/ domingo 24 de junio de 2018

Entre piernas y telones

Los grandes muertos

HUGO HERNÁNDEZ

Hay quien la ha definido como la “única miniserie teatral”, otros como “saga escénica”, y hasta hay quien la ha comparado con una “novela por entregas”. Sea lo uno, lo otro o lo de más allá, la verdad es que Los grandes muertos es una maravilla escénica que hay que empezar a ver ya, para que dé tiempo de verla completa.

Escrita por la maestra Luisa Josefina Hernández, Los grandes muertos está integrada por seis obras que se presentan escalonadas a lo largo de cinco días en el teatro Julio Castillo, y que uno debe ver en al menos tres sesiones distintas, para disfrutar de las, aproximadamente nueve horas en las que se desarrolla toda la trama.

Los grandes muertos cuenta la vida de una familia, los Santander Argüello, a lo largo de cuatro décadas (de 1862 a 1902) y de todas las personas cuyos destinos se entretejen con ellos en un puerto del sureste mexicano.

El galán de ultramar, La amante, Fermentoy sueño, Tres perros y un gato, La sota, y Los Médicos son los títulos de los seis capítulos que integran esta sensacional puesta en escena, que conjuga el trabajo de la Compañía Nacional de Teatro, la Universidad Nacional Autónoma de México y el gobierno del estado de Campeche.

Amor, celos, infidelidades, muertes, corrupción, asesinatos, malinchismo, discriminación, dinero, abusos, tradición, son algunos de los muchos temas que aborda esta brillante historia de la maestra Hernández, quien como siempre, muestra su enorme conocimiento y gigantesca sensibilidad para reflejar la esencia de lo mexicano.

Si bien sucede en la segunda mitad del siglo XIX, la trama de Los grandes muertos podría ser la vida de muchas, casi todas las familias de este país, y de muchos otros, por lo que el acercamiento con el espectador es inmediato.

Insuficiente es este espacio para hablar en detalle del trabajo, talento, cuidado, de cada uno de los integrantes de la compañía que hacen posible este enorme montaje, tanto los que están sobre como los que están fuera del escenario. Sin embargo, justo es mencionar, aunque sea rápidamente, las cabezas de esta puesta en escena.

Brillante la dirección escénica de José Caballero; sensacionales, prácticas y cuidadísimas la escenografía e iluminación de Jorge Kuri Neumann; y bravo para el hermoso vestuario de Jeryldi Bosch.

No conozco el texto original, que por cierto buscaré de inmediato, y no sé de quién es la brillante decisión de incluir a una narradora (Laura Padilla, estupenda como siempre) que va contando la historia, dando voz a las acotaciones de ubicación, movimiento e incluso intención de los personajes.

Este recurso refuerza la idea de una serie, y al mismo tiempo da a la puesta en escena una especie de distanciamiento brechtiano, que la hace mucho más disfrutable.

Brillante la resolución escenográfica, que permite las decenas de cambios que exige el montaje en cuestión de segundos; y que junto con el elaboradísimo vestuario, hace de éste un montaje que hay que ver.

A esto hay que sumar las actuaciones, todas estupendas, de los integrantes de la CNT, entre los que se encuentran Julieta Egurrola, Arturo Beristáin, Marta Aura, Óscar Narváez, Ana Isabel Esqueira, Azalia Ortiz (sensacional), Rodrigo Vázquez, Adrián Aguirre, Roberto Soto y Muriel Ricard, entre un largo etcétera.

Hasta hoy sólo he visto los dos primeros capítulos de Los grandes muertos, y como todo el público me quedé picado y ya me urge ver lo que sigue, pero no quise esperar a verlo todo para escribir y recomendar, ampliamente, esta maravilla escénica.

No se la pierdan.


Los grandes muertos

HUGO HERNÁNDEZ

Hay quien la ha definido como la “única miniserie teatral”, otros como “saga escénica”, y hasta hay quien la ha comparado con una “novela por entregas”. Sea lo uno, lo otro o lo de más allá, la verdad es que Los grandes muertos es una maravilla escénica que hay que empezar a ver ya, para que dé tiempo de verla completa.

Escrita por la maestra Luisa Josefina Hernández, Los grandes muertos está integrada por seis obras que se presentan escalonadas a lo largo de cinco días en el teatro Julio Castillo, y que uno debe ver en al menos tres sesiones distintas, para disfrutar de las, aproximadamente nueve horas en las que se desarrolla toda la trama.

Los grandes muertos cuenta la vida de una familia, los Santander Argüello, a lo largo de cuatro décadas (de 1862 a 1902) y de todas las personas cuyos destinos se entretejen con ellos en un puerto del sureste mexicano.

El galán de ultramar, La amante, Fermentoy sueño, Tres perros y un gato, La sota, y Los Médicos son los títulos de los seis capítulos que integran esta sensacional puesta en escena, que conjuga el trabajo de la Compañía Nacional de Teatro, la Universidad Nacional Autónoma de México y el gobierno del estado de Campeche.

Amor, celos, infidelidades, muertes, corrupción, asesinatos, malinchismo, discriminación, dinero, abusos, tradición, son algunos de los muchos temas que aborda esta brillante historia de la maestra Hernández, quien como siempre, muestra su enorme conocimiento y gigantesca sensibilidad para reflejar la esencia de lo mexicano.

Si bien sucede en la segunda mitad del siglo XIX, la trama de Los grandes muertos podría ser la vida de muchas, casi todas las familias de este país, y de muchos otros, por lo que el acercamiento con el espectador es inmediato.

Insuficiente es este espacio para hablar en detalle del trabajo, talento, cuidado, de cada uno de los integrantes de la compañía que hacen posible este enorme montaje, tanto los que están sobre como los que están fuera del escenario. Sin embargo, justo es mencionar, aunque sea rápidamente, las cabezas de esta puesta en escena.

Brillante la dirección escénica de José Caballero; sensacionales, prácticas y cuidadísimas la escenografía e iluminación de Jorge Kuri Neumann; y bravo para el hermoso vestuario de Jeryldi Bosch.

No conozco el texto original, que por cierto buscaré de inmediato, y no sé de quién es la brillante decisión de incluir a una narradora (Laura Padilla, estupenda como siempre) que va contando la historia, dando voz a las acotaciones de ubicación, movimiento e incluso intención de los personajes.

Este recurso refuerza la idea de una serie, y al mismo tiempo da a la puesta en escena una especie de distanciamiento brechtiano, que la hace mucho más disfrutable.

Brillante la resolución escenográfica, que permite las decenas de cambios que exige el montaje en cuestión de segundos; y que junto con el elaboradísimo vestuario, hace de éste un montaje que hay que ver.

A esto hay que sumar las actuaciones, todas estupendas, de los integrantes de la CNT, entre los que se encuentran Julieta Egurrola, Arturo Beristáin, Marta Aura, Óscar Narváez, Ana Isabel Esqueira, Azalia Ortiz (sensacional), Rodrigo Vázquez, Adrián Aguirre, Roberto Soto y Muriel Ricard, entre un largo etcétera.

Hasta hoy sólo he visto los dos primeros capítulos de Los grandes muertos, y como todo el público me quedé picado y ya me urge ver lo que sigue, pero no quise esperar a verlo todo para escribir y recomendar, ampliamente, esta maravilla escénica.

No se la pierdan.


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