José López Portillo fue quizá uno de los últimos grandes oradores de la era moderna de nuestro país que dejó plasmado en sus discursos las ideas que permiten comprender el inicio del fin del modelo económico postrevolucionario y cómo se trazaron las primeras líneas de la transición política de los años noventa.
De López Portillo existe un sinnúmero de documentos, como sus memorias publicadas en 1988, intituladas Mis Tiempos, en las que el ex Presidente que gobernó a un México convulso en lo económico entre 1976 y 1982 refleja el esfuerzo por mantener a flote a un país que venía de vivir uno de los procesos devaluatorios de su moneda más complejos del siglo pasado, registraba ya una profunda inflación y comenzaba a generar desconfianza en los inversionistas.
Para el sucesor de Luis Echeverría, el último mandatario que enarboló los principios de la Revolución Mexicana que dieron sustento al sistema político mexicano del siglo XX, la unidad entre todos los actores del país fue uno de los pilares que le permitió establecer las condiciones para promover una primera transición, en este caso económica, cuando su sucesor, Miguel de la Madrid, alcanzó la Presidencia de la República en 1982 para promover la instauración de un modelo mucho más abierto que el estatismo que había dominado a la vida pública hasta ese entonces.
Del concepto de unidad que López Portillo pregonó en su paso por el servicio público se recuerda el discurso que pronunció en su toma de posesión como presidente de la República el miércoles primero de diciembre de 1976.
“No estamos unidos para que unos pisen y se encaramen sobre otros; ni para facilitar explotación y abuso; ni para que pocos se salven y muchos se hundan, acordamos la unión para superar con su fuerza los riesgos de la vida, conservarnos, perpetuarnos, perfeccionarnos. Al recorrer el País podemos apreciar verdades y mentiras, triunfos y
fracasos, suficiencias y carencias, orgullos y vergüenza, oscuridad y luz. Me corresponde distinguir la luz y reflexionar en qué vergüenza y fracasos que se soportan y mentiras y carencias que se consienten, son argumentos contra nuestra voluntad y eficiencia y no contra nuestras normas fijadas y pactadas por los mejores hombres de nuestra Patria. No cacemos culpables, ni achaquemos errores. Respondamos por lo que hay que hacer y hacerlo bien, primero en favor de todos y, después, de cada uno. Invertir este orden es eternizar las injusticias. No hacerlo, es caer en la indefinición.”
Este discurso recobra trascendencia por lo que, a 47 años de distancia, en México se vive actualmente. Ejemplo del riesgo que corremos como nación surge del proceso para elegir al candidato presidencial de Morena y las disputas que se han suscitado por las diferencias entre los aspirantes a suceder a Andrés Manuel López Obrador, quien decidió adelantar de forma inexplicable la designación de quien será el abanderado de su partido político.
Por la fuerza que hoy mantiene Morena en el mercado electoral, la unidad tan proclamada en las últimas semanas, pero al mismo tiempo tan vilipendiada, forma parte de los pendientes que deben ser resueltos en el muy corto plazo para evitar innecesarias fracturas políticas y económicas que pongan en riesgo, como en 1976, la estabilidad del país.