/ domingo 12 de julio de 2020

La nueva normalidad del corazón

VER.- Nuestros gobiernos y los medios informativos hablan mucho de “la nueva normalidad”, que hacen consistir en la nueva forma de vivir en sociedad, en el comercio, el trabajo, la escuela, el deporte, la calle, una vez que vaya pasando la pandemia por el SARS-CoV-2, que nos trajo la enfermedad Covid-19. Se sugieren medidas más cuidadosas de higiene, “sana distancia”, estornudo “de etiqueta”, uso de mascarillas, etc.

Muchas personas han asumido esta nueva forma de socialización con mucha responsabilidad; sin embargo, hay miles a quienes nada les importa, ni su propia salud, ni la de los demás. Su normalidad es la de siempre; su vida para nada ha cambiado, y parece que seguirá igual.

Sin embargo, los contagios llegan cada día más a nuestras pequeñas poblaciones, que parecían inmunes por la distancia de las ciudades y por su menor movilidad social. El presidente municipal de Texcaltitlán, vecino a mi pueblo, que hace poco era considerado “municipio verde” porque no tenía contagios, acaba de avisar en las redes sociales que ya hay ocho enfermos y dos fallecidos por este virus, y por ello han suspendido las fiestas externas del apóstol Santiago y han tomado otras restricciones sanitarias.

Sobre estos asuntos, he recibido un mensaje de Juan Urañavi Yeroqui, un laico indígena de Bolivia, a quien conocí en un encuentro latinoamericano de agentes de pastoral nativos de pueblos originarios que me tocó coordinar en Latacunga, Ecuador, de parte del CELAM, en abril de 2019. Vive muy lejos de Santa Cruz de la Sierra, una de las ciudades más importantes de ese país. Transcribo lo que me dice: “Le cuento que yo padecí el dolor del virus. Ahora estoy mucho mejor; ya van 22 días. Claro que no llegué al extremo, a Dios gracias. Sin embargo, experimenté la cercanía de muchos mediante las oraciones, su solidaridad con palabras alentadoras y con materiales. Oré mucho también por los que padecen esta pandemia en el mundo, por la protección al cuerpo médico y de limpieza, y por los que están sanos. En mi tierra, distante 300 Km de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, cuyos habitantes en su mayoría son de origen indígena gwarayu, mueren 2 y 3 al día. De mi comunidad, murieron también el Cacique I y su II. Ayer fue sepultado un profesor joven, inquieto de poder ayudar a los otros. ¡Qué dolor, Monseñor! Hay muchos enfermos, no hay medico de especialidad, no hay condiciones en los hospitales, no hay medicamento, sino que la mayoría se pudo defender con medicina casera. Gracias a Dios, ya están apareciendo los voluntarios, que de alguna manera están paliando. En fin, Monseñor, ¡qué dolor! Al mismo tiempo, vemos el rostro de Dios, mediante la recuperación de nuestro Obispo Mons. Antonio Bonifacio Reimann Panic, que el día de San Pedro y San Pablo, después de tres meses de lucha contra el coronavirus, pudo presidir la Eucaristía en la catedral de su sede. ¡Pongámonos en las manos del Dueño Absoluto de nuestra vida!”

PENSAR

Hemos insistido en que esta pandemia no es castigo de Dios, sino una advertencia para que nos convirtamos y no sigamos con nuestra “vieja normalidad”. Así nos enseña Jesús a interpretar los acontecimientos de la vida, como se puede leer en el Evangelio de Lucas 13,1-5.

San Pablo enumera varios aspectos en los que deberíamos hacer consistir la “nueva normalidad de nuestro corazón”, sobre todo en sus cartas a los Romanos 6,2-22, a los Efesios 4,22-32 y a los Colosenses 3,1-17.

ACTUAR

Que el Espíritu Santo nos ayude a convertirnos, para vivir la nueva normalidad del corazón.


Obispo Emérito de San Cristobal de las Casas



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Muchas personas han asumido esta nueva forma de socialización con mucha responsabilidad; sin embargo, hay miles a quienes nada les importa, ni su propia salud, ni la de los demás. Su normalidad es la de siempre; su vida para nada ha cambiado, y parece que seguirá igual.

Sin embargo, los contagios llegan cada día más a nuestras pequeñas poblaciones, que parecían inmunes por la distancia de las ciudades y por su menor movilidad social. El presidente municipal de Texcaltitlán, vecino a mi pueblo, que hace poco era considerado “municipio verde” porque no tenía contagios, acaba de avisar en las redes sociales que ya hay ocho enfermos y dos fallecidos por este virus, y por ello han suspendido las fiestas externas del apóstol Santiago y han tomado otras restricciones sanitarias.

Sobre estos asuntos, he recibido un mensaje de Juan Urañavi Yeroqui, un laico indígena de Bolivia, a quien conocí en un encuentro latinoamericano de agentes de pastoral nativos de pueblos originarios que me tocó coordinar en Latacunga, Ecuador, de parte del CELAM, en abril de 2019. Vive muy lejos de Santa Cruz de la Sierra, una de las ciudades más importantes de ese país. Transcribo lo que me dice: “Le cuento que yo padecí el dolor del virus. Ahora estoy mucho mejor; ya van 22 días. Claro que no llegué al extremo, a Dios gracias. Sin embargo, experimenté la cercanía de muchos mediante las oraciones, su solidaridad con palabras alentadoras y con materiales. Oré mucho también por los que padecen esta pandemia en el mundo, por la protección al cuerpo médico y de limpieza, y por los que están sanos. En mi tierra, distante 300 Km de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, cuyos habitantes en su mayoría son de origen indígena gwarayu, mueren 2 y 3 al día. De mi comunidad, murieron también el Cacique I y su II. Ayer fue sepultado un profesor joven, inquieto de poder ayudar a los otros. ¡Qué dolor, Monseñor! Hay muchos enfermos, no hay medico de especialidad, no hay condiciones en los hospitales, no hay medicamento, sino que la mayoría se pudo defender con medicina casera. Gracias a Dios, ya están apareciendo los voluntarios, que de alguna manera están paliando. En fin, Monseñor, ¡qué dolor! Al mismo tiempo, vemos el rostro de Dios, mediante la recuperación de nuestro Obispo Mons. Antonio Bonifacio Reimann Panic, que el día de San Pedro y San Pablo, después de tres meses de lucha contra el coronavirus, pudo presidir la Eucaristía en la catedral de su sede. ¡Pongámonos en las manos del Dueño Absoluto de nuestra vida!”

PENSAR

Hemos insistido en que esta pandemia no es castigo de Dios, sino una advertencia para que nos convirtamos y no sigamos con nuestra “vieja normalidad”. Así nos enseña Jesús a interpretar los acontecimientos de la vida, como se puede leer en el Evangelio de Lucas 13,1-5.

San Pablo enumera varios aspectos en los que deberíamos hacer consistir la “nueva normalidad de nuestro corazón”, sobre todo en sus cartas a los Romanos 6,2-22, a los Efesios 4,22-32 y a los Colosenses 3,1-17.

ACTUAR

Que el Espíritu Santo nos ayude a convertirnos, para vivir la nueva normalidad del corazón.


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