/ miércoles 7 de agosto de 2019

Allá como aquí, palabra incendiaria

Donald Trump no armó la mano de Patrick Crusius ni le ordenó ejecutar la masacre en una tienda de El Paso, Texas, donde murieron ocho mexicanos entre los más de 20 muertos y heridos por el ataque demencial, uno más de los que desde hace más de 20 años siembran el terror, la angustia y el luto en buena parte de la sociedad norteamericana. Pero el mismo presidente de los Estados Unidos reconoce que este acto es consecuencia del odio racial, la discriminación y el supremacismo blanco que se fomenta de manera alarmante en su país.

El admitir el avance de esos fenómenos sociales debería ser en Donald Trump una confesión de culpa porque es él mismo quien desde su campaña por la presidencia de la República y a lo largo de su gobierno ha mantenido el discurso de odio, xenofobia e intolerancia del que ahora se queja. Llama Trump a una investigación permanente de la enfermedad mental que, asegura, aqueja a los cada vez más numerosos autores de estos crímenes masivos, con el fin de someterlos a una cura en prevención de casos similares a lo ocurrido en El Paso.

En varias ocasiones, desde diversos sectores de la población en Estados Unidos se demandó practicar a Donald Trump el examen siquiátrico necesario para conocer el estado de su salud mental. El propio asesino confirmó esta urgencia de salud pública cuando afirmó que su crimen múltiple fue movido por la invasión de migrantes, especialmente de mexicanos a su país. Xenofobia, odio, intolerancia a la diversidad racial y social que el propio presidente de esa nación, a través de sus tuits, practica y alienta. Los migrantes mexicanos, ha dicho desde su campaña, son violadores y criminales. México, para Trump, ha abusado de su economía.

En México, por desgracia, no se viven tiempos muy diferentes a la violencia oral, a las palabras que matan y dividen a la sociedad. En su condena al pasado que llama con tabla rasa conservador, neoliberal, fifí y enemigo sin más consideración de la mal llamada Cuarta Transformación, el presidente Andrés Manuel López Obrador lucha, con el arma de las palabras, por desunir a la sociedad en absurdo maniqueísmo, coloca de un lado a los buenos y enfrente a los otros, los malos. Textualmente, en sus expresiones llama a estigmatizar a todo aquél, persona, sector, grupo, periodista, funcionario público que no acepte o cuestione su política de pobreza franciscana con los sambenitos que ha puesto a la moda.

Divide y corrompe: fuchi, guácala, pide exclamar en abierta corrupción y degradación del idioma, como castigo social a quienes no observen los preceptos de su prédica religioso-moral que intenta imponer como mandamientos de una constitución o código al que todo en el país, justicia o perdón, debe ceñirse. Las palabras que se pronuncian, pero sobre todo los actos que se llevan a cabo desde el poder público tienen efectos y consecuencias edificantes o negativas en la sociedad. El caso extremo del asesino de El Paso muestra la obnubilación de una mente por el mensaje de odio que a diario recibe.

Patrick Crusius es una muestra lamentable de esa enfermedad que no avanza sólo en la mente de un hombre o de un grupo, sino en toda la sociedad. En México, desde el surgimiento a la vida independiente, la falta de unidad, la división, la intolerancia ha generado luchas intestinas y descrédito en lo internacional.

La unión, la comprensión y la búsqueda de propósitos en bien de la comunidad, sin venganzas ni divisiones estériles debería ser uno de los fines primordiales de quien ejerce el poder. No es por cierto esta voluntad del bien común lo que caracteriza al discurso destructivo de esta administración.

srio28@prodigy.net.mx

Donald Trump no armó la mano de Patrick Crusius ni le ordenó ejecutar la masacre en una tienda de El Paso, Texas, donde murieron ocho mexicanos entre los más de 20 muertos y heridos por el ataque demencial, uno más de los que desde hace más de 20 años siembran el terror, la angustia y el luto en buena parte de la sociedad norteamericana. Pero el mismo presidente de los Estados Unidos reconoce que este acto es consecuencia del odio racial, la discriminación y el supremacismo blanco que se fomenta de manera alarmante en su país.

El admitir el avance de esos fenómenos sociales debería ser en Donald Trump una confesión de culpa porque es él mismo quien desde su campaña por la presidencia de la República y a lo largo de su gobierno ha mantenido el discurso de odio, xenofobia e intolerancia del que ahora se queja. Llama Trump a una investigación permanente de la enfermedad mental que, asegura, aqueja a los cada vez más numerosos autores de estos crímenes masivos, con el fin de someterlos a una cura en prevención de casos similares a lo ocurrido en El Paso.

En varias ocasiones, desde diversos sectores de la población en Estados Unidos se demandó practicar a Donald Trump el examen siquiátrico necesario para conocer el estado de su salud mental. El propio asesino confirmó esta urgencia de salud pública cuando afirmó que su crimen múltiple fue movido por la invasión de migrantes, especialmente de mexicanos a su país. Xenofobia, odio, intolerancia a la diversidad racial y social que el propio presidente de esa nación, a través de sus tuits, practica y alienta. Los migrantes mexicanos, ha dicho desde su campaña, son violadores y criminales. México, para Trump, ha abusado de su economía.

En México, por desgracia, no se viven tiempos muy diferentes a la violencia oral, a las palabras que matan y dividen a la sociedad. En su condena al pasado que llama con tabla rasa conservador, neoliberal, fifí y enemigo sin más consideración de la mal llamada Cuarta Transformación, el presidente Andrés Manuel López Obrador lucha, con el arma de las palabras, por desunir a la sociedad en absurdo maniqueísmo, coloca de un lado a los buenos y enfrente a los otros, los malos. Textualmente, en sus expresiones llama a estigmatizar a todo aquél, persona, sector, grupo, periodista, funcionario público que no acepte o cuestione su política de pobreza franciscana con los sambenitos que ha puesto a la moda.

Divide y corrompe: fuchi, guácala, pide exclamar en abierta corrupción y degradación del idioma, como castigo social a quienes no observen los preceptos de su prédica religioso-moral que intenta imponer como mandamientos de una constitución o código al que todo en el país, justicia o perdón, debe ceñirse. Las palabras que se pronuncian, pero sobre todo los actos que se llevan a cabo desde el poder público tienen efectos y consecuencias edificantes o negativas en la sociedad. El caso extremo del asesino de El Paso muestra la obnubilación de una mente por el mensaje de odio que a diario recibe.

Patrick Crusius es una muestra lamentable de esa enfermedad que no avanza sólo en la mente de un hombre o de un grupo, sino en toda la sociedad. En México, desde el surgimiento a la vida independiente, la falta de unidad, la división, la intolerancia ha generado luchas intestinas y descrédito en lo internacional.

La unión, la comprensión y la búsqueda de propósitos en bien de la comunidad, sin venganzas ni divisiones estériles debería ser uno de los fines primordiales de quien ejerce el poder. No es por cierto esta voluntad del bien común lo que caracteriza al discurso destructivo de esta administración.

srio28@prodigy.net.mx