/ jueves 23 de mayo de 2024

El ocaso

El sexenio termina y se acerca la hora de revisar números; el verdadero examen, frío y definitivo, inicia después del primero de octubre. Para esos días, el presidente no estará en el poder y con ello se verá menguada su influencia pública y la capacidad de respuesta que hoy tiene.

Así pasa siempre en nuestro muy particular sistema político, me refiero a la disminución de poder. El descendente sol debe menguar para dar espacio a uno naciente que refresque la esperanza. En México los ex estorban y deben partir a un exilio material o cuando menos de la vida pública, nacional o regional.

Ahora, más que en otras ocasiones, el gobierno saliente hace esfuerzos por colocar en la opinión una narrativa transexenal. El mandatario, desde el inicio de su gobierno, se ha esmerado en instalar un concepto: cuarta transformación; a mi juicio, el intento de constructo no corresponde a la modesta realidad, su gobierno no es producto de una revolución, lo es, tan solo de un cambio electoral. Bajo la cobertura de ese concepto, su partido trata de ganar legitimidad y para ello se quiere agandallar la herencia moral de la independencia, reforma y revolución.

El éxito de irrumpir en la historia y colocarse en ella presupone un cambio radical con buenos e inmediatos resultados. Además, del diseño de una nueva forma de Estado que pueda enfrentar con eficacia los retos del futuro. Ni lo uno, ni lo otro. Seguimos siendo el país neoliberal que dice odiar Morena, pero ahora con peores resultados que antes. Con ricos más ricos y pobres más pobres.

En el televisor escucho mantras que alaban la fortaleza del peso, el crecimiento económico, un sistema de salud como el de Dinamarca, un aeropuerto de talla internacional, la disminución de la violencia, una refinería construida en tiempo récord, una central eléctrica en Sonora y muchas otras ilusiones. La exitosa, pero falsa campaña publicitaria incluye desde la famosa mañanera, hasta locutores a modo en los cada vez más aburridos canales oficiales, además de una bola de paleros que actúan como integrantes de una secta de vendedores de productos milagro.

La realidad es muy distinta a la que difunde el oficialismo, y también, por cierto, a la que a fuerza de repetir, mentir y engañar se ha instalado en una parte de la opinión pública. Son casi seis años de un permanente bombardeo de datos y cifras falsas o parciales.

El crecimiento promedio del PIB en el sexenio será de solo 0.9%, de los más bajos desde la década de los treinta del siglo pasado. El 50% de los mexicanos no tiene acceso al sistema de salud; de las 800 mil personas que murieron durante la pandemia del COVID, 300 mil perdieron la vida por errores del gobierno, y un millón y medio de niños, niñas y jóvenes abandonaron la escuela.

Puedo llenar cuartillas con cifras que derrumban el mito de una transformación histórica. Pero dejemos al tiempo la tarea de demoler, como en otras ocasiones, la narrativa del sexenio que fenece.


El sexenio termina y se acerca la hora de revisar números; el verdadero examen, frío y definitivo, inicia después del primero de octubre. Para esos días, el presidente no estará en el poder y con ello se verá menguada su influencia pública y la capacidad de respuesta que hoy tiene.

Así pasa siempre en nuestro muy particular sistema político, me refiero a la disminución de poder. El descendente sol debe menguar para dar espacio a uno naciente que refresque la esperanza. En México los ex estorban y deben partir a un exilio material o cuando menos de la vida pública, nacional o regional.

Ahora, más que en otras ocasiones, el gobierno saliente hace esfuerzos por colocar en la opinión una narrativa transexenal. El mandatario, desde el inicio de su gobierno, se ha esmerado en instalar un concepto: cuarta transformación; a mi juicio, el intento de constructo no corresponde a la modesta realidad, su gobierno no es producto de una revolución, lo es, tan solo de un cambio electoral. Bajo la cobertura de ese concepto, su partido trata de ganar legitimidad y para ello se quiere agandallar la herencia moral de la independencia, reforma y revolución.

El éxito de irrumpir en la historia y colocarse en ella presupone un cambio radical con buenos e inmediatos resultados. Además, del diseño de una nueva forma de Estado que pueda enfrentar con eficacia los retos del futuro. Ni lo uno, ni lo otro. Seguimos siendo el país neoliberal que dice odiar Morena, pero ahora con peores resultados que antes. Con ricos más ricos y pobres más pobres.

En el televisor escucho mantras que alaban la fortaleza del peso, el crecimiento económico, un sistema de salud como el de Dinamarca, un aeropuerto de talla internacional, la disminución de la violencia, una refinería construida en tiempo récord, una central eléctrica en Sonora y muchas otras ilusiones. La exitosa, pero falsa campaña publicitaria incluye desde la famosa mañanera, hasta locutores a modo en los cada vez más aburridos canales oficiales, además de una bola de paleros que actúan como integrantes de una secta de vendedores de productos milagro.

La realidad es muy distinta a la que difunde el oficialismo, y también, por cierto, a la que a fuerza de repetir, mentir y engañar se ha instalado en una parte de la opinión pública. Son casi seis años de un permanente bombardeo de datos y cifras falsas o parciales.

El crecimiento promedio del PIB en el sexenio será de solo 0.9%, de los más bajos desde la década de los treinta del siglo pasado. El 50% de los mexicanos no tiene acceso al sistema de salud; de las 800 mil personas que murieron durante la pandemia del COVID, 300 mil perdieron la vida por errores del gobierno, y un millón y medio de niños, niñas y jóvenes abandonaron la escuela.

Puedo llenar cuartillas con cifras que derrumban el mito de una transformación histórica. Pero dejemos al tiempo la tarea de demoler, como en otras ocasiones, la narrativa del sexenio que fenece.


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