/ miércoles 14 de marzo de 2018

Cinco años con Francisco

Este 13 de marzo se cumplen cinco años de que fue elegido el Papa Francisco como Sucesor de Pedro, Vicario de Jesucristo. Con esta ocasión, no faltan comentarios en favor y en contra. Algunos, que se consideran especialistas en asuntos vaticanos, aventuran todo tipo de opiniones, con criterios muy a ras de tierra, interpretando lo que el Papa hace o deja de hacer, como si conocieran todas las implicaciones que hay que tomar en cuenta cuando él debe tomar decisiones. Yo ratifico mi convicción de fe en el sentido de que es el Espíritu Santo guía a su Iglesia, y la designación de este Papa es una manifestación de que él actúa, a través de las mediaciones eclesiales.

Cuando fue elegido, yo estaba en una comunidad tseltal de la selva chiapaneca, en un encuentro anual de formación con diáconos permanentes. Cuando me dijeron que el nuevo Papa era el cardenal Bergoglio, expresé mi desconcierto, pues nunca pensé que fuera candidato para este ministerio. Pasando los primeros días, los meses y los años, me confirmo en mi fe de que es Dios quien decide estas elecciones. Considero a este Papa como una bendición para estos tiempos. Es lo que necesitábamos, para darle un nuevo aire a la Iglesia.

Son explicables las reacciones contrarias a su estilo y a sus exigencias evangélicas. Su sencillez contrasta con la forma de vida principesca de muchos eclesiásticos. Su apertura pastoral, marcada por la misericordia, contrasta con la rigidez de quienes sólo cuidan la ortodoxia, la ley del sábado, sin tener en cuenta a las personas en sus necesidades concretas. Su lucha por reformar no sólo la Curia Romana, sino toda la Iglesia, contrasta con quienes nos encapsulamos en nuestras propias seguridades, económicas y culturales. Su exigencia de dar prioridad a los pobres, contrasta con quienes defienden y sostienen este sistema social y económico que enriquece a unos a costa de otros, y no admiten que se les desestabilice. Su dinamismo misionero es molesto para quienes nos contentamos con una pastoral conservadora y autoreferencial. Su intolerancia con la pederastia clerical debe tener siempre como base la verdad, la justicia y la misericordia, tanto con las víctimas como con los pervertidores. Si no se tienen suficientes elementos de juicio, no se puede condenar a alguien quizá siendo inocente. Cuando el juicio es completo y justo, se procede.

PENSAR

Traigo a colación sólo algunas de sus palabras, que quieren marcar el rumbo de la Iglesia:

“La misericordia es el don más precioso de Dios. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura.

Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente, se convierte en barrera. La Iglesia no es una aduana. ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle!

La alegría del Evangelio llena la vida de quienes se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Fijemos la mirada en Jesús.

El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres. ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!

La hermana y madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hace falta una conversión ecológica”.

ACTUAR

Estemos abiertos a lo que el Espíritu nos dice por medio del Papa Francisco, para que nuestra Iglesia sea más fiel a Jesús.

Obispo Emérito de SCLC

Este 13 de marzo se cumplen cinco años de que fue elegido el Papa Francisco como Sucesor de Pedro, Vicario de Jesucristo. Con esta ocasión, no faltan comentarios en favor y en contra. Algunos, que se consideran especialistas en asuntos vaticanos, aventuran todo tipo de opiniones, con criterios muy a ras de tierra, interpretando lo que el Papa hace o deja de hacer, como si conocieran todas las implicaciones que hay que tomar en cuenta cuando él debe tomar decisiones. Yo ratifico mi convicción de fe en el sentido de que es el Espíritu Santo guía a su Iglesia, y la designación de este Papa es una manifestación de que él actúa, a través de las mediaciones eclesiales.

Cuando fue elegido, yo estaba en una comunidad tseltal de la selva chiapaneca, en un encuentro anual de formación con diáconos permanentes. Cuando me dijeron que el nuevo Papa era el cardenal Bergoglio, expresé mi desconcierto, pues nunca pensé que fuera candidato para este ministerio. Pasando los primeros días, los meses y los años, me confirmo en mi fe de que es Dios quien decide estas elecciones. Considero a este Papa como una bendición para estos tiempos. Es lo que necesitábamos, para darle un nuevo aire a la Iglesia.

Son explicables las reacciones contrarias a su estilo y a sus exigencias evangélicas. Su sencillez contrasta con la forma de vida principesca de muchos eclesiásticos. Su apertura pastoral, marcada por la misericordia, contrasta con la rigidez de quienes sólo cuidan la ortodoxia, la ley del sábado, sin tener en cuenta a las personas en sus necesidades concretas. Su lucha por reformar no sólo la Curia Romana, sino toda la Iglesia, contrasta con quienes nos encapsulamos en nuestras propias seguridades, económicas y culturales. Su exigencia de dar prioridad a los pobres, contrasta con quienes defienden y sostienen este sistema social y económico que enriquece a unos a costa de otros, y no admiten que se les desestabilice. Su dinamismo misionero es molesto para quienes nos contentamos con una pastoral conservadora y autoreferencial. Su intolerancia con la pederastia clerical debe tener siempre como base la verdad, la justicia y la misericordia, tanto con las víctimas como con los pervertidores. Si no se tienen suficientes elementos de juicio, no se puede condenar a alguien quizá siendo inocente. Cuando el juicio es completo y justo, se procede.

PENSAR

Traigo a colación sólo algunas de sus palabras, que quieren marcar el rumbo de la Iglesia:

“La misericordia es el don más precioso de Dios. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura.

Una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente, se convierte en barrera. La Iglesia no es una aduana. ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle!

La alegría del Evangelio llena la vida de quienes se encuentran con Jesús. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. Quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Fijemos la mirada en Jesús.

El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres. ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!

La hermana y madre tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hace falta una conversión ecológica”.

ACTUAR

Estemos abiertos a lo que el Espíritu nos dice por medio del Papa Francisco, para que nuestra Iglesia sea más fiel a Jesús.

Obispo Emérito de SCLC