/ martes 27 de agosto de 2019

Jóvenes que permanecen adolescentes

VER. Asistí al matrimonio canónico de una sobrina nieta, que duró algunos años viviendo con su pareja, tuvieron un hijo, pero no se decidían a casarse por ninguna ley, por las dudas sobre si eran el uno para el otro y si podrían llevar la vida juntos para siempre, más por sus limitaciones económicas. Son ya mayores de 30 años, pero su incertidumbre para asumir compromisos definitivos les llevó a retrasar su matrimonio.

Hace años, era común que las muchachas se casaran entre 16 y 22 años, y los muchachos entre 18 y 25. Desde esa edad, decidían comprometerse para siempre, y eran pocos los que rompían esta opción. Hoy, se retrasa mucho el matrimonio, no sólo el religioso, sino también el civil y aún la convivencia conyugal, por las inconsistencias económicas, por la prolongación de los estudios universitarios, pero sobre todo por su resistencia a asumir decisiones para toda la vida. Es más cómodo ser adolescente por largos años, depender económicamente de sus padres, nunca terminar de estudiar y gozar una libertad de solteros sin responsabilidades permanentes y definitivas.

En las comunidades indígenas, era común que los papás casaran a sus hijas entre los 14 y 16 años, muchas veces sin un noviazgo previo, y a los muchachos entre 16 y 17 años, cosa que a todas luces es inhumana, pero casi no había casos de separación o divorcio.

Yo fui ordenado sacerdote apenas con un poco más de 23 años, y asumí con entera libertad y conciencia esta consagración de por vida. El 25 de agosto cumplo 56 años de ordenación, y nunca me he arrepentido del regalo de Dios y de mi compromiso con El y con su Pueblo. Hoy, muchos jóvenes seminaristas son ordenados cerca de los 30 años, o más, y algunos retrasan su consagración porque nunca se les acaban las dudas vocacionales, padecen una inconsistencia psicológica.

Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

VER. Asistí al matrimonio canónico de una sobrina nieta, que duró algunos años viviendo con su pareja, tuvieron un hijo, pero no se decidían a casarse por ninguna ley, por las dudas sobre si eran el uno para el otro y si podrían llevar la vida juntos para siempre, más por sus limitaciones económicas. Son ya mayores de 30 años, pero su incertidumbre para asumir compromisos definitivos les llevó a retrasar su matrimonio.

Hace años, era común que las muchachas se casaran entre 16 y 22 años, y los muchachos entre 18 y 25. Desde esa edad, decidían comprometerse para siempre, y eran pocos los que rompían esta opción. Hoy, se retrasa mucho el matrimonio, no sólo el religioso, sino también el civil y aún la convivencia conyugal, por las inconsistencias económicas, por la prolongación de los estudios universitarios, pero sobre todo por su resistencia a asumir decisiones para toda la vida. Es más cómodo ser adolescente por largos años, depender económicamente de sus padres, nunca terminar de estudiar y gozar una libertad de solteros sin responsabilidades permanentes y definitivas.

En las comunidades indígenas, era común que los papás casaran a sus hijas entre los 14 y 16 años, muchas veces sin un noviazgo previo, y a los muchachos entre 16 y 17 años, cosa que a todas luces es inhumana, pero casi no había casos de separación o divorcio.

Yo fui ordenado sacerdote apenas con un poco más de 23 años, y asumí con entera libertad y conciencia esta consagración de por vida. El 25 de agosto cumplo 56 años de ordenación, y nunca me he arrepentido del regalo de Dios y de mi compromiso con El y con su Pueblo. Hoy, muchos jóvenes seminaristas son ordenados cerca de los 30 años, o más, y algunos retrasan su consagración porque nunca se les acaban las dudas vocacionales, padecen una inconsistencia psicológica.

Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas