/ miércoles 29 de mayo de 2024

La violencia política de género justificada por la filosofía política

Por: Ivonne Acuña Murillo

Se podría afirmar que la violencia política en razón de género (VPRG) que hoy sufren algunas mujeres que se dedican o pretenden dedicarse a la política, entre ellas candidatas a ocupar un puesto de elección popular en el actual proceso electoral 2023-2024, encontró su origen no sólo en la práctica sino en la filosofía política de Aristóteles y los contractualistas Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Esto es, la exclusión política de las mujeres y la posterior violencia ejercida en su contra, para impedir u obstaculizar su participación en el espacio público, no hunde sus raíces sólo en el hacer sino en el pensar.

No sé decir qué fue primero, lo cierto es que de alguna manera la teoría y la práctica se han retroalimentado mutuamente al punto de “normalizar”, primero, la exclusión política de las mujeres; y, después, la violencia ejercida en contra de aquellas que, ignorando su rol de género, se atrevieron a romper los estereotipos que les indicaban que la política era una actividad propia de los hombres y a luchar, durante más de un siglo, para que les fueran reconocidos sus derechos en la materia.

Roles de género y estereotipos son dos partes de una misma cosa: patrones de comportamiento de orden cultural derivados de la diferencia sexual que, a lo largo de la historia de la humanidad, han informado y formado a las mujeres y a los hombres sobre aquello que debían pensar, sentir, hacer, creer, defender.

Estos roles o papeles cruzan el tiempo y el espacio de manera transversal de suerte que no existe ámbito de la actividad humana que quede fuera de la concepción hegemónica en torno a qué se espera de una mujer o un hombre.

Para que no quedara duda, Aristóteles (384-322 a.C.) dividió a los seres humanos en dos grandes grupos: los superiores y los inferiores. En el primero situó a los hombres, adultos, libres, griegos; en el segundo, a las mujeres, a las niñas y niños, a los esclavos y a los extranjeros. El primer grupo tenía como espacio de aparición, reconocimiento y acción a la Polis, a la ciudad-Estado griega en la que se tomaban las grandes deliberaciones en torno a la política, la economía, la guerra y la diplomacia. En el segundo, el Oikos, transcurría la vida cotidiana de la familia, el trabajo y todas aquellas actividades que ofrecían al “hombre libre” la oportunidad de recuperar sus fuerzas y volver al espacio de la ciudadanía.

Para ser ciudadano, afirmaba Aristóteles, se requería de una buena dosis de virtud, palabra cuya raíz vir significa “hombre”; de tal manera que para ser ciudadano era imprescindible ser hombre. Quedó así sellada por siglos la exclusión política de las mujeres y su reclusión en el espacio privado.

Cerca de veinte siglos pasaron para que otros filósofos, los llamados contractualistas volvieran a Aristóteles y confirmaran que las mujeres no podían participar de la vida pública. El primero fue Hobbes para quien las mujeres eran portadoras de una voz traidora que ponía en riesgo la buena operación del poder concentrado en el rey por lo que decretó el silenciamiento de sus voces. Le siguió Locke para quien la vida quedaba dividida en dos espacios: el público, caracterizado por el uso de la razón necesaria para la firma del contrato social; el privado, distinguido por las emociones y los sentimientos en el que no se firmaban contratos por lo que persistía la dominación de unos sobre otros. Evidentemente, Locke situó a los hombres en el primero y a las mujeres en el segundo. Por su parte, Rousseau consideró que las mujeres llevaban un desorden en su moralidad y que esa falta de virtud (recordar a Aristóteles) produciría la aniquilación del Estado, por lo que recomendó una estricta segregación sexual de manera que las mujeres no pudieran, nunca, salir del espacio privado y dedicarse a la política.

Es así como fueron excluidas las mujeres de la vida pública cuyas consecuencias aún persisten, ya no sólo como exclusión, en algunos casos, sino como VPRG, en otros.

Este y otros temas son parte del análisis que realiza el Panel Ciudadano de Seguimiento al Proceso Electoral, una iniciativa del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia Justicia y Sociedad PUEDJS UNAM. Más información en https://puedjs.unam.mx/panel-ciudadano-de-seguimiento-al-proceso-electoral-2024/



Por: Ivonne Acuña Murillo

Se podría afirmar que la violencia política en razón de género (VPRG) que hoy sufren algunas mujeres que se dedican o pretenden dedicarse a la política, entre ellas candidatas a ocupar un puesto de elección popular en el actual proceso electoral 2023-2024, encontró su origen no sólo en la práctica sino en la filosofía política de Aristóteles y los contractualistas Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704) y Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Esto es, la exclusión política de las mujeres y la posterior violencia ejercida en su contra, para impedir u obstaculizar su participación en el espacio público, no hunde sus raíces sólo en el hacer sino en el pensar.

No sé decir qué fue primero, lo cierto es que de alguna manera la teoría y la práctica se han retroalimentado mutuamente al punto de “normalizar”, primero, la exclusión política de las mujeres; y, después, la violencia ejercida en contra de aquellas que, ignorando su rol de género, se atrevieron a romper los estereotipos que les indicaban que la política era una actividad propia de los hombres y a luchar, durante más de un siglo, para que les fueran reconocidos sus derechos en la materia.

Roles de género y estereotipos son dos partes de una misma cosa: patrones de comportamiento de orden cultural derivados de la diferencia sexual que, a lo largo de la historia de la humanidad, han informado y formado a las mujeres y a los hombres sobre aquello que debían pensar, sentir, hacer, creer, defender.

Estos roles o papeles cruzan el tiempo y el espacio de manera transversal de suerte que no existe ámbito de la actividad humana que quede fuera de la concepción hegemónica en torno a qué se espera de una mujer o un hombre.

Para que no quedara duda, Aristóteles (384-322 a.C.) dividió a los seres humanos en dos grandes grupos: los superiores y los inferiores. En el primero situó a los hombres, adultos, libres, griegos; en el segundo, a las mujeres, a las niñas y niños, a los esclavos y a los extranjeros. El primer grupo tenía como espacio de aparición, reconocimiento y acción a la Polis, a la ciudad-Estado griega en la que se tomaban las grandes deliberaciones en torno a la política, la economía, la guerra y la diplomacia. En el segundo, el Oikos, transcurría la vida cotidiana de la familia, el trabajo y todas aquellas actividades que ofrecían al “hombre libre” la oportunidad de recuperar sus fuerzas y volver al espacio de la ciudadanía.

Para ser ciudadano, afirmaba Aristóteles, se requería de una buena dosis de virtud, palabra cuya raíz vir significa “hombre”; de tal manera que para ser ciudadano era imprescindible ser hombre. Quedó así sellada por siglos la exclusión política de las mujeres y su reclusión en el espacio privado.

Cerca de veinte siglos pasaron para que otros filósofos, los llamados contractualistas volvieran a Aristóteles y confirmaran que las mujeres no podían participar de la vida pública. El primero fue Hobbes para quien las mujeres eran portadoras de una voz traidora que ponía en riesgo la buena operación del poder concentrado en el rey por lo que decretó el silenciamiento de sus voces. Le siguió Locke para quien la vida quedaba dividida en dos espacios: el público, caracterizado por el uso de la razón necesaria para la firma del contrato social; el privado, distinguido por las emociones y los sentimientos en el que no se firmaban contratos por lo que persistía la dominación de unos sobre otros. Evidentemente, Locke situó a los hombres en el primero y a las mujeres en el segundo. Por su parte, Rousseau consideró que las mujeres llevaban un desorden en su moralidad y que esa falta de virtud (recordar a Aristóteles) produciría la aniquilación del Estado, por lo que recomendó una estricta segregación sexual de manera que las mujeres no pudieran, nunca, salir del espacio privado y dedicarse a la política.

Es así como fueron excluidas las mujeres de la vida pública cuyas consecuencias aún persisten, ya no sólo como exclusión, en algunos casos, sino como VPRG, en otros.

Este y otros temas son parte del análisis que realiza el Panel Ciudadano de Seguimiento al Proceso Electoral, una iniciativa del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia Justicia y Sociedad PUEDJS UNAM. Más información en https://puedjs.unam.mx/panel-ciudadano-de-seguimiento-al-proceso-electoral-2024/