Níger atraviesa por un escenario complejo. El pasado 26 de julio, soldados nigerinos retuvieron al presidente Mohamed Bazoum, electo democráticamente en 2021. Países vecinos han amenazado con entrarle al ruedo, ya sea para frustrar el golpe de Estado –la mayoría agrupados en la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO)– o para garantizar su consumación –Mali y Burkina Faso. No sólo se trata, pues, de un golpe de Estado, sino de la posibilidad de una guerra regional, en la que, además, chocan intereses geopolíticos de potencias globales: Estados Unidos y Francia, por un lado, y Rusia, por el otro. Por si no fuera suficiente, actores no estatales violentos en la región –en la forma de militantes islamistas– ejercen violencia política a gran escala. En síntesis, este es el escenario que podría marcar los días de Níger, después de tener expectativas de crecimiento económico, haber controlado la violencia islamista y mejorar democráticamente. Todo en una palabra: retroceso.
Guardando las debidas diferencias de cada contexto –que, ciertamente, las hay–, se pueden encontrar hilos conductores en la vorágine de lo que sucede en otras regiones, para explicar –y anticipar– los riesgos de América Latina y el Caribe. Hacerlo adquiere mayor importancia si consideramos que hay variables similares en juego en el Hemisferio Occidental.
Por ejemplo, apenas en 2019 se llevó a cabo un golpe de Estado en Bolivia, y otros países como Ecuador, Colombia o Perú –no se diga Haití– han atravesado, o atraviesan, por un período de inestabilidad política y conflictividad social; la presencia de actores no estatales violentos; la fragmentación político-ideológica a nivel regional, la existencia de vastos yacimientos de recursos naturales estratégicos; y la consolidación de China como un competidor estratégico de Estados Unidos en la región.
Considerando lo anterior, desde hace tiempo hemos estado trabajando con las siguientes preguntas: ¿cómo impacta la competencia estratégica global de las grandes potencias en el Hemisferio Occidental? Y, particularmente, ¿cómo influye –e influirá crecientemente– la rivalidad entre Estados Unidos y China en la evolución de la inestabilidad política, la conflictividad social y la violencia armada en América Latina y el Caribe?
Parte del argumento central es que la competencia estratégica entre Estados Unidos y China estaría exacerbando, voluntaria o involuntariamente, factores de conflicto social, inestabilidad política y violencia en la que frecuentemente están involucrados actores no estatales violentos –específicamente, insurgencias, grupos criminales y organizaciones terroristas.
El nexo “competencia estratégica – riesgo hemisférico” sigue sin considerarse en los análisis de riesgo político. Sin duda, cualquier escenario dependerá de la trayectoria específica de cada país latinoamericano y de sus vulnerabilidades. No obstante, los países de región no pueden adoptar una postura pasiva frente a las posibles implicaciones que la competencia estratégica entre Estados Unidos y China tiene –y seguirá́ teniendo– en sus sociedades.
Discanto: El asesinato del candidato presidencial de Ecuador, Fernando Villavicencio, es de la mayor indignación y preocupación para toda Latinoamérica. Diría Hannah Arendt que sólo la violencia absoluta es muda.
Consultor