/ sábado 12 de mayo de 2018

Cuchillito de palo | Guerrero en la mira

Guerrero arde y lo mismo se mata a políticos que a soldados. El recuento se vuelve macabro y coloca a la entidad en el primer lugar de homicidios a candidatos. ¿Habrá forma de apagar estas llamas que la consumen?

Por décadas ha sido semillero de conflictos y de matanzas. La fama de su “Tierra Caliente” trasciende fronteras. La inseguridad apagó las candilejas de Acapulco, al que, hasta hace pocos años, miles y miles de mexicanos llegaban a pasar su luna de miel. Se acabó con la sofisticación y el glamour; con la aspiración de tantos extranjeros de fama, que aspiraban a residir en el bellísimo puerto.

La miseria y la pobreza, del porcentaje más alto de su población, se reveló doliente. Cabezas mutiladas, violaciones a turistas españolas y si nos remontamos al pasado, horrores que dejaron el sello de “paraíso perdido”.

Basta con hacer memoria y recordar que fue la tierra en la que nació Lucio Cabañas, con su “Partido de los Pobres” y su brutal confrontación con un Poder, que lo aplastó. Años en los que, una guerrilla surgida de la voz de un maestro, intentaba paliar la marginalidad de sus habitantes y los abusos de desgobernantes rapaces y ciegos al sufrimiento de quienes, a duras penas, lograban sobrevivir.

Un Rubén Figueroa (Padre), que usó la fuerza máxima para apagar lo que se consideraba una auténtica blasfemia. Tiempos en los que, Arturo Acosta Chaparro, insensible al drama de miles y miles de guerrerenses, los aplastó, torturó y trató de disolver la semilla que pedía paz y justicia.

Con el “junior”, que por supuesto accedió a la gubernatura, el Vado de Aguas Blancas, donde se asesinó a campesinos, sin misericordia. Gracias a una Recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, tuvo que pedir licencia, aunque jamás se logró disolver el poderío de esta dinastía.

Apareció el EPR (Ejército Popular Revolucionario), resabio del Partido de los Pobres y símbolo de la lucha aguerrida de algunos líderes populares, que poco consiguieron en beneficio de sus comunidades.

De tumbo en tumbo, se sucedieron ejecutivos estatales de undécima, comprometidos a modificar la situación y a atender las urgencias prioritarias de la mayoría. La narcopolítica se arraigó, en contubernio con cárteles despiadados que se hicieron del control del territorio.

Sin distinción de membrete partidista, quienes ocuparon cargos de alta jerarquía jamás dieron solución a una problemática creciente. Por el contrario, permitieron y facilitaron el rezago, el deterioro de una población en la incertidumbre y con la espada de Damocles sobre el cuello, entre la mafia y quienes la combaten.

Y la “política” se convirtió en el instrumento para encausar el negocio de los enervantes. De Manuel Añorve, a Félix Salgado Macedonio, Alcaldes de Acapulco, los cárteles se asentaron y con ellos su consabida violencia.

Guerrero ha sufrido de todo: embates de la naturaleza, que arrasan a su paso. Bandas delincuenciales al por mayor, por lo que aparecieron las “autodefensas”, que tampoco han logrado apaciguar zonas importantes. Tragedias, como la de Ayotzinapa, que confirmó la sociedad de funcionarios con los capos.

En las condiciones actuales, con el proceso electoral encima y sin una cabeza oficial capaz de contener la violencia sin fin, ¿será posible ir a las urnas el próximo julio? Y bajo las balas, ¿habrá quién pueda razonar para elegir a uno u otro candidato? Y, ¿cuántos de ellos llegarán con vida?

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq



Guerrero arde y lo mismo se mata a políticos que a soldados. El recuento se vuelve macabro y coloca a la entidad en el primer lugar de homicidios a candidatos. ¿Habrá forma de apagar estas llamas que la consumen?

Por décadas ha sido semillero de conflictos y de matanzas. La fama de su “Tierra Caliente” trasciende fronteras. La inseguridad apagó las candilejas de Acapulco, al que, hasta hace pocos años, miles y miles de mexicanos llegaban a pasar su luna de miel. Se acabó con la sofisticación y el glamour; con la aspiración de tantos extranjeros de fama, que aspiraban a residir en el bellísimo puerto.

La miseria y la pobreza, del porcentaje más alto de su población, se reveló doliente. Cabezas mutiladas, violaciones a turistas españolas y si nos remontamos al pasado, horrores que dejaron el sello de “paraíso perdido”.

Basta con hacer memoria y recordar que fue la tierra en la que nació Lucio Cabañas, con su “Partido de los Pobres” y su brutal confrontación con un Poder, que lo aplastó. Años en los que, una guerrilla surgida de la voz de un maestro, intentaba paliar la marginalidad de sus habitantes y los abusos de desgobernantes rapaces y ciegos al sufrimiento de quienes, a duras penas, lograban sobrevivir.

Un Rubén Figueroa (Padre), que usó la fuerza máxima para apagar lo que se consideraba una auténtica blasfemia. Tiempos en los que, Arturo Acosta Chaparro, insensible al drama de miles y miles de guerrerenses, los aplastó, torturó y trató de disolver la semilla que pedía paz y justicia.

Con el “junior”, que por supuesto accedió a la gubernatura, el Vado de Aguas Blancas, donde se asesinó a campesinos, sin misericordia. Gracias a una Recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, tuvo que pedir licencia, aunque jamás se logró disolver el poderío de esta dinastía.

Apareció el EPR (Ejército Popular Revolucionario), resabio del Partido de los Pobres y símbolo de la lucha aguerrida de algunos líderes populares, que poco consiguieron en beneficio de sus comunidades.

De tumbo en tumbo, se sucedieron ejecutivos estatales de undécima, comprometidos a modificar la situación y a atender las urgencias prioritarias de la mayoría. La narcopolítica se arraigó, en contubernio con cárteles despiadados que se hicieron del control del territorio.

Sin distinción de membrete partidista, quienes ocuparon cargos de alta jerarquía jamás dieron solución a una problemática creciente. Por el contrario, permitieron y facilitaron el rezago, el deterioro de una población en la incertidumbre y con la espada de Damocles sobre el cuello, entre la mafia y quienes la combaten.

Y la “política” se convirtió en el instrumento para encausar el negocio de los enervantes. De Manuel Añorve, a Félix Salgado Macedonio, Alcaldes de Acapulco, los cárteles se asentaron y con ellos su consabida violencia.

Guerrero ha sufrido de todo: embates de la naturaleza, que arrasan a su paso. Bandas delincuenciales al por mayor, por lo que aparecieron las “autodefensas”, que tampoco han logrado apaciguar zonas importantes. Tragedias, como la de Ayotzinapa, que confirmó la sociedad de funcionarios con los capos.

En las condiciones actuales, con el proceso electoral encima y sin una cabeza oficial capaz de contener la violencia sin fin, ¿será posible ir a las urnas el próximo julio? Y bajo las balas, ¿habrá quién pueda razonar para elegir a uno u otro candidato? Y, ¿cuántos de ellos llegarán con vida?

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq