/ sábado 8 de junio de 2019

Lluvias, ciclones y huracanes

La naturaleza es incontrolable, y el hombre teme lo que no puede controlar. Ya empezó junio y así da inicio formalmente la llamada temporada de lluvias, trombas, huracanes y ciclones.

Esta época del año es característica por las condiciones meteorológicas que los propician. Nuestro país se encuentra, por razón de su ubicación geográfica, en el paso de estos fenómenos naturales. Y los sufrimos por el Atlántico o por el Pacífico. Demoledores, atroces.

Sea cual sea su denominación, estas tormentas monstruosas son fenómenos naturales muy intensos con la capacidad de causar graves estragos, como lo hemos comprobado año tras año.

Según el Centro Nacional de Huracanes de la NOAA estadounidense, el diámetro medio del ojo de un huracán —el centro del huracán, donde la presión es más baja y la temperatura es más alta— puede extenderse hasta 48 kilómetros (de hecho, el huracán Irma en 2017 alcanzó prácticamente este tamaño), aunque se han registrado algunos ojos de 200 kilómetros de ancho.

Las tormentas más intensas, que se clasifican en la categoría 5 según la escala Saffir-Simpson, registran vientos sostenidos de más de 250 kilómetros por hora (Irma registró vientos sostenidos de hasta 300 kilómetros por hora).

Con la ayuda de satélites y modelos por computadora, estas tormentas pueden predecirse con varios días de antelación y son relativamente fáciles de seguir. Sin embargo, en ocasiones predecir la trayectoria de un huracán, un tifón o un ciclón puede ser complicado, como prueban los diversos modelos de predicción de la trayectoria del huracán María, que fue un ciclón tropical mortífero que devastó Dominica, las Islas Vírgenes y Puerto Rico en septiembre de 2017. Se le considera el peor desastre natural registrado en esas islas y también fue el huracán más mortal en el Atlántico desde el huracán Jeanne en 2004. María fue el ciclón tropical más intenso del mundo en 2017.

Recuerdo amargamente el paso de los huracanes Gilberto, Hugo, Opal, Pauline, Wilma y Stan, Ernesto, Ingrid y Manuel por el territorio mexicano entre 1988 y 2014; todos nos impactamos con las terribles escenas producidas por el paso de estos fenómenos meteorológicos. No olvido a Andrew en el estado norteamericano de Florida en 1992 y Katrina en los estados de Louisiana, Misisipi, Florida y Alabama en 2005. En este párrafo solamente me he remitido a los que han golpeado a nuestro México y a los estados cercanos del país del norte.

Debo destacar que en 2013 resentimos los estragos de los huracanes Ingrid y Manuel que destruyeron vastísimas regiones de los estados de Guerrero, Oaxaca y Michoacán, causando cientos de víctimas. El Servicio Meteorológico Nacional informó que fue tal el grado de afectación que los nombres Ingrid y Manuel fueron retirados de la lista oficial de tormentas tropicales y huracanes debido a los graves daños que provocaron con su impacto, de forma simultánea, en las costas de México en septiembre de 2013.

No hay defensa. Es inútil prever lo imprevisible. Es difícil entender que ocurre y qué hacer. Sin embargo, es importante destacar que los modernísimos sistemas de rastreo y de comunicación satelital hoy permiten que estemos mucho más preparados que hace algunos años al paso de estos monstruos meteorológicos.Solamente empieza el terrible calvario de la época de huracanes.

Comenté con un amigo sobre el tema de este editorial, y me preguntaba insistentemente: ¿pero cuál es tu conclusión? Mi conclusión es muy sencilla: cuando ocurren estas terribles calamidades y hay grandes, grandísimos daños, lamento mucho el terrible dolor que pasan nuestros hermanos en esas zonas del país. Me solidarizo con su pena y quisiera que de un plumazo se les devolvieran su tranquilidad, sus pertenencias, sus trabajos, y lo más preciado, las vidas de sus seres queridos arrebatadas por la furia de vendaval. Así de simple, así de sobrio.

La zona centroamericana y del Caribe es azotada, de junio a octubre de cada año, por el ansioso camino de la destrucción. Las islas caribeñas, pequeñas y grandes, sufren sin defensa estos ataques. En la mayoría de las islas, de condición depauperada, las frágiles, fragilísimas construcciones se vienen abajo con un soplido como el del lobo feroz. Sus habitantes modestos, humildes y a veces miserables, pierden casi nada. Nada pierde el que nada tiene. Las pobres islas caribeñas sueñan en su pobreza y en su historia. Desean alcanzar estadios mejores de vida, pero la condición de su región no se los permite.

El cantante Juan Luis Guerra, dominicano, suplica en sus canciones que ojalá llueva café en el campo, y que los caminos se conviertan en senderos de arroz. Café y arroz que casi no alimentan. Con qué poco nos conformamos. Café y arroz. Otras islas de mayor tamaño, envergadura y riqueza se defienden con más posibilidades. Sin embargo, el paso de ciclones y huracanes devasta y asuela, aunque se tengan todas las posibilidades.


Presea Ricardo Flores Magón 2018

pacofonn@yahoo.com.mx

La naturaleza es incontrolable, y el hombre teme lo que no puede controlar. Ya empezó junio y así da inicio formalmente la llamada temporada de lluvias, trombas, huracanes y ciclones.

Esta época del año es característica por las condiciones meteorológicas que los propician. Nuestro país se encuentra, por razón de su ubicación geográfica, en el paso de estos fenómenos naturales. Y los sufrimos por el Atlántico o por el Pacífico. Demoledores, atroces.

Sea cual sea su denominación, estas tormentas monstruosas son fenómenos naturales muy intensos con la capacidad de causar graves estragos, como lo hemos comprobado año tras año.

Según el Centro Nacional de Huracanes de la NOAA estadounidense, el diámetro medio del ojo de un huracán —el centro del huracán, donde la presión es más baja y la temperatura es más alta— puede extenderse hasta 48 kilómetros (de hecho, el huracán Irma en 2017 alcanzó prácticamente este tamaño), aunque se han registrado algunos ojos de 200 kilómetros de ancho.

Las tormentas más intensas, que se clasifican en la categoría 5 según la escala Saffir-Simpson, registran vientos sostenidos de más de 250 kilómetros por hora (Irma registró vientos sostenidos de hasta 300 kilómetros por hora).

Con la ayuda de satélites y modelos por computadora, estas tormentas pueden predecirse con varios días de antelación y son relativamente fáciles de seguir. Sin embargo, en ocasiones predecir la trayectoria de un huracán, un tifón o un ciclón puede ser complicado, como prueban los diversos modelos de predicción de la trayectoria del huracán María, que fue un ciclón tropical mortífero que devastó Dominica, las Islas Vírgenes y Puerto Rico en septiembre de 2017. Se le considera el peor desastre natural registrado en esas islas y también fue el huracán más mortal en el Atlántico desde el huracán Jeanne en 2004. María fue el ciclón tropical más intenso del mundo en 2017.

Recuerdo amargamente el paso de los huracanes Gilberto, Hugo, Opal, Pauline, Wilma y Stan, Ernesto, Ingrid y Manuel por el territorio mexicano entre 1988 y 2014; todos nos impactamos con las terribles escenas producidas por el paso de estos fenómenos meteorológicos. No olvido a Andrew en el estado norteamericano de Florida en 1992 y Katrina en los estados de Louisiana, Misisipi, Florida y Alabama en 2005. En este párrafo solamente me he remitido a los que han golpeado a nuestro México y a los estados cercanos del país del norte.

Debo destacar que en 2013 resentimos los estragos de los huracanes Ingrid y Manuel que destruyeron vastísimas regiones de los estados de Guerrero, Oaxaca y Michoacán, causando cientos de víctimas. El Servicio Meteorológico Nacional informó que fue tal el grado de afectación que los nombres Ingrid y Manuel fueron retirados de la lista oficial de tormentas tropicales y huracanes debido a los graves daños que provocaron con su impacto, de forma simultánea, en las costas de México en septiembre de 2013.

No hay defensa. Es inútil prever lo imprevisible. Es difícil entender que ocurre y qué hacer. Sin embargo, es importante destacar que los modernísimos sistemas de rastreo y de comunicación satelital hoy permiten que estemos mucho más preparados que hace algunos años al paso de estos monstruos meteorológicos.Solamente empieza el terrible calvario de la época de huracanes.

Comenté con un amigo sobre el tema de este editorial, y me preguntaba insistentemente: ¿pero cuál es tu conclusión? Mi conclusión es muy sencilla: cuando ocurren estas terribles calamidades y hay grandes, grandísimos daños, lamento mucho el terrible dolor que pasan nuestros hermanos en esas zonas del país. Me solidarizo con su pena y quisiera que de un plumazo se les devolvieran su tranquilidad, sus pertenencias, sus trabajos, y lo más preciado, las vidas de sus seres queridos arrebatadas por la furia de vendaval. Así de simple, así de sobrio.

La zona centroamericana y del Caribe es azotada, de junio a octubre de cada año, por el ansioso camino de la destrucción. Las islas caribeñas, pequeñas y grandes, sufren sin defensa estos ataques. En la mayoría de las islas, de condición depauperada, las frágiles, fragilísimas construcciones se vienen abajo con un soplido como el del lobo feroz. Sus habitantes modestos, humildes y a veces miserables, pierden casi nada. Nada pierde el que nada tiene. Las pobres islas caribeñas sueñan en su pobreza y en su historia. Desean alcanzar estadios mejores de vida, pero la condición de su región no se los permite.

El cantante Juan Luis Guerra, dominicano, suplica en sus canciones que ojalá llueva café en el campo, y que los caminos se conviertan en senderos de arroz. Café y arroz que casi no alimentan. Con qué poco nos conformamos. Café y arroz. Otras islas de mayor tamaño, envergadura y riqueza se defienden con más posibilidades. Sin embargo, el paso de ciclones y huracanes devasta y asuela, aunque se tengan todas las posibilidades.


Presea Ricardo Flores Magón 2018

pacofonn@yahoo.com.mx