/ domingo 3 de marzo de 2024

El sometimiento popular al líder (II)

Eric Fromm estableció que había tres principales mecanismos de evasión de la libertad: el autoritarismo, la destructividad y la conformidad automática. El primero de ellos, asociado a la tendencia compulsiva de sumisión y dominación que se ve reflejada en dos tipos de impulsos: los masoquistas y los sádicos, a fin de poder evadir la insoportable sensación de soledad e impotencia en la que puede caer un ser humano cuando se siente “libre en sentido negativo”, esto es, solo frente a un mundo extraño y hostil, que lo convierte en un ser aterrorizado en pos de algo o alguien al que encadenar su propio yo.

El impulso masoquista (que busca librarse de su yo individual y de la “pesada carga de libertad”), como producto de los sentimientos de inferioridad, impotencia e insignificancia individual que conducen al hombre a obedecer a fuerzas exteriores y a autocastigarse, tal y como lo es “la sumisión al ‘líder’” que encarnó la ideología del nazifascismo. ¿Qué gana un masoquista? Seguridad que no tenía y “orgullo de participar” del poder sin necesitar tomar decisiones ni asumir responsabilidades, pues el significado de su vida e identidad del yo serán determinados ahora “por la entidad total en la que ha sumergido su personalidad”.

El impulso sádico, como impulsividad para castigar a otros, someterlos y reducirlos hasta ser meros instrumentos y objetos pasivos de su propia voluntad, siendo el dominio total sobre otro individuo “la esencia misma” del sadismo. Derivado de ello, entre uno y otro se establece una dependencia, una simbiosis, el sádico necesita un objeto porque quiere dominar y soborna al objeto de su sadismo con todo tipo de regalos y alabanzas. Sí, todo menos con el derecho a ser libres e independientes. Así, mientras el sádico admite al otro al que domina como parte de su persona, el masoquista se pierde al disolverse en el seno de un poder exterior, de modo que la hostilidad y la destructividad (el segundo mecanismo evasivo de la libertad) que en él se advierten son inconscientes en tanto que en el sádico éstas son conscientes y se expresan de modo directo.

Así considerado, Fromm planteó que el nazismo apeló a los impulsos destructivos de ciertos sectores sociales (especialmente de escasos recursos) y los usó para luchar contra sus enemigos, siendo para él esta ideología no sólo un fenómeno emanado de una problemática económico-política: el pueblo mismo la aceptó a partir de “una base psicológica” en la que interactuaron dos factores esenciales: la estructura del carácter de quienes lo apoyaron y las características psicológicas de la ideología que sirvió como instrumento adoctrinador.

Originalmente, gran parte de la sociedad (obreros y burgueses liberales y católicos) se incorporó sin resistencia al régimen nazi sin ser su admiradora, pero los hubo que sí fueron altamente motivados por ella y se convirtieron en fanáticos. Los primeros se sometieron por un cansancio y resignación íntimos derivados de las derrotas sufridas por Alemania tras la Gran Guerra que terminaron por desmoronar sus esperanzas. Sin embargo, al asumir Hitler el poder se consolidó un elemento socialmente unificador: Él era “Alemania” y si la población lo combatía, iba en contra de la propia comunidad alemana. Disueltos los demás partidos, oponerse al nazismo era convertirse en un traidor a la Patria y quedar excluido socialmente, y cuando desde el extranjero se cuestionaba al régimen, lo que se hacía era cuestionar a Alemania.

De ahí que el análisis de Fromm demostrará que cuando un partido logra el poder de un Estado, gana la adhesión de la mayor parte de la sociedad y cada ataque al partido en el poder aumenta la lealtad aún de los que no están totalmente con él, pues “los principios éticos están por encima de la existencia de la nación” misma, como sucedió con el nazismo, cuando los estratos bajos de la clase media (comerciantes, artesanos y empleados, con mayor pasividad los de edad avanzada -conformidad automática- y de modo activo los de menor edad que en el periodo entreguerras adquirieron mayor margen de libertad) hicieron suya la nueva ideología, caracterizada por la obediencia ciega al líder, odio a las minorías políticas y raciales, anhelo de conquista y exaltación al pueblo germano y a la "raza aria".

¿Qué perfil tenían? Luego de la crisis de 1929: amor al fuerte y odio al débil, ascetismo, mezquindad, hostilidad y avaricia frente al dinero y a los sentimientos; desconfianza y odio hacia los extranjeros y una vida basada en la escasez económica y psicológica, de ahí que se identificaran con el nazismo, frommianamente hablando, por su "anhelo de sumisión y apetito de poder", identificando en la derrota nacional y en el tratado de Versalles a los principales símbolos causantes de su frustración y decadencia social.

Por ello Hitler era el líder perfecto: era el típico representante de la baja clase media, "un don nadie” sin perspectiva de futuro, un paria, un excluido, tal y como él se autocalificó. Sentimientos de “insignificancia individual” y de “impotencia” que la propia población asumió como suyos. (Continuará)


bettyzanolli@gmail.com

X: @BettyZanolli

Youtube: bettyzanolli


Eric Fromm estableció que había tres principales mecanismos de evasión de la libertad: el autoritarismo, la destructividad y la conformidad automática. El primero de ellos, asociado a la tendencia compulsiva de sumisión y dominación que se ve reflejada en dos tipos de impulsos: los masoquistas y los sádicos, a fin de poder evadir la insoportable sensación de soledad e impotencia en la que puede caer un ser humano cuando se siente “libre en sentido negativo”, esto es, solo frente a un mundo extraño y hostil, que lo convierte en un ser aterrorizado en pos de algo o alguien al que encadenar su propio yo.

El impulso masoquista (que busca librarse de su yo individual y de la “pesada carga de libertad”), como producto de los sentimientos de inferioridad, impotencia e insignificancia individual que conducen al hombre a obedecer a fuerzas exteriores y a autocastigarse, tal y como lo es “la sumisión al ‘líder’” que encarnó la ideología del nazifascismo. ¿Qué gana un masoquista? Seguridad que no tenía y “orgullo de participar” del poder sin necesitar tomar decisiones ni asumir responsabilidades, pues el significado de su vida e identidad del yo serán determinados ahora “por la entidad total en la que ha sumergido su personalidad”.

El impulso sádico, como impulsividad para castigar a otros, someterlos y reducirlos hasta ser meros instrumentos y objetos pasivos de su propia voluntad, siendo el dominio total sobre otro individuo “la esencia misma” del sadismo. Derivado de ello, entre uno y otro se establece una dependencia, una simbiosis, el sádico necesita un objeto porque quiere dominar y soborna al objeto de su sadismo con todo tipo de regalos y alabanzas. Sí, todo menos con el derecho a ser libres e independientes. Así, mientras el sádico admite al otro al que domina como parte de su persona, el masoquista se pierde al disolverse en el seno de un poder exterior, de modo que la hostilidad y la destructividad (el segundo mecanismo evasivo de la libertad) que en él se advierten son inconscientes en tanto que en el sádico éstas son conscientes y se expresan de modo directo.

Así considerado, Fromm planteó que el nazismo apeló a los impulsos destructivos de ciertos sectores sociales (especialmente de escasos recursos) y los usó para luchar contra sus enemigos, siendo para él esta ideología no sólo un fenómeno emanado de una problemática económico-política: el pueblo mismo la aceptó a partir de “una base psicológica” en la que interactuaron dos factores esenciales: la estructura del carácter de quienes lo apoyaron y las características psicológicas de la ideología que sirvió como instrumento adoctrinador.

Originalmente, gran parte de la sociedad (obreros y burgueses liberales y católicos) se incorporó sin resistencia al régimen nazi sin ser su admiradora, pero los hubo que sí fueron altamente motivados por ella y se convirtieron en fanáticos. Los primeros se sometieron por un cansancio y resignación íntimos derivados de las derrotas sufridas por Alemania tras la Gran Guerra que terminaron por desmoronar sus esperanzas. Sin embargo, al asumir Hitler el poder se consolidó un elemento socialmente unificador: Él era “Alemania” y si la población lo combatía, iba en contra de la propia comunidad alemana. Disueltos los demás partidos, oponerse al nazismo era convertirse en un traidor a la Patria y quedar excluido socialmente, y cuando desde el extranjero se cuestionaba al régimen, lo que se hacía era cuestionar a Alemania.

De ahí que el análisis de Fromm demostrará que cuando un partido logra el poder de un Estado, gana la adhesión de la mayor parte de la sociedad y cada ataque al partido en el poder aumenta la lealtad aún de los que no están totalmente con él, pues “los principios éticos están por encima de la existencia de la nación” misma, como sucedió con el nazismo, cuando los estratos bajos de la clase media (comerciantes, artesanos y empleados, con mayor pasividad los de edad avanzada -conformidad automática- y de modo activo los de menor edad que en el periodo entreguerras adquirieron mayor margen de libertad) hicieron suya la nueva ideología, caracterizada por la obediencia ciega al líder, odio a las minorías políticas y raciales, anhelo de conquista y exaltación al pueblo germano y a la "raza aria".

¿Qué perfil tenían? Luego de la crisis de 1929: amor al fuerte y odio al débil, ascetismo, mezquindad, hostilidad y avaricia frente al dinero y a los sentimientos; desconfianza y odio hacia los extranjeros y una vida basada en la escasez económica y psicológica, de ahí que se identificaran con el nazismo, frommianamente hablando, por su "anhelo de sumisión y apetito de poder", identificando en la derrota nacional y en el tratado de Versalles a los principales símbolos causantes de su frustración y decadencia social.

Por ello Hitler era el líder perfecto: era el típico representante de la baja clase media, "un don nadie” sin perspectiva de futuro, un paria, un excluido, tal y como él se autocalificó. Sentimientos de “insignificancia individual” y de “impotencia” que la propia población asumió como suyos. (Continuará)


bettyzanolli@gmail.com

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