/ viernes 10 de febrero de 2023

Hojas de Papel Volando | ¿Qué onda con la Onda?

La literatura de la Onda no surgió así nada más porque sí. No, señor. Surgió en un momento en el que los muchachos de todo el mundo comenzaban a despertar de un periodo de guerras y un letargo en el que habían caído durante muchos años en la primera mitad del siglo XX.

Dos guerras mundiales habían costado muchas vidas y produjeron dolores, quebrantos, traumas al ser humano.

Para la Primera Guerra Mundial, que comenzó en 1914, fueron movilizados alrededor de 20 millones de hombres. Se estima que a lo largo de los cuatro años que duró la conflagración murieron alrededor de 10 millones de personas y unos 20 millones resultaron heridos.

Pero la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue más traumática. Los cálculos de estudiosos de todo el mundo son de que más de 80 millones de personas perdieron la vida durante esos años: más del 2 por ciento de la población mundial. Hubo millones de heridos. Muchos con incapacidades físicas permanentes.

1 de septiembre de 1990. René Avilés Fabila, José Agustín, Jorge Meléndes y Joél Ortega, durante un viaje a Colima conversando en el avión. Foto: Pedro Valtierra | Cuartoscuro.com

Para fines de los años 40 y principios de los 50 surgió una urgente necesidad de renovación de vida. Los países participantes querían recuperar el tiempo de beligerancia y renovar los ímpetus vitales; renovar y fortalecer su economía y que la vida de todos retomara el ritmo de la preguerra.

Pero ya no sería igual. Aquella aparente tranquilidad de post-guerra no duraría mucho. "Ya estaba digerida la jalea" e inoculada la idea de un nuevo mundo en el que los muchachos fueran protagonistas y no sólo espectadores.

Surge un movimiento juvenil que se expresa en distintas formas de arte: la música una de ellas. Es cuando aparecen por aquí o por allá grupos musicales y solistas que interpretan rolas nuevas y contagiosas, una, la de más impacto, se llama Rock and Roll.

Querían sacudirse aquella polilla de la música dulce y cadenciosa de las baladas amorosas y dulzonas, melosas y caramelosas. O de grupos y bandas de música señoriales y casi militares que invitaban al baile, swing, pero aun con ese tono modosito y de tobilleras blancas, pantalones holgados ellos, y ellas falda larga hasta debajo de las rodillas. Artie Shaw, Glen Miller…

La sacudida renovadora llegó al mundo. Pero fue en Estados Unidos en donde fue aún más perceptible con la aparición de músicos jóvenes que traían. Llegó, por ejemplo, Bill Haley y sus Cometas que venían desde principios de los 50 con aquellos "Rock Around the Clock", "See You Later, Alligator". Y los muchachos mexicanos no podían dejar pasar la oportunidad de gritar su propia libertad, aunque todavía con las restricciones propias de la educación y moral tradicional…

José Agustín Ramírez deja un legado de más de 30 libros publicados. Foto: Isaac Esquivel | Cuartoscuro

En la literatura pasaría otro tanto: desde Estados Unidos llegaría a todos los rincones la generación Beat, que irrumpía para gritar en sus propios términos su día a día; su percepción de la vida; su libertad sin límites; otro ritmo literario y otro lenguaje y distinto sentido de la vida.

La expresión “beat down” significa ‘cansado’, ‘abatido’ o ‘desanimado’. Era una generación pesimista por el descontento que tenían con una sociedad en apariencia perfecta pero en el fondo viciada por el sistema de consumo y unos valores con los que ellos no se identificaban.

La particularidad era que sus integrantes compartían la misma filosofía de pensamiento. En su obra literaria trataron temas como el uso de drogas, la libertad sexual y el rechazo a los valores estadounidenses clásicos. Utilizaban un lenguaje muy directo y abordaban temáticas crudas. Tenían pensamientos pacifistas y abogaron por los homosexuales, grupos feministas y personas de color…

Los representantes emblemáticos de tal movimiento fueron Jack Kerouac (1922-1969), autor de “En el camino”, libro que cuenta sus aventuras junto a un grupo de amigos en las carreteras estadounidenses donde realizan trabajos esporádicos con el único fin de subsistir para mantenerse en movimiento; William Burroughs (1914-1997) cuya obra estuvo siempre ligada a la “anticultura”, y alteró el orden del lenguaje casi enloquecido: “El almuerzo desnudo” es su libro emblema. Allen Ginsberg (1926-1997): Poeta. Su obra principal es “Aullido y otros poemas”.

Y lo dicho: esta carga de renovación no podía pasar desapercibida para los jóvenes escritores mexicanos que comenzaban a publicar a mediados de los años 60. Claramente influidos por la revolución del rock and roll, y sobre todo por la literatura Beat.

Surge así la literatura de la onda. Un movimiento de muchachos apenas salidos de la adolescencia y que decidieron encontrar en sí mismos y su entorno el recurso literario para expresar su vida y su sentido de la vida: Su libertad.

Los jóvenes mexicanos de la Onda confrontan a las “buenas maneras” del Manual de Carreño; claman por el amor y la paz contra la violencia; se declaran en favor de la libertad sexual; destruyen moldes de vida; no desprecian a la pornografía; no ocultan su disposición por el consumo de drogas; no reprochan ni desprecian las distintas opciones sexuales; son fanáticos del rock and roll y de la música pop…

El escritor José Agustín en silla de ruedas durante una conferencia en Cuautla, Morelos. La obra de José Agustín marcó un hito en la literatura mexicana al mostrar que los nuevos creadores podían adoptar una voz propia en lugar de seguir moldes. l Foto: El Sol de Cuautla

Ven con recelo a los “fresas” y se pitorrean de la “momiza”; no quieren ser absorbidos por el sistema o por la sociedad que rechazan y, sobre todo, proclaman su “autenticidad”.

Los autores de la Onda son hiperactivos y quieren comerse al mundo en un párrafo. Su literatura es, por tanto, irreverente, libre, con novedades verbales y composiciones y estructuras que se salían de los cartabones tradicionales…

Sus representantes más relevantes en la primera etapa son: José AgustínDe perfil” (1966), “Inventando que sueño” (1968), “Se está haciendo tarde (final en la laguna)” (1973) y más. Gustavo Sáinz, con “Gazapo” (1965); “Obsesivos días circulares” (1969), “La princesa del Palacio de Hierro” (1974) y “Compadre lobo” (1977)… Y por supuestísimo el icónico Parménides García Saldaña, con “Pasto verde” (1968) y “El rey criollo” (1970).

En adelante muchos más escritores jóvenes se incorporarían a esta corriente de “La Onda” como René Avilés Fabila, Federico Arana, Héctor Manjarrez, Hugo Hiriart, Margarita Dalton y Armando Ramírez, autor de “Chin Chin el Teporocho”

Literatura de la Onda, así denominada de forma crítica por la escritora Margo Glantz y cuya etiqueta ellos mismos despreciaban pero que al final se impuso y es ese ciclo de rebeldía y libertad el que se conoce como “Literatura de la Onda”…

Y sería esta expresión de aire fresco el que se impondría en México a pesar de la mirada sesgada y acaso de desprecio de algunos de los grandes escritores de la época; de algunos de los lectores más hechos a la literatura lineal y expresiva y al temor de los editores para publicar la obra de esos muchachos locos que todo lo dicen y nada callan…

Foto: Cortesía @CulturaCiudadMx


Y ese será el entorno en el cual los jóvenes de México derivarían en la búsqueda de su libertad, a su modo, a su manera de ver las cosas y a su forma de querer participar en la toma de decisiones en donde hasta hacía poco no se les tomaba en cuenta…

Y todo aquello derivó en un enorme parteaguas de la vida política, social y democrática de México: El México de 1968 y el dolor de aquellos jóvenes masacrados en Tlatelolco el 2 de octubre, que nunca se olvida.

“Es difícil saber quién eres, es decir, quiénes somos, o quién es uno mismo y cada uno de nosotros, especialmente si eres de los que, como yo, heredaste el nombre de tu padre, quien a su vez lo heredó de tu abuelo, y etcétera, etcétera, así hasta el infinito. Y para cuando este nombre llega a ti, con todos sus vicios y virtudes a cuestas, al parecer lo conducente es tomar la estafeta, como un estandarte de diversas fusiones familiares, es esta extraña carrera de la evolución, el imperio de los genes, y hacer de ellas una bandera personal. O no.

“Pero hay que andar muy trucha, para no convertirse en una réplica desgastada de su predecesor. Y así, aunque nunca nadie supo quién diablos era realmente, nos aferramos a nuestra máscara, a nuestro personaje efímero y repetitivo, o muy poco original. Ya sabes, girando con eso del I am U & U R me, & we R all together, dándote vueltas en la cabeza, toda la vida, pero nunca aterrizando en el alma. Como en un duelo de espejos que se encuentran frente a frente, padres e hijos se enfrentan como estaba escrito, en un evento extraño, perdido entre el tiempo y el espacio, dentro de esa criatura inasible y volátil que ingenuamente llamamos: el Presente”. (José Agustín)

La literatura de la Onda no surgió así nada más porque sí. No, señor. Surgió en un momento en el que los muchachos de todo el mundo comenzaban a despertar de un periodo de guerras y un letargo en el que habían caído durante muchos años en la primera mitad del siglo XX.

Dos guerras mundiales habían costado muchas vidas y produjeron dolores, quebrantos, traumas al ser humano.

Para la Primera Guerra Mundial, que comenzó en 1914, fueron movilizados alrededor de 20 millones de hombres. Se estima que a lo largo de los cuatro años que duró la conflagración murieron alrededor de 10 millones de personas y unos 20 millones resultaron heridos.

Pero la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue más traumática. Los cálculos de estudiosos de todo el mundo son de que más de 80 millones de personas perdieron la vida durante esos años: más del 2 por ciento de la población mundial. Hubo millones de heridos. Muchos con incapacidades físicas permanentes.

1 de septiembre de 1990. René Avilés Fabila, José Agustín, Jorge Meléndes y Joél Ortega, durante un viaje a Colima conversando en el avión. Foto: Pedro Valtierra | Cuartoscuro.com

Para fines de los años 40 y principios de los 50 surgió una urgente necesidad de renovación de vida. Los países participantes querían recuperar el tiempo de beligerancia y renovar los ímpetus vitales; renovar y fortalecer su economía y que la vida de todos retomara el ritmo de la preguerra.

Pero ya no sería igual. Aquella aparente tranquilidad de post-guerra no duraría mucho. "Ya estaba digerida la jalea" e inoculada la idea de un nuevo mundo en el que los muchachos fueran protagonistas y no sólo espectadores.

Surge un movimiento juvenil que se expresa en distintas formas de arte: la música una de ellas. Es cuando aparecen por aquí o por allá grupos musicales y solistas que interpretan rolas nuevas y contagiosas, una, la de más impacto, se llama Rock and Roll.

Querían sacudirse aquella polilla de la música dulce y cadenciosa de las baladas amorosas y dulzonas, melosas y caramelosas. O de grupos y bandas de música señoriales y casi militares que invitaban al baile, swing, pero aun con ese tono modosito y de tobilleras blancas, pantalones holgados ellos, y ellas falda larga hasta debajo de las rodillas. Artie Shaw, Glen Miller…

La sacudida renovadora llegó al mundo. Pero fue en Estados Unidos en donde fue aún más perceptible con la aparición de músicos jóvenes que traían. Llegó, por ejemplo, Bill Haley y sus Cometas que venían desde principios de los 50 con aquellos "Rock Around the Clock", "See You Later, Alligator". Y los muchachos mexicanos no podían dejar pasar la oportunidad de gritar su propia libertad, aunque todavía con las restricciones propias de la educación y moral tradicional…

José Agustín Ramírez deja un legado de más de 30 libros publicados. Foto: Isaac Esquivel | Cuartoscuro

En la literatura pasaría otro tanto: desde Estados Unidos llegaría a todos los rincones la generación Beat, que irrumpía para gritar en sus propios términos su día a día; su percepción de la vida; su libertad sin límites; otro ritmo literario y otro lenguaje y distinto sentido de la vida.

La expresión “beat down” significa ‘cansado’, ‘abatido’ o ‘desanimado’. Era una generación pesimista por el descontento que tenían con una sociedad en apariencia perfecta pero en el fondo viciada por el sistema de consumo y unos valores con los que ellos no se identificaban.

La particularidad era que sus integrantes compartían la misma filosofía de pensamiento. En su obra literaria trataron temas como el uso de drogas, la libertad sexual y el rechazo a los valores estadounidenses clásicos. Utilizaban un lenguaje muy directo y abordaban temáticas crudas. Tenían pensamientos pacifistas y abogaron por los homosexuales, grupos feministas y personas de color…

Los representantes emblemáticos de tal movimiento fueron Jack Kerouac (1922-1969), autor de “En el camino”, libro que cuenta sus aventuras junto a un grupo de amigos en las carreteras estadounidenses donde realizan trabajos esporádicos con el único fin de subsistir para mantenerse en movimiento; William Burroughs (1914-1997) cuya obra estuvo siempre ligada a la “anticultura”, y alteró el orden del lenguaje casi enloquecido: “El almuerzo desnudo” es su libro emblema. Allen Ginsberg (1926-1997): Poeta. Su obra principal es “Aullido y otros poemas”.

Y lo dicho: esta carga de renovación no podía pasar desapercibida para los jóvenes escritores mexicanos que comenzaban a publicar a mediados de los años 60. Claramente influidos por la revolución del rock and roll, y sobre todo por la literatura Beat.

Surge así la literatura de la onda. Un movimiento de muchachos apenas salidos de la adolescencia y que decidieron encontrar en sí mismos y su entorno el recurso literario para expresar su vida y su sentido de la vida: Su libertad.

Los jóvenes mexicanos de la Onda confrontan a las “buenas maneras” del Manual de Carreño; claman por el amor y la paz contra la violencia; se declaran en favor de la libertad sexual; destruyen moldes de vida; no desprecian a la pornografía; no ocultan su disposición por el consumo de drogas; no reprochan ni desprecian las distintas opciones sexuales; son fanáticos del rock and roll y de la música pop…

El escritor José Agustín en silla de ruedas durante una conferencia en Cuautla, Morelos. La obra de José Agustín marcó un hito en la literatura mexicana al mostrar que los nuevos creadores podían adoptar una voz propia en lugar de seguir moldes. l Foto: El Sol de Cuautla

Ven con recelo a los “fresas” y se pitorrean de la “momiza”; no quieren ser absorbidos por el sistema o por la sociedad que rechazan y, sobre todo, proclaman su “autenticidad”.

Los autores de la Onda son hiperactivos y quieren comerse al mundo en un párrafo. Su literatura es, por tanto, irreverente, libre, con novedades verbales y composiciones y estructuras que se salían de los cartabones tradicionales…

Sus representantes más relevantes en la primera etapa son: José AgustínDe perfil” (1966), “Inventando que sueño” (1968), “Se está haciendo tarde (final en la laguna)” (1973) y más. Gustavo Sáinz, con “Gazapo” (1965); “Obsesivos días circulares” (1969), “La princesa del Palacio de Hierro” (1974) y “Compadre lobo” (1977)… Y por supuestísimo el icónico Parménides García Saldaña, con “Pasto verde” (1968) y “El rey criollo” (1970).

En adelante muchos más escritores jóvenes se incorporarían a esta corriente de “La Onda” como René Avilés Fabila, Federico Arana, Héctor Manjarrez, Hugo Hiriart, Margarita Dalton y Armando Ramírez, autor de “Chin Chin el Teporocho”

Literatura de la Onda, así denominada de forma crítica por la escritora Margo Glantz y cuya etiqueta ellos mismos despreciaban pero que al final se impuso y es ese ciclo de rebeldía y libertad el que se conoce como “Literatura de la Onda”…

Y sería esta expresión de aire fresco el que se impondría en México a pesar de la mirada sesgada y acaso de desprecio de algunos de los grandes escritores de la época; de algunos de los lectores más hechos a la literatura lineal y expresiva y al temor de los editores para publicar la obra de esos muchachos locos que todo lo dicen y nada callan…

Foto: Cortesía @CulturaCiudadMx


Y ese será el entorno en el cual los jóvenes de México derivarían en la búsqueda de su libertad, a su modo, a su manera de ver las cosas y a su forma de querer participar en la toma de decisiones en donde hasta hacía poco no se les tomaba en cuenta…

Y todo aquello derivó en un enorme parteaguas de la vida política, social y democrática de México: El México de 1968 y el dolor de aquellos jóvenes masacrados en Tlatelolco el 2 de octubre, que nunca se olvida.

“Es difícil saber quién eres, es decir, quiénes somos, o quién es uno mismo y cada uno de nosotros, especialmente si eres de los que, como yo, heredaste el nombre de tu padre, quien a su vez lo heredó de tu abuelo, y etcétera, etcétera, así hasta el infinito. Y para cuando este nombre llega a ti, con todos sus vicios y virtudes a cuestas, al parecer lo conducente es tomar la estafeta, como un estandarte de diversas fusiones familiares, es esta extraña carrera de la evolución, el imperio de los genes, y hacer de ellas una bandera personal. O no.

“Pero hay que andar muy trucha, para no convertirse en una réplica desgastada de su predecesor. Y así, aunque nunca nadie supo quién diablos era realmente, nos aferramos a nuestra máscara, a nuestro personaje efímero y repetitivo, o muy poco original. Ya sabes, girando con eso del I am U & U R me, & we R all together, dándote vueltas en la cabeza, toda la vida, pero nunca aterrizando en el alma. Como en un duelo de espejos que se encuentran frente a frente, padres e hijos se enfrentan como estaba escrito, en un evento extraño, perdido entre el tiempo y el espacio, dentro de esa criatura inasible y volátil que ingenuamente llamamos: el Presente”. (José Agustín)

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