/ miércoles 27 de octubre de 2021

La izquierda de ayer y la de hoy

Pervive en el mundo el ya anticuado concepto del socialismo marxista-leninista cuyo postulado fundamental fue la desaparición violenta de toda forma de iniciativa que no fuera el control absoluto del Estado. Con la dictadura del proletariado, especialmente urbano, el capital debía desaparecer para dar paso a otras formas de producción y de organización de la sociedad. Las utopías del socialismo soviético llevaron al establecimiento, tanto en Rusia como en otros estados tras la llamada cortina de hierro, a un totalitarismo finalmente derrotado por el capitalismo en la prolongada guerra fría. En esos decenios de enfrentamiento de dos polos mundiales en disputa, surgieron las ideas y los proyectos de una nueva izquierda desarrollada y hoy vigente principalmente en Europa, que propone el aprovechamiento de todas las fuerzas de la sociedad para lograr los avances de justicia social sobre la base de una verdadera democracia, la de todos, alejada del enfrentamiento y la división nocivos a la unidad.

La sobrevivencia de las ideas de la revolución violenta, destructiva de instituciones útiles a la sociedad, se presenta así como una antigualla de presuntas reivindicaciones a cargo de un estado que en mayor o menor medida se encamina al totalitarismo por las vías de la exclusión y la división de la sociedad que en forma unilateral afirma representar. La transformación que ese proyecto propone parte de una combatividad, una beligerancia y un afán destructivo en lugar de buscar verdaderas transformaciones con el aprovechamiento de lo positivo que en ellas es posible encontrar. El cambio que esa trasnochada idea imagina se basa en el enojo y en la fabricación de adversarios a los que hay que destruir. Es una propuesta de transformación de los enojados y los resentidos, de la intolerancia que niega la posibilidad de la convivencia y la cooperación entre desiguales, que son signos de la auténtica democracia.

Esa pretendida izquierda y reminiscencias totalitarias, como la que distingue al gobierno de la llamada Cuarta Transformación, en la búsqueda estéril mira fundamentalmente al pasado de enemigos y fantasmas a los que en el presente hay que combatir. Si mira el presente, no es para imaginar un futuro mejor, sino para destruir todo lo existente, aun lo que sería aconsejable mantener y mejorar para beneficio de la sociedad. La destrucción del antiguo marxismo queda en esa obsoleta izquierda sólo en el discurso; no va más allá de la diatriba y la descalificación continua de fuerzas cuya contribución en la paz y el entendimiento podrían ser útiles para el desarrollo. En esa visión totalitaria, el Estado no es la suma de los esfuerzos y la participación de toda la sociedad –inversionistas, obreros, campesinos, clases medias y populares- sino únicamente la entelequia de los pobres convertida en bandera exclusiva del gobierno que dice representarlos. En el fondo, se trata de mantener esa causa como el motivo principal de un gobierno. ¿Qué haría un estado que así se proclama si no existieran los pobres a los que dice reivindicar?

En las oscilaciones pendulares desde el término de la lucha armada, la Revolución Mexicana mantuvo la justicia social como meta y propósito inacabado sin romper con el resto de las fuerzas sociales, económicas y políticas del país. En la esencia fundamental del movimiento social iniciado en 1910 se encuentran similitudes con el socialismo democrático al que formalmente México estuvo ligado por muchos años a través del Partido Revolucionario Institucional. Gobiernos como el de Lázaro Cárdenas, Adolfo López Mateos o Luis Echeverría plantearon cambios esenciales en la economía, nacionalizaciones como las del petróleo y la energía eléctrica, sin por ello entablar un combate de exterminio con la iniciativa privada a la que se incentivaron y apoyaron con la certeza de que sin ella, lo mismo que otros sectores de la sociedad, el desarrollo que indudablemente se alcanzó no habría sido posible. El gobierno de López Obrador lanza denuestos e intenta descalificar buena parte de los logros en esos años posteriores a la Revolución Mexicana. Intelectuales, investigadores, científicos, periodistas e instituciones como las principales universidades del país son objeto de los ataques destructivos del gobierno de la llamada Cuarta Transformación, en pugna abierta y constante con la extensa parte de la sociedad que piensa diferente. En esos intentos de retorno a la izquierda destructiva del pasado, el gobierno se aproxima a las características de un estado autoritario, intolerante que divide en vez de unir.

sdelrio1934@gmail.com


Pervive en el mundo el ya anticuado concepto del socialismo marxista-leninista cuyo postulado fundamental fue la desaparición violenta de toda forma de iniciativa que no fuera el control absoluto del Estado. Con la dictadura del proletariado, especialmente urbano, el capital debía desaparecer para dar paso a otras formas de producción y de organización de la sociedad. Las utopías del socialismo soviético llevaron al establecimiento, tanto en Rusia como en otros estados tras la llamada cortina de hierro, a un totalitarismo finalmente derrotado por el capitalismo en la prolongada guerra fría. En esos decenios de enfrentamiento de dos polos mundiales en disputa, surgieron las ideas y los proyectos de una nueva izquierda desarrollada y hoy vigente principalmente en Europa, que propone el aprovechamiento de todas las fuerzas de la sociedad para lograr los avances de justicia social sobre la base de una verdadera democracia, la de todos, alejada del enfrentamiento y la división nocivos a la unidad.

La sobrevivencia de las ideas de la revolución violenta, destructiva de instituciones útiles a la sociedad, se presenta así como una antigualla de presuntas reivindicaciones a cargo de un estado que en mayor o menor medida se encamina al totalitarismo por las vías de la exclusión y la división de la sociedad que en forma unilateral afirma representar. La transformación que ese proyecto propone parte de una combatividad, una beligerancia y un afán destructivo en lugar de buscar verdaderas transformaciones con el aprovechamiento de lo positivo que en ellas es posible encontrar. El cambio que esa trasnochada idea imagina se basa en el enojo y en la fabricación de adversarios a los que hay que destruir. Es una propuesta de transformación de los enojados y los resentidos, de la intolerancia que niega la posibilidad de la convivencia y la cooperación entre desiguales, que son signos de la auténtica democracia.

Esa pretendida izquierda y reminiscencias totalitarias, como la que distingue al gobierno de la llamada Cuarta Transformación, en la búsqueda estéril mira fundamentalmente al pasado de enemigos y fantasmas a los que en el presente hay que combatir. Si mira el presente, no es para imaginar un futuro mejor, sino para destruir todo lo existente, aun lo que sería aconsejable mantener y mejorar para beneficio de la sociedad. La destrucción del antiguo marxismo queda en esa obsoleta izquierda sólo en el discurso; no va más allá de la diatriba y la descalificación continua de fuerzas cuya contribución en la paz y el entendimiento podrían ser útiles para el desarrollo. En esa visión totalitaria, el Estado no es la suma de los esfuerzos y la participación de toda la sociedad –inversionistas, obreros, campesinos, clases medias y populares- sino únicamente la entelequia de los pobres convertida en bandera exclusiva del gobierno que dice representarlos. En el fondo, se trata de mantener esa causa como el motivo principal de un gobierno. ¿Qué haría un estado que así se proclama si no existieran los pobres a los que dice reivindicar?

En las oscilaciones pendulares desde el término de la lucha armada, la Revolución Mexicana mantuvo la justicia social como meta y propósito inacabado sin romper con el resto de las fuerzas sociales, económicas y políticas del país. En la esencia fundamental del movimiento social iniciado en 1910 se encuentran similitudes con el socialismo democrático al que formalmente México estuvo ligado por muchos años a través del Partido Revolucionario Institucional. Gobiernos como el de Lázaro Cárdenas, Adolfo López Mateos o Luis Echeverría plantearon cambios esenciales en la economía, nacionalizaciones como las del petróleo y la energía eléctrica, sin por ello entablar un combate de exterminio con la iniciativa privada a la que se incentivaron y apoyaron con la certeza de que sin ella, lo mismo que otros sectores de la sociedad, el desarrollo que indudablemente se alcanzó no habría sido posible. El gobierno de López Obrador lanza denuestos e intenta descalificar buena parte de los logros en esos años posteriores a la Revolución Mexicana. Intelectuales, investigadores, científicos, periodistas e instituciones como las principales universidades del país son objeto de los ataques destructivos del gobierno de la llamada Cuarta Transformación, en pugna abierta y constante con la extensa parte de la sociedad que piensa diferente. En esos intentos de retorno a la izquierda destructiva del pasado, el gobierno se aproxima a las características de un estado autoritario, intolerante que divide en vez de unir.

sdelrio1934@gmail.com