Por María Piña
En el actual escenario político mexicano hemos visto con orgullo cómo las mujeres han conquistado espacios importantes y han demostrado su capacidad de liderazgo.
En este momento estamos viviendo una etapa histórico, único, dos mujeres candidatas a la presidencia de la República, seis consejeras en el Instituto Nacional Electoral, una de ellas presidenta del organismo; una presidenta de Tribuna Electoral del Poder Judicial de la Federación, una presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; una secretaria de gobernación y una presidenta de la mesa en el Senado de la República y una presidenta en la mesa de la Cámara de Diputados, nueve gobernadoras y un número importante de presidentes municipales, esto ha sido un avance indudablemente.
Sin embargo, es una pena observar que, al incursionar en la arena política, algunas mujeres adoptan comportamientos tradicionalmente asociados con una política agresiva y confrontativa, replicando los vicios de una vieja escuela dominada por hombres. Este enfoque, caracterizado por enconos y una alarmante falta de civilidad, deja mucho que desear.
Las contiendas políticas en nuestro país no deberían ser campos de batalla donde se evidencian odios y rencores personales. Es triste ver que muchas veces, las adversarias políticas no son capaces de saludarse o de mantener un mínimo de cortesía, olvidando que son contendientes y no enemigas. En una democracia, ladiversidad de opiniones y propuestas es esencial, pero esto no debería traducirse en animadversión personal.
Los mexicanos acudimos a las urnas no para librar una guerra, sino para participar en una jornada electoral que debe ser una fiesta cívica, un ejercicio de nuestra democracia. La agresividad y la confrontación extrema no contribuyen a la construcción de un país más justo y equitativo, sino que polarizan a la sociedad y alimentan el descontento y la desconfianza en las instituciones.
Es momento de reflexionar sobre cómo el estilo de liderazgo femenino puede y debe marcar una diferencia positiva. Sería saludable que, al estar rodeado el escenario político mexicano de mujeres en todos los cargos relevantes, los ánimos se calmaran y las formas fueran más acordes a los valores que tradicionalmente se asocian con las mujeres: empatía, diálogo y colaboración.
Nosotras, las mujeres, tenemos la oportunidad de transformar la política. Podemos ser ejemplo de que es posible competir con firmeza y convicción sin necesidad de caer en la descalificación personal y el odio. Debemos promover una cultura política basada en el respeto mutuo, en la que se privilegie el bien de todos sobre los intereses particulares y donde las diferencias se resuelvan mediante el diálogo y la negociación.
El liderazgo femenino puede aportar una perspectiva renovada y más humana a la política mexicana. La inclusión de más mujeres en posiciones de poder debería ser un catalizador para el cambio hacia una política más constructiva y menos destructiva. Podemos demostrar que es posible ser firmes y efectivas sin perder la dignidad ni la humanidad en el proceso.
Es tiempo de dejar atrás los viejos paradigmas de confrontación y violencia verbal. Como mujeres, debemos asumir el reto de ser agentes de cambio, de demostrar que es posible una política diferente, una política que construya puentes en lugar de levantar muros. La política mexicana necesita más que nunca de la sensibilidad y la capacidad de las mujeres para crear un futuro más prometedor y armonioso para todos.
¡No a la violencia!
Politóloga