/ jueves 31 de agosto de 2017

Iglesia con rostro más femenino

Es frecuente escuchar que en la Iglesia no damos a la mujer el lugar que le corresponde. Y en gran parte es verdad. Sin embargo, en nuestra catedral, son más las mujeres que los varones en los diferentes servicios. Son más las que proclaman las lecturas, hacen las moniciones, cantan en los coros, sirven al altar como monaguillas, hacen la colecta. Y lo mismo pasa en mi pueblo, donde estoy unos días de vacaciones. Son mujeres las sacristanas, las secretarias en la oficina parroquial, las que organizan las celebraciones. En general, son más las mujeres que participan en las Misas. En algunos lugares, son solo mujeres las catequistas de niños.

En una comunidad tsotsil de nuestra diócesis, unas jóvenes querían ser parte de un coro; pero los varones decían que eso es cosa de hombres… Entonces, por internet, ellas aprendieron a tocar y han formado un hermoso coro.

En mayo pasado, nuestra diócesis dedicó su asamblea ordinaria a analizar el lugar de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Se reflexionó sobre la Biblia, el magisterio, la teología y la pastoral.

En comunidades indígenas, es común que sean varones quienes ocupan cargos de importancia. Sin embargo, hay cambios históricos. Ya hay mujeres indígenas elegidas para presidentas municipales, diputadas y otros cargos. Son más y más las mujeres indígenas que cursan estudios universitarios y las que ocupan cargos en las instancias diocesanas. Una mujer es canciller de la Curia diocesana, y esto ya es muy aceptado por todos; no es algo raro.

Con todo, persiste el machismo entre nosotros. Lo traemos desde el hogar. Dejamos a las mujeres que hagan muchos de los servicios que podría hacer cualquier persona; pero somos reacios a aceptar que ocupen cargos de responsabilidad. No faltan quienes exijan el sacerdocio para ellas, aunque entre nosotros no es eso lo que ellas ansían. En el Consejo Diocesano de Pastoral, así como en otras áreas e instancias, su presencia es muy calificada, pero nos falta aún mucho por avanzar.

PENSAR

Dice el papa Francisco al respecto: “El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad” (EG 104).

Y decía San Juan Pablo II: “La estructura jerárquica de la Iglesia está ordenada totalmente a la santidad de los fieles. Por lo cual, el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor 12-13). Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros, sino los santos” (Ordinatio sacerdotalis, 3).

ACTUAR

Eduquémonos para dar a la mujer el lugar que Dios quiere para ella en la familia, en la sociedad y en la Iglesia. Desde la casa, hay que evitar toda discriminación por el hecho de ser mujer. Tienen los mismos derechos que los varones, no sólo para estudiar y trabajar, sino también para opinar y heredar. Hay que luchar por la equidad de género. Lo cual no significa que los dos únicos géneros que hay, masculino y femenino, sean idénticos e intercambiables, sino que son iguales en dignidad y en derechos, pero cada cual tiene su especificidad. Sería un empobrecimiento ignorar sus diferencias y sus aportes diferenciados.

 

Obispo de San Cristóbal de Las Casas

Es frecuente escuchar que en la Iglesia no damos a la mujer el lugar que le corresponde. Y en gran parte es verdad. Sin embargo, en nuestra catedral, son más las mujeres que los varones en los diferentes servicios. Son más las que proclaman las lecturas, hacen las moniciones, cantan en los coros, sirven al altar como monaguillas, hacen la colecta. Y lo mismo pasa en mi pueblo, donde estoy unos días de vacaciones. Son mujeres las sacristanas, las secretarias en la oficina parroquial, las que organizan las celebraciones. En general, son más las mujeres que participan en las Misas. En algunos lugares, son solo mujeres las catequistas de niños.

En una comunidad tsotsil de nuestra diócesis, unas jóvenes querían ser parte de un coro; pero los varones decían que eso es cosa de hombres… Entonces, por internet, ellas aprendieron a tocar y han formado un hermoso coro.

En mayo pasado, nuestra diócesis dedicó su asamblea ordinaria a analizar el lugar de la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Se reflexionó sobre la Biblia, el magisterio, la teología y la pastoral.

En comunidades indígenas, es común que sean varones quienes ocupan cargos de importancia. Sin embargo, hay cambios históricos. Ya hay mujeres indígenas elegidas para presidentas municipales, diputadas y otros cargos. Son más y más las mujeres indígenas que cursan estudios universitarios y las que ocupan cargos en las instancias diocesanas. Una mujer es canciller de la Curia diocesana, y esto ya es muy aceptado por todos; no es algo raro.

Con todo, persiste el machismo entre nosotros. Lo traemos desde el hogar. Dejamos a las mujeres que hagan muchos de los servicios que podría hacer cualquier persona; pero somos reacios a aceptar que ocupen cargos de responsabilidad. No faltan quienes exijan el sacerdocio para ellas, aunque entre nosotros no es eso lo que ellas ansían. En el Consejo Diocesano de Pastoral, así como en otras áreas e instancias, su presencia es muy calificada, pero nos falta aún mucho por avanzar.

PENSAR

Dice el papa Francisco al respecto: “El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad” (EG 104).

Y decía San Juan Pablo II: “La estructura jerárquica de la Iglesia está ordenada totalmente a la santidad de los fieles. Por lo cual, el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor 12-13). Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros, sino los santos” (Ordinatio sacerdotalis, 3).

ACTUAR

Eduquémonos para dar a la mujer el lugar que Dios quiere para ella en la familia, en la sociedad y en la Iglesia. Desde la casa, hay que evitar toda discriminación por el hecho de ser mujer. Tienen los mismos derechos que los varones, no sólo para estudiar y trabajar, sino también para opinar y heredar. Hay que luchar por la equidad de género. Lo cual no significa que los dos únicos géneros que hay, masculino y femenino, sean idénticos e intercambiables, sino que son iguales en dignidad y en derechos, pero cada cual tiene su especificidad. Sería un empobrecimiento ignorar sus diferencias y sus aportes diferenciados.

 

Obispo de San Cristóbal de Las Casas