/ miércoles 8 de diciembre de 2021

Atentados al pensamiento

Una imposible encuesta sobre el voto en la elección presidencial de 2018 entre las comunidades de enseñanza superior, de investigadores y académicos del país arrojaría una mayoría importante de sufragios por la candidatura finalmente triunfante de Andrés Manuel López Obrador. Pero una auscultación de esta naturaleza, aún engañosa y manipulada como suelen ser las de ese método, no es necesaria para saber que el hartazgo de la corrupción y las prácticas del último gobierno del PRI inclinaron la balanza en favor de López Obrador entre la clase pensante del país.

Una encuesta de opinión tampoco revelaría el actual desencanto de esos segmentos de la población por los continuos ataques del presidente que lo mismo descalifican a medios de comunicación y periodistas que a miembros de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México, el Colegio de México, el Colegio Nacional de Ciencia y Tecnología y otras a las que acusa de “aspiracionismo”, “hamburguesamiento” y aprovechamiento indebido de los recursos públicos. Muera la inteligencia, decía una inscripción en un aula de la Universidad de Salamanca, debida a lo más oscuro del franquismo en la guerra civil española que terminó con la derrota del progresismo de la República e inauguró en 1939 la prolongada época del oscurantismo y la represión a toda manifestación de pensamiento.

Uno de los objetivos de esos atentados de la actual administración es el Centro de Investigación y Docencia Económica, el CIDE, por la imposición de una encuesta apócrifa de un director, José Romero Tellaeche, que en su interinato destituyó a investigadores y docentes por el solo hecho de no concordar con la política trazada por el CONACYT y su directora, María Elena Álvarez Buylla, que ha permitido y propiciado acusaciones tan absurdas como la que pesa sobre 36 investigadores de esa institución con absurdos cargos de supuestas malversaciones de recursos públicos.

La mayoría de los miembros de la comunidad, estudiantes y docentes, han manifestado su descontento por esos atentados y su resistencia traducida en manifestaciones pacíficas en demanda de un diálogo con las autoridades de ambas instituciones. Pequeña en su dimensión, la comunidad del CIDE representa, no obstante, un centro de opinión y reflexión en el universo de la enseñanza, la docencia y la investigación que no merece el tratamiento de autoritarismo y cerrazón por parte del gobierno. La historia de movimientos que alcanzaron grandes dimensiones debería mover a la prudencia, el convencimiento y la apertura ante esas manifestaciones. El movimiento de 1968 comenzó con el enfrentamiento entre alumnos de una vocacional del Instituto Politécnico Nacional y fuerzas de la policía. La paralización de las actividades del CIDE puede ser un principio que conduzca a problemas mayores entre la población estudiantil y sectores intelectuales del país. Cuidado con ello.

Antecedentes importantes al conflicto de 1968 fueron movimientos como el de los médicos que desde los comienzos del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz dejó entrever la intolerancia y el autoritarismo de una administración dispuesta a reprimir toda manifestación y expresión de descontento y toda demanda de respeto a legítimos derechos como fue el reclamo de mejores condiciones para el aprendizaje y la profesión médica. De pretendida filiación de izquierda, el gobierno de la autollamada cuarta transformación muestra signos similares a los de la derecha de Gustavo Díaz Ordaz. La insistencia en la crítica genérica a las clases medias e intelectuales del país provoca ciertamente el debate y la discusión en el terreno de las ideas; genera sin duda claudicaciones y decepciones en muchos intelectuales, investigadores y docentes que dieron su voto a López Obrador. Personajes como Cuauhtémoc Cárdenas, representante de una izquierda consecuente y civilizada, alzan la voz para señalar carencias y desviaciones del actual gobierno. Pero más allá de esas controversias que despiertan las injustas críticas de López Obrador, hay una línea entre esos debates y el ataque sistemático a los intereses y demandas de docentes, estudiantes y trabajadores del pensamiento que el gobierno no debe trasponer so pena de hacer estallar conflictos cuyo control en corto plazo sería imposible.

sdelrio1934@gmail.com

Una imposible encuesta sobre el voto en la elección presidencial de 2018 entre las comunidades de enseñanza superior, de investigadores y académicos del país arrojaría una mayoría importante de sufragios por la candidatura finalmente triunfante de Andrés Manuel López Obrador. Pero una auscultación de esta naturaleza, aún engañosa y manipulada como suelen ser las de ese método, no es necesaria para saber que el hartazgo de la corrupción y las prácticas del último gobierno del PRI inclinaron la balanza en favor de López Obrador entre la clase pensante del país.

Una encuesta de opinión tampoco revelaría el actual desencanto de esos segmentos de la población por los continuos ataques del presidente que lo mismo descalifican a medios de comunicación y periodistas que a miembros de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México, el Colegio de México, el Colegio Nacional de Ciencia y Tecnología y otras a las que acusa de “aspiracionismo”, “hamburguesamiento” y aprovechamiento indebido de los recursos públicos. Muera la inteligencia, decía una inscripción en un aula de la Universidad de Salamanca, debida a lo más oscuro del franquismo en la guerra civil española que terminó con la derrota del progresismo de la República e inauguró en 1939 la prolongada época del oscurantismo y la represión a toda manifestación de pensamiento.

Uno de los objetivos de esos atentados de la actual administración es el Centro de Investigación y Docencia Económica, el CIDE, por la imposición de una encuesta apócrifa de un director, José Romero Tellaeche, que en su interinato destituyó a investigadores y docentes por el solo hecho de no concordar con la política trazada por el CONACYT y su directora, María Elena Álvarez Buylla, que ha permitido y propiciado acusaciones tan absurdas como la que pesa sobre 36 investigadores de esa institución con absurdos cargos de supuestas malversaciones de recursos públicos.

La mayoría de los miembros de la comunidad, estudiantes y docentes, han manifestado su descontento por esos atentados y su resistencia traducida en manifestaciones pacíficas en demanda de un diálogo con las autoridades de ambas instituciones. Pequeña en su dimensión, la comunidad del CIDE representa, no obstante, un centro de opinión y reflexión en el universo de la enseñanza, la docencia y la investigación que no merece el tratamiento de autoritarismo y cerrazón por parte del gobierno. La historia de movimientos que alcanzaron grandes dimensiones debería mover a la prudencia, el convencimiento y la apertura ante esas manifestaciones. El movimiento de 1968 comenzó con el enfrentamiento entre alumnos de una vocacional del Instituto Politécnico Nacional y fuerzas de la policía. La paralización de las actividades del CIDE puede ser un principio que conduzca a problemas mayores entre la población estudiantil y sectores intelectuales del país. Cuidado con ello.

Antecedentes importantes al conflicto de 1968 fueron movimientos como el de los médicos que desde los comienzos del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz dejó entrever la intolerancia y el autoritarismo de una administración dispuesta a reprimir toda manifestación y expresión de descontento y toda demanda de respeto a legítimos derechos como fue el reclamo de mejores condiciones para el aprendizaje y la profesión médica. De pretendida filiación de izquierda, el gobierno de la autollamada cuarta transformación muestra signos similares a los de la derecha de Gustavo Díaz Ordaz. La insistencia en la crítica genérica a las clases medias e intelectuales del país provoca ciertamente el debate y la discusión en el terreno de las ideas; genera sin duda claudicaciones y decepciones en muchos intelectuales, investigadores y docentes que dieron su voto a López Obrador. Personajes como Cuauhtémoc Cárdenas, representante de una izquierda consecuente y civilizada, alzan la voz para señalar carencias y desviaciones del actual gobierno. Pero más allá de esas controversias que despiertan las injustas críticas de López Obrador, hay una línea entre esos debates y el ataque sistemático a los intereses y demandas de docentes, estudiantes y trabajadores del pensamiento que el gobierno no debe trasponer so pena de hacer estallar conflictos cuyo control en corto plazo sería imposible.

sdelrio1934@gmail.com