PARÍS. Después de haber permanecido enterrada durante casi medio siglo tras la muerte de Francisco Franco en 1975, la extrema derecha española podría resurgir de ultratumba con la fuerza de un vendaval en las elecciones legislativas del domingo próximo.
La llegada al Parlamento del partido de ultraderecha Vox con 12 a 15% de votos y un bloque de 25 a 30 diputados, según los diferentes sondeos, puede convertirse en la sorpresa más importante que saldrá las urnas el 28 de abril.
Si se confirman esos pronósticos, Vox se ubicaría como quinta fuerza política del país, detrás de los socialistas del PSOE (130 a 140 escaños), el Partido Popular de derecha (80 a 85), Ciudadanos de centroderecha (40 a 44) y la alianza populista de izquierda Unidas Podemos (30 a 40).
Con 41% de indecisos, récord en la historia de la democracia española, la cosecha podría ser aun mayor. Los analistas son prudentes porque en las elecciones regionales de Andalucía, en diciembre pasado, nadie había previsto que Vox totalizaría 11% de los votos, el doble de lo que preveían las encuestas.
CONVICCIONES RADICALES
A diferencia de los otros dirigentes europeos de extrema derecha, como la francesa Marine Le Pen o el italiano Matteo Salvini, el principal líder de Vox -Santiago Abascal- no disimula ninguna de sus convicciones más radicales. Por el contrario, su breviario y su lenguaje se nutren de la más rancia ideología franquista: el odio a los “separatistas que aspiran a destruir (...) la patria”, la “dictadura de los progresistas dura desde hace 30 años”, el “cáncer” de las autonomías regionales, la “derecha cobarde” (el Partido Popular) que “aplicó la misma política que los socialistas, pero con años de retraso”.
A esos viejos conceptos agrega los “estragos del modernismo”, como el “feminazismo radical” que promueve la “guerra civil entre los sexos”, la “ideología de género”, los “urbanos animalistas” (ecologistas hostiles a las corridas de toros y a la caza), los “cosmopolitas” y naturalmente los “islamistas que quieren imponer la sharia” y el proyecto de crear los “Estados Unidos de Europa”, lo que significa una “amenaza para nuestra soberanía”.
Vox es el único partido que se atreve a cuestionar el gran consenso forjado durante la transición democrática y a proponer la prohibición de las formaciones independentistas y una re-centralización del país basada en la supresión de los gobiernos y parlamentos regionales autónomos. Ese proyecto refleja el refuerzo del sentimiento que se produjo en España después del intento de independencia de Cataluña: ahora 20% de la opinión pública es partidaria de suprimir las autonomías y reforzar el poder central.
Abascal, de 43 años, que tenía sólo cinco meses cuando murió Franco, realiza sus actos a sala llena con militantes de todas las edades que, al terminar, entonan el viejo himno franquista Cara al sol. La mayoría de ese publico no conoció el franquismo, pero recuerda esos años como una “época de oro” de la recuperación económica que conoció el país después de la guerra civil y del bloqueo impuesto por los aliados para sancionar la amistad de Franco con el eje nazi-fascista. Esos nostálgicos idealizan los relatos que le trasmitieron sus padres y lo comparan con el impacto económico y psicológico que sufrieron las nuevas generaciones después de la crisis de 2008.
Ese electorado, determinado y militante, no surgió de la nada. Durante cerca de medio siglo había permanecido oculto dentro de las estructuras mucho más conservadoras del Partido Popular (PP). Desacomplejada por la ola populista que amenaza con sumergir a Europa, la extrema derecha española decidió salir a la superficie y nuclearse en torno de dirigentes que rompieron con el PP para adoptar posiciones más radicales.
Sostenido por esa ola de fondo, el flamante partido -fundado en 2013- espera cosechar sus votos gracias a su programa “100 medidas para que España viva”, que no disimula su orientación ideológica al proclamar su oposición a toda forma de inmigración y fundamentalismo islámico, reducción de impuestos, “apoyo a la familia, vida (anti-aborto) y valores”, “recorte del despilfarro”, lucha contra la corrupción, eliminación del Senado y apoyo a quienes crean empleos y riqueza.
Salvo detalles, esas propuestas podrían ser firmadas por cualquiera de los otros partidos de extrema derecha europeos. Abascal, sin embargo, no cree que todos los movimientos de ultraderecha sean iguales. Vox desconfía de Marine Le Pen, “estatista, hostil al euro y a Europa, y amiga de Rusia”. Las preferencias de Abascal se orientan más bien hacia el partido polaco Derecho y Justicia (PiS) o al primer ministro húngaro, Viktor Orban.
Un buen día el domingo podría convertir a Vox en el elemento clave para formar una coalición conservadora capaz de cerrarle a la izquierda el camino del poder.