a la mitad, pero había una creencia firme: en su tierra jamás lo iban a dejar crecer.

SUEÑOS SOBRE RUEDAS

Una tabla rectangular de madera con cuatro baleros le permitió a Antonio Pérez Garibay enamorarse de la velocidad para siempre. Lustrador de zapatos y monaguillo cuando pequeño, hizo de la necesidad una aliada para buscar distintos trabajos. Había que saltar hacia donde se pudieran conseguir algunos centavos. Tenía siete oficios y 14 necesidades.

También panadero, lavacoches y taxista, era lector de la revista Automundo Deportivo que le prestaba el voceador cada vez que llegaba el nuevo número al puesto de periódicos. Y el fin de semana, cuando tenía un tiempo disponible, se subía a su improvisado auto de carreras y les peleaba a los niños que tenían su avalancha, de esas que vendían en los almacenes con todo y sillín, freno y hasta volante. Lo pintaba él mismo imitando los diseños de la Fórmula 1 y llamaba la atención su valentía para manejar. Sabía conducir desde muy niño porque uno de sus tíos le permitía manejar la camioneta en la que repartía el pan de su negocio.

Dice la leyenda que Toño Pérez Garibay se aficionó al automovilismo cuando trabajó como lavacoches en ese taller mecánico-autolavado. Ahí se hizo amigo de uno de los clientes, Paco Fierro, un agente judicial al que le gustaban las carreras y quien no solamente lo invitó a que lo acompañara a varias de ellas, sino que de repente le dejaba tomar el volante y años más tarde le regaló uno de sus autos.

En esas épocas no había un campeonato consistente en México. Existían carreras importantes organizadas gracias a esfuerzos independientes: Fórmula Vee, Fórmula Ford extranjera, Trans Am o el campeonato mundial de marcas (conocido también como Campeonato Mundial de Sport Prototipos), en cuyo caso, lo que tenían que hacer los pilotos era subirse a como diera lugar a un auto o rentar uno para competir.

Los clubes organizaban carreras de seis horas, de 12, de 1000 o 500 kilómetros, lo que se pudiera. Paco Fierro y Toño Garibay participaban en la categoría Pony. Con todas las vicisitudes y carencias con que había vivido, Antonio, que utilizaría su primer apellido hasta años más tarde, se percataba de algo: el volante le empezaba a generar algo del dinero que generalmente no tenía en el bolsillo.

Fue el primer piloto tapatío que vivió de las carreras. De ahí salieron su primera casa y su primer auto nuevo. Su pasión se había convertido poco a poco en su medio de vida y encontraba apoyo en personajes que le permitían crecer. Participó en la Fórmula Super Vee y consiguió el título nacional a los 28 años, en 1987, coronando así un gran sueño. Esa fue una categoría muy peculiar porque sus chasises eran tubulares con motor y suspensión delantera de Volkswagen sedán, creada en Australia con carreras de 50 autos en la parrilla de salida al mismo tiempo y que ha sido tal vez la más barata del mundo.

Poco después Garibay sufrió un accidente en una fecha de exhibición y dejó de correr, pero no abandonó su pasión por el automovilismo deportivo. Se metía entre los autos pisando el acelerador pero aprendió también a granjearse la amistad de personas importantes. Una de ellas fue Tomás López Rocha, heredero de don Salvador Rocha y dueño de Calzado Canadá, que era un fanático del automovilismo: tenía los medios suficientes para correr en las 24 Horas de Le Mans, rentar autos Porsche a los mejores equipos y apoyar a sus amigos. Con cada recta se incrementaba la magia de Toño para las relaciones públicas y lograba acceso a esferas importantes del automovilismo.

Tres años después de su título nacional, Toño estaba a punto de recibir a su tercer hijo. La fecha probable del nacimiento coincidía con las 24 Horas de Daytona, a donde tenía que trasladarse con Tomás López Rocha. Estaba cada vez más metido en el mundo de las carreras y era importante que no faltara a esa cita. Decidió junto con su esposa adelantar el parto una semana. Si Toño Garibay había nacido en manos de una partera en casa de una tía porque su madre no tenía dinero para pagar el sanatorio más barato de su ciudad, que era el Hospital Civil de Guadalajara, ahora tenía los medios para adelantar el de uno de sus hijos y así poder asistir a una carrera en Estados Unidos.

La vida estaba cambiando para bien, aunque el camino seguiría siendo difícil durante muchos años. Sergio Pérez nació el 26 de enero de 1990 y los motores de la carrera de resistencia más exigente del mundo rugieron del 3 al 4 de febrero. Desde su aparición en el mundo, Checo llegó antes de lo pensado.

LOS PRIMEROS PASOS

Toño y Checo Pérez estaban destinados a ser la obra maestra de su padre. O por lo menos se haría el intento para que así fuera. Crecieron entre neumáticos, manchas de aceite, autos de carreras y uniformes de piloto.

La obsesión de Toño Garibay era hacerlos competir en las categorías que se pudiera y encaminarlos hacia el automovilismo profesional, lo que en esa época, como en la actual, constituía una labor casi imposible porque es carísimo. Recordemos que para correr no es necesario solamente el vehículo; también es indispensable pagar mecánico, juegos de llantas que se suelen acabar en una carrera, gasolina, refacciones, aceites y varias cosas más. Pero Antonio estaba dispuesto, como lo hizo, a dar todo por ellos; ningún esfuerzo sería poco en aras de conseguirlo. Así faltara dinero para comer, los autos estaban primero. Y si había que pelearse con alguien para que les dieran un lugar o conseguir algún apoyo, que lo dieran por hecho.

En el limitado mundo del automovilismo nacional había solamente tres competencias establecidas: el Campeonato Super Karts Cup de Pepe Jassen, la Copa México del argentino Giuseppe Rena y el campeonato del Reto Telmex de karts con caja de velocidades, que sería muy importante para Checo. Existía cierta guerra por los pilotos que iban destacando y eso se resolvía con la cartera: iban de un promotor a otro a cambio de que los apoyaran. Pero para entrar a ese juego era necesario competir y ganar. Hacerse visible.

Se calcula que en ese entonces habría unos 300 kartistas en todo México, divididos en tres zonas: Monterrey, el centro del país y Guadalajara. En esta última se celebraba uno de los grandes eventos del año: la tradicional carrera de la Minerva, en la que competían más de 150 pilotos. El promotor local era Juan Morales, a quien apodaban el Talibán por su gran físico y enorme barba. Era otro enamorado del automovilismo.

Quien preparaba a Checo Pérez en sus años de infancia era Antonio Sánchez, el Donas, que conocía mucho del manejo fino. Sabía exactamente dónde frenar, dónde acelerar el kart y dónde torcerlo para dar las vueltas. Esto tenía un motivo que podemos comparar con la manera en que la mayoría manejamos nuestros automóviles en la ciudad: cuando uno llega a una curva, tiene que plantarse en el freno, torcer el volante y acelerar. Pero lo usual es que vayamos frenando de más al medir la curva y, sin saberlo, tallemos las llantas.

En las carreras de autos, si se tuerce la dirección con violencia se desgastan los neumáticos. Lo mismo que si se acelera antes. Checo aprendió desde los karts a tener esa visión única de encontrar el lugar justo donde frenar, girar con suavidad y acelerar despacio. Maniobrando de esa manera, las llantas le duraban más. Y eso era indispensable para su padre, que no tenía el mismo dinero que los demás participantes para estar comprando llantas tan seguido. Esa habilidad en la administración de neumáticos es una de las virtudes que Sergio Pérez mantiene hasta la fecha, lo que le da una ventaja competitiva muy importante.

El Donas tiene un carácter apacible, perfil bajo y, en su hoja de vida, el orgullo de haber ayudado a Checo desde esos primeros pasos en las pistas del kartismo mexicano. Fue perfeccionando su manejo hasta hacerlo relevante a golpe de carreras. Hasta el año 2003, cuando Sergio fue subcampeón de la Copa México y tercer lugar del Reto Telmex, fue su sensei, su compañero infaltable.

ENTRE EL BALÓN Y EL KART

En el medio automovilístico, el Donas era considerado un mecánico y preparador de media tabla, pero fue muy importante en el desarrollo de Toño y Sergio Pérez. En algún momento, de hecho, evitó que Checo abandonara el automovilismo.

Sucede que ambos hermanos eran fanáticos del futbol. Toño siempre le fue a las Chivas y Sergio al América. Todas las tardes, después de hacer la tarea, salían a la calle a jugarlo con sus amigos. Eso era algo que no le encantaba a su padre, porque pensaba que los distraía del supremo objetivo de dedicarse a las carreras.

Desde los seis años, Toño y Checo estaban arriba de un go kart. Participaban en la categoría Baby con motores pequeños de 60cc. De ahí pasaron a la siguiente categoría, que es la Kader, con dos divisiones: la infantil de siete a nueve años y la júnior de nueve a 12, esta ya con motores de 80cc. Ambos aprendieron a conducir a esas edades, al mismo tiempo que fomentaban su amor por el futbol. Pero había una diferencia sensible: la afición a los autos era heredada, era el gran sueño de su padre. La del futbol era natural, era suya, de sus amigos, y no representaba obligación de nada.

No jugaban mal y los dos compartían el sueño de ser futbolistas profesionales. El asunto hizo crisis cuando se celebró una competencia para la que Checo tenía que entrenar para calificar el domingo, pero su cabeza estaba en otro lado: el clásico Chivas-América se jugaba ese fin de semana en Guadalajara y tenía boletos para asistir. Quería estar en el partido a como diera lugar y eso le quitó concentración.

Tenía 30 segundos de ventaja en la carrera cuando le mostraron la bandera blanca para señalar que solo faltaba una vuelta. La cabeza se le fue al estadio de futbol, dejó de apretar y terminó en el segundo lugar. Dicen que lo que se escuchó en casa de los Pérez ese día no se puede repetir. Toño Garibay enfureció, le gritó a Sergio que no entendía todo lo que estaba en juego y lo amenazó con vender los karts.

—Ya sabemos que lo tuyo no es el automovilismo sino el futbol. Así que aquí se terminó tu carrera como piloto. Mañana vendo los coches.

No se sabe de muchas ocasiones en que Checo Pérez haya enfrentado a su padre, pero esa vez lo hizo. Tendría 12 años en ese entonces.

—Pues véndelos —le dijo—. Mi pasión de a de veras es el futbol. Hazlo. No me quieras asustar, no te sirve.

Checo se dio media vuelta y dejó hablando solo a un atónito y enfurecido Toño Garibay. Y fue el Donas, Antonio Sánchez, quien entonces tomó el lugar del padre. Durante varios días le hizo ver a Sergio el esfuerzo que habían hecho todos en el equipo para abrirse camino en el automovilismo y lo convenció de reconsiderar una decisión que parecía definitiva.

Sergio estaba realmente consciente desde los seis años de que el volante le venía bien, que tenía cualidades para el automovilismo. Pero fue hasta entonces que se inclinó a intentarlo con seriedad. Su hermano Toño ya estaba en Europa y su papá lo llevó a visitarlo. Cuando vio cómo se preparaba y lo que era ese mundo, sintió un deseo que ya jamás perdió: entregar su alma a los motores.

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