/ martes 14 de abril de 2020

En medio del dolor

Adriana, chofer de Uber y madre de cuatro hijos, se contagió de coronavirus. La cuidó en su enfermedad el mayor de sus vástagos -14 años-, quien con sólo unos guantes y mascarilla le dio de comer y la ayudó a su recuperación, mientras atendía al resto de sus hermanos. Sintiéndose ya bien, acudió al hospital a hacerse la prueba del virus, la que salió negativa. Cuando regresó, encontró muerto, de una descarga eléctrica, al hijo que había sido su tabla de salvación.

Inconcebible el dolor humano en estos tiempos de pandemia. Lo sucedido a Adriana clama al cielo, en un Sábado Santo en el que, todavía Cristo yace en el sepulcro. Días de guardar que, por primera vez en décadas, sí lo han sido.

A diferencia de un pasado vacacional, que los prestadores de servicios y la economía esperaban como el santo advenimiento, el aislamiento social, que exige el peligro de contagio, dejó en el encierro a millones de personas.

Historias, como la de esta mujer, estremecen y disparan sentimientos de profunda compasión. En esta etapa aciaga se reproducen ante las pérdidas y ponen a prueba la solidaridad, costumbre ancestral.

Lo grave es que ocurre bajo la égida de un desgobierno federal incapaz de mostrar un mínimo de empatía. No lo hicieron ante barbaries como la de la familia Le Barón, tampoco por Adriana.

A la deriva, a nivel federal, sin un plan para sacar adelante a lo que quede de este país, para apoyar el dolor de tantas pérdidas; para dar la mano a todos los mexicanos y dejar de dividir descalificando a quienes consideran adversarios.

Los números de contagios crecen, mientras la cantaleta mañanera insiste en un “ “estamos preparados”, que nadie cree. O, ¿somos ciegos a lo que sucede en países con mejores servicios de salud?

La realidad nos devora inmersos en actitudes demenciales como las del tlatoani y su “anillo al dedo”, o la del antropófago poblano, Miguel Barbosa, con su “sólo se enferman los ricos”.

Barbosa es manjar de psicoanálisis. Su agenda de “frases célebres” es larga. A la caída del helicóptero en que perdieron la vida la gobernadora Alonso y su esposo, Moreno Valle, se permitió decir que había sido “castigo del cielo” por el, según su insultante estulticia, fraude electoral.

AMLO lo premió con la máxima silla poblana. Muy pocos votaron por él y, para desgracia de esa hermosa tierra, les cayó el falaz personaje que jamás ha podido explicar cómo se hizo del gran número de propiedades que tiene.

Como jamás entenderá que “en boca cerrada no entran moscas”, completó el rebuzno de los “fifís” con un: el virus se muere con un mole de guajolote. Digno exponente de este engendro de clase política, que nos ha caído, como maldición satánica.

La buena casta sale a relucir en tiempos de tinieblas, como en Jalisco. Enrique Alfaro ha hecho lo imposible por contener la pandemia y seguir las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud.

Recio, estructurado y convencido de lo que es mejor para Jalisco, ha tenido que lidiar con el lacayunismo de López Gatell, quien está empeñado en ponerle piedras en el camino. El tal médico –que parece que hizo juramento de hipócritas, no de Hipócrates-, está empeñado en aparentar que este país tomó medidas a tiempo y se detuvo el problema, sofisma impuesto por su autoritario jefe.

Hay esperanza cuando se contrastan gobiernos. Cuando menos sabemos que en el futuro podríamos elegir a un auténtico líder y no un dictadorzuelo de pacotilla.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Adriana, chofer de Uber y madre de cuatro hijos, se contagió de coronavirus. La cuidó en su enfermedad el mayor de sus vástagos -14 años-, quien con sólo unos guantes y mascarilla le dio de comer y la ayudó a su recuperación, mientras atendía al resto de sus hermanos. Sintiéndose ya bien, acudió al hospital a hacerse la prueba del virus, la que salió negativa. Cuando regresó, encontró muerto, de una descarga eléctrica, al hijo que había sido su tabla de salvación.

Inconcebible el dolor humano en estos tiempos de pandemia. Lo sucedido a Adriana clama al cielo, en un Sábado Santo en el que, todavía Cristo yace en el sepulcro. Días de guardar que, por primera vez en décadas, sí lo han sido.

A diferencia de un pasado vacacional, que los prestadores de servicios y la economía esperaban como el santo advenimiento, el aislamiento social, que exige el peligro de contagio, dejó en el encierro a millones de personas.

Historias, como la de esta mujer, estremecen y disparan sentimientos de profunda compasión. En esta etapa aciaga se reproducen ante las pérdidas y ponen a prueba la solidaridad, costumbre ancestral.

Lo grave es que ocurre bajo la égida de un desgobierno federal incapaz de mostrar un mínimo de empatía. No lo hicieron ante barbaries como la de la familia Le Barón, tampoco por Adriana.

A la deriva, a nivel federal, sin un plan para sacar adelante a lo que quede de este país, para apoyar el dolor de tantas pérdidas; para dar la mano a todos los mexicanos y dejar de dividir descalificando a quienes consideran adversarios.

Los números de contagios crecen, mientras la cantaleta mañanera insiste en un “ “estamos preparados”, que nadie cree. O, ¿somos ciegos a lo que sucede en países con mejores servicios de salud?

La realidad nos devora inmersos en actitudes demenciales como las del tlatoani y su “anillo al dedo”, o la del antropófago poblano, Miguel Barbosa, con su “sólo se enferman los ricos”.

Barbosa es manjar de psicoanálisis. Su agenda de “frases célebres” es larga. A la caída del helicóptero en que perdieron la vida la gobernadora Alonso y su esposo, Moreno Valle, se permitió decir que había sido “castigo del cielo” por el, según su insultante estulticia, fraude electoral.

AMLO lo premió con la máxima silla poblana. Muy pocos votaron por él y, para desgracia de esa hermosa tierra, les cayó el falaz personaje que jamás ha podido explicar cómo se hizo del gran número de propiedades que tiene.

Como jamás entenderá que “en boca cerrada no entran moscas”, completó el rebuzno de los “fifís” con un: el virus se muere con un mole de guajolote. Digno exponente de este engendro de clase política, que nos ha caído, como maldición satánica.

La buena casta sale a relucir en tiempos de tinieblas, como en Jalisco. Enrique Alfaro ha hecho lo imposible por contener la pandemia y seguir las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud.

Recio, estructurado y convencido de lo que es mejor para Jalisco, ha tenido que lidiar con el lacayunismo de López Gatell, quien está empeñado en ponerle piedras en el camino. El tal médico –que parece que hizo juramento de hipócritas, no de Hipócrates-, está empeñado en aparentar que este país tomó medidas a tiempo y se detuvo el problema, sofisma impuesto por su autoritario jefe.

Hay esperanza cuando se contrastan gobiernos. Cuando menos sabemos que en el futuro podríamos elegir a un auténtico líder y no un dictadorzuelo de pacotilla.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq