/ sábado 20 de junio de 2020

El fascinante mundo de los Mayas

Como bien lo dice el escritor estadounidense Peter Tompkins (1919-2007), las civilizaciones antiguas como la maya, concedían gran importancia a los números con los que formaban un lenguaje exacto y con el que podían expresar sus ideales físicos y espirituales. En este mismo orden de ideas concuerda el urbanista Robert Stacy Judd (1884-1975), cuando afirma que la arquitectura consiste en símbolos congelados que pueden ser sometidos a deshielo hasta formar un lenguaje comprensible.

Ahí, en la selva del sureste se levantan monumentos que desafían el paso del tiempo: estructuras perfectas, construcciones sólidas y misteriosas, observatorios del movimiento preciso de las estrellas con su giro brillante, fugaz y pasajero.

Los testimonios no mienten: el Códice de Dresde que contiene un tratado profundo de astronomía, o el de París que es un compendio de profecías y adivinaciones; o el de Madrid que hace constar las precisas mediciones del tiempo, o el Códice Grolier que es en sí un calendario completo de 365 días como el nuestro, el actual, el que nos rige. Los mayas fueron grandes artistas, maestros astrónomos y matemáticos, asombrosos malabaristas en el uso del cero, inventores de un universo con cálculos y fechas de altísima significación.

¿Cómo si no lograron los mayas predecir la periodicidad de Venus, la estrella de la mañana y el atardecer y sus círculos caprichosos? ¿o el lento movimiento de Júpiter o la precisa distancia de la Tierra a Orión? ¿o las fases lunares y los eclipses?… Todo ello en el transcurso apacible, pleno de sabiduría, del cultivo de la tierra y la educación musical e histórica de los jóvenes.

Y si nos adentramos en su principal deidad ¿quién o qué fue Kukulcán o Quetzalcóatl, la serpiente emplumada con que se disfrazó el dios-hombre, guía de los antiguos mexicanos? Se dice que mucho antes de que floreciera la civilización tolteca de Tula; antes de que los aztecas lo establecieran en su cultura y lo incorporaran en sus códices, los habitantes de Teotihuacan le tenían por “único dios”, ocho siglos antes de nuestra Era. Así lo consigna Fray Bernardino de Sahagún. Por ello existe la idea de que Quetzalcóatl constituye el mito principal de los pueblos mesoamericanos.

Miguel León Portilla nos dice que el dios Quetzalcóatl es “el mismo señor barbado que, junto con la serpiente emplumada, aparece ya en las vasijas teotihuacanas…donde ostenta los mismos atributos de Tlaloc, dios de la lluvia o los de Ehécatl, el señor del viento”. El mismo que aproximaba y reconciliaba los opuestos.

Los mayas tuvieron vocación a la sabiduría, su aplicación del conocimiento en el contexto de las actividades humanas y su relación misteriosa con las cosas del universo. Números, palabras, sonidos, colores, formas, volúmenes se convirtieron para los mayas en los vehículos más eficaces con los que construyeron su realidad cotidiana y su mundo alucinado.

Quienes han tratado de desentrañar la esencia del pensamiento maya se preguntan admirados ¿cómo un pueblo de cerbataneros, de cazadores de pájaros, pero dueño del fuego fue capaz de dominar el tiempo, la ciencia y el arte? Y es que su vida diaria le hizo enfrentarse a la luz, a la sequía, al poder del viento, a la tormenta, a la selva, al mar, a los astros, a las enfermedades, al recuerdo de los ancestros y a la aparición de la progenie. Así lo consigna el Popol Vuh, el Libro de los Libros, la memoria del origen.

Decía Miguel Angel Asturias que a través de las páginas del Popol Vuh uno asiste a las mil vicisitudes que tuvo que sufrir el pueblo maya para alcanzar tan alto grado de saber y de gobierno. "Principiando el relato cuando se acabaron de medir todos los ángulos del cielo, de la tierra, la cuadrangulación, su medida, la medida de las líneas, en el cielo, en la tierra, en los cuatro ángulos, de los cuatro rincones; reafirma lo decisivo de un saber encuadrante, matemático que antes, al ser ignorado, deshumanizaba a los hombres dejándolos a merced de las fuerzas ciegas de la naturaleza".

Los músicos, por ejemplo, hablaban del sol al encontrar el lenguaje solar impregnado en la madera, en la piedra, en el cuero de los tambores, en la caña agujereada. "Hay, continúa Asturias, una magia solar que, al hacerla vibrar el músico, el compositor o el ejecutante, cobra existencia. Existe. Es".

Así narra el Popol Vuh que nació el hombre maya en este mundo, como obra fiel, como fruto de la ensoñación primera, elemental del gran alfarero, gran constructor de todo lo que existe.

Nicté Ha, una extraordinaria mujer que vivió el esplendor y la gloria de los mayas antiguos, nos dejó una profecía aleccionadora sobre el futuro de su pueblo: "Nosotros, los mayas, volveremos. Saldremos de la selva, caminaremos fuera de nuestras derruidas ciudades. Volveremos a ver las estrellas, a cantar, a escribir, a contar. Lo sé. Lo veo".

Premio Primera Plana

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx

Como bien lo dice el escritor estadounidense Peter Tompkins (1919-2007), las civilizaciones antiguas como la maya, concedían gran importancia a los números con los que formaban un lenguaje exacto y con el que podían expresar sus ideales físicos y espirituales. En este mismo orden de ideas concuerda el urbanista Robert Stacy Judd (1884-1975), cuando afirma que la arquitectura consiste en símbolos congelados que pueden ser sometidos a deshielo hasta formar un lenguaje comprensible.

Ahí, en la selva del sureste se levantan monumentos que desafían el paso del tiempo: estructuras perfectas, construcciones sólidas y misteriosas, observatorios del movimiento preciso de las estrellas con su giro brillante, fugaz y pasajero.

Los testimonios no mienten: el Códice de Dresde que contiene un tratado profundo de astronomía, o el de París que es un compendio de profecías y adivinaciones; o el de Madrid que hace constar las precisas mediciones del tiempo, o el Códice Grolier que es en sí un calendario completo de 365 días como el nuestro, el actual, el que nos rige. Los mayas fueron grandes artistas, maestros astrónomos y matemáticos, asombrosos malabaristas en el uso del cero, inventores de un universo con cálculos y fechas de altísima significación.

¿Cómo si no lograron los mayas predecir la periodicidad de Venus, la estrella de la mañana y el atardecer y sus círculos caprichosos? ¿o el lento movimiento de Júpiter o la precisa distancia de la Tierra a Orión? ¿o las fases lunares y los eclipses?… Todo ello en el transcurso apacible, pleno de sabiduría, del cultivo de la tierra y la educación musical e histórica de los jóvenes.

Y si nos adentramos en su principal deidad ¿quién o qué fue Kukulcán o Quetzalcóatl, la serpiente emplumada con que se disfrazó el dios-hombre, guía de los antiguos mexicanos? Se dice que mucho antes de que floreciera la civilización tolteca de Tula; antes de que los aztecas lo establecieran en su cultura y lo incorporaran en sus códices, los habitantes de Teotihuacan le tenían por “único dios”, ocho siglos antes de nuestra Era. Así lo consigna Fray Bernardino de Sahagún. Por ello existe la idea de que Quetzalcóatl constituye el mito principal de los pueblos mesoamericanos.

Miguel León Portilla nos dice que el dios Quetzalcóatl es “el mismo señor barbado que, junto con la serpiente emplumada, aparece ya en las vasijas teotihuacanas…donde ostenta los mismos atributos de Tlaloc, dios de la lluvia o los de Ehécatl, el señor del viento”. El mismo que aproximaba y reconciliaba los opuestos.

Los mayas tuvieron vocación a la sabiduría, su aplicación del conocimiento en el contexto de las actividades humanas y su relación misteriosa con las cosas del universo. Números, palabras, sonidos, colores, formas, volúmenes se convirtieron para los mayas en los vehículos más eficaces con los que construyeron su realidad cotidiana y su mundo alucinado.

Quienes han tratado de desentrañar la esencia del pensamiento maya se preguntan admirados ¿cómo un pueblo de cerbataneros, de cazadores de pájaros, pero dueño del fuego fue capaz de dominar el tiempo, la ciencia y el arte? Y es que su vida diaria le hizo enfrentarse a la luz, a la sequía, al poder del viento, a la tormenta, a la selva, al mar, a los astros, a las enfermedades, al recuerdo de los ancestros y a la aparición de la progenie. Así lo consigna el Popol Vuh, el Libro de los Libros, la memoria del origen.

Decía Miguel Angel Asturias que a través de las páginas del Popol Vuh uno asiste a las mil vicisitudes que tuvo que sufrir el pueblo maya para alcanzar tan alto grado de saber y de gobierno. "Principiando el relato cuando se acabaron de medir todos los ángulos del cielo, de la tierra, la cuadrangulación, su medida, la medida de las líneas, en el cielo, en la tierra, en los cuatro ángulos, de los cuatro rincones; reafirma lo decisivo de un saber encuadrante, matemático que antes, al ser ignorado, deshumanizaba a los hombres dejándolos a merced de las fuerzas ciegas de la naturaleza".

Los músicos, por ejemplo, hablaban del sol al encontrar el lenguaje solar impregnado en la madera, en la piedra, en el cuero de los tambores, en la caña agujereada. "Hay, continúa Asturias, una magia solar que, al hacerla vibrar el músico, el compositor o el ejecutante, cobra existencia. Existe. Es".

Así narra el Popol Vuh que nació el hombre maya en este mundo, como obra fiel, como fruto de la ensoñación primera, elemental del gran alfarero, gran constructor de todo lo que existe.

Nicté Ha, una extraordinaria mujer que vivió el esplendor y la gloria de los mayas antiguos, nos dejó una profecía aleccionadora sobre el futuro de su pueblo: "Nosotros, los mayas, volveremos. Saldremos de la selva, caminaremos fuera de nuestras derruidas ciudades. Volveremos a ver las estrellas, a cantar, a escribir, a contar. Lo sé. Lo veo".

Premio Primera Plana

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx