/ sábado 17 de febrero de 2024

Los siglos de las guerras

Estamos iniciando 2024 y la humanidad no ha tenido tregua. Nos hemos visto envueltos en conflictos, guerras, desastres ecológicos y un sinfín de percances y bretes que ya no sabemos para donde voltear. El tiroteo está duro. Estamos a la mitad de la segunda década del tercer milenio y el hombre se ha convertido en el más feroz perseguidor de su prójimo.

El año 2001 marcó el inicio de este periplo angustioso con la caída de las Torres Gemelas, haya sido un ataque del exterior o perpetrado desde adentro. Siguió la invasión de Afganistán en busca de un mítico líder guerrillero Bin Laden. Un poco después, a la vuelta de la esquina, en marzo de 2003 se inició la invasión de Irak hasta no dejar piedra sobre piedra y acabar de una vez con todas con un gobierno que “lastimaba los intereses de los Estados Unidos porque han producido armas químicas para la destrucción masiva”. Me pregunto cómo es posible que los Estados Unidos teniendo toda la tecnología en materia de rastreo, localización y ubicación por tierra, mar y espacio exterior no hayan encontrado al evasivo y sediciente autor de aquellos ataques, y cómo sí localizaron primero a Hussein escondido en un hoyo bajo tierra. Las de Afganistán e Irak nos parecen, de pronto, viejas guerras, muy parecidas a las que vimos en el último tercio del siglo 20. Salvadas todas las distancias, por supuesto, respecto a sus respectivas coberturas jurídicas y a los motivos reales o ficticios que llevaron a emprenderlas.

Gabriel Kolko (1932-2014), quien fuera profesor de Historia en la York University de Toronto, fue autor de varios libros, entre ellos “¿Otro siglo de guerras?” Allí menciona que aparentemente la guerra de Afganistán acabó con una victoria militar definitiva. Se preguntaba si se podía hablar de un fracaso político. Kolko, cuyas extraordinarias investigaciones sobre los conflictos armados fueron clave para el estudio de la guerra moderna y sus consecuencias, analizó la crisis actual y sugirió que podría dar lugar a un futuro poco halagüeño para todo el mundo. Decía que las raíces del conflicto se encuentran en la propia política estadounidense, cargada de cinismo: medio siglo de realpolitik consistente en cruzadas en busca de un acceso fácil al petróleo y contra el comunismo. Estados Unidos se ha vuelto aún más ambicioso en sus aventuras internacionales y, como demuestran los recientes acontecimientos, también menos seguro.

En las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, nos enseñaron que la guerra es el estado natural de la humanidad. Ya sea por el espacio vital, por la obtención de recursos alimentarios o energéticos, o por el resarcimiento y represalia de un ataque sufrido. Lo cierto es que la naturaleza humana se mueve más hacia la beligerancia en lugar de hacerlo por la conveniencia, por la concordia.

Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz,(1780-1831) nacido en Prusia, historiador y teórico de la ciencia militar, decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios.

En otra época, tres siglos antes de Cristo, el general chino Sun Tzu, (722–481 a. C) gritaba a sus tropas que la guerra hay que ganarla antes de declararla. Existen miles de teorías acerca de la guerra y de las guerras. Lo cierto es que la mayoría de quienes escriben acerca de este jinete del apocalipsis, opinan que son necesarias y hasta obligadas para levantar el ánimo de los pueblos opresores y poderosos a costa de los sufridos. Aquellas guerras llamadas Púnicas (hace más de dos mil años) entre romanos y cartagineses, y la de los Cien Años (en el siglo 14), entre Francia e Inglaterra para resolver la sucesión francesa no tuvieron la magnitud a nivel mundial de los actuales conflictos bélicos que han afectado a todo el orbe.

En los últimos diez años hemos estado pendientes del conflicto entre Rusia y Ucrania, y de otro tipo de guerra que se ha estado gestando en el mar al oriente de África donde una flota de barcos piratas, perfectamente pertrechados con las más avanzadas tecnologías, asaltan como plaga de langostas la cosecha de buques mercantes y petroleros que circulan por la principal vía marítima del planeta.

Hoy agobia al mundo entero una crisis económica, que en su dimensión es peor que una lucha armada porque destruye conciencias, capitales, bolsillos y esperanzas. Bush dejó su encargo a base de zapatazos, y Obama entró con la esperanza de evitar que la nave se fuera a pique, buscando recuperar el prestigio de su país, no de la humanidad que resta. Por el contrario, estuvo apurando a su Congreso para que le permitieran iniciar un conflicto contra el Estado Islámico, conflicto que podría incendiar a todo el mundo.

Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@gmail.com

Estamos iniciando 2024 y la humanidad no ha tenido tregua. Nos hemos visto envueltos en conflictos, guerras, desastres ecológicos y un sinfín de percances y bretes que ya no sabemos para donde voltear. El tiroteo está duro. Estamos a la mitad de la segunda década del tercer milenio y el hombre se ha convertido en el más feroz perseguidor de su prójimo.

El año 2001 marcó el inicio de este periplo angustioso con la caída de las Torres Gemelas, haya sido un ataque del exterior o perpetrado desde adentro. Siguió la invasión de Afganistán en busca de un mítico líder guerrillero Bin Laden. Un poco después, a la vuelta de la esquina, en marzo de 2003 se inició la invasión de Irak hasta no dejar piedra sobre piedra y acabar de una vez con todas con un gobierno que “lastimaba los intereses de los Estados Unidos porque han producido armas químicas para la destrucción masiva”. Me pregunto cómo es posible que los Estados Unidos teniendo toda la tecnología en materia de rastreo, localización y ubicación por tierra, mar y espacio exterior no hayan encontrado al evasivo y sediciente autor de aquellos ataques, y cómo sí localizaron primero a Hussein escondido en un hoyo bajo tierra. Las de Afganistán e Irak nos parecen, de pronto, viejas guerras, muy parecidas a las que vimos en el último tercio del siglo 20. Salvadas todas las distancias, por supuesto, respecto a sus respectivas coberturas jurídicas y a los motivos reales o ficticios que llevaron a emprenderlas.

Gabriel Kolko (1932-2014), quien fuera profesor de Historia en la York University de Toronto, fue autor de varios libros, entre ellos “¿Otro siglo de guerras?” Allí menciona que aparentemente la guerra de Afganistán acabó con una victoria militar definitiva. Se preguntaba si se podía hablar de un fracaso político. Kolko, cuyas extraordinarias investigaciones sobre los conflictos armados fueron clave para el estudio de la guerra moderna y sus consecuencias, analizó la crisis actual y sugirió que podría dar lugar a un futuro poco halagüeño para todo el mundo. Decía que las raíces del conflicto se encuentran en la propia política estadounidense, cargada de cinismo: medio siglo de realpolitik consistente en cruzadas en busca de un acceso fácil al petróleo y contra el comunismo. Estados Unidos se ha vuelto aún más ambicioso en sus aventuras internacionales y, como demuestran los recientes acontecimientos, también menos seguro.

En las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, nos enseñaron que la guerra es el estado natural de la humanidad. Ya sea por el espacio vital, por la obtención de recursos alimentarios o energéticos, o por el resarcimiento y represalia de un ataque sufrido. Lo cierto es que la naturaleza humana se mueve más hacia la beligerancia en lugar de hacerlo por la conveniencia, por la concordia.

Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz,(1780-1831) nacido en Prusia, historiador y teórico de la ciencia militar, decía que la guerra es la continuación de la política por otros medios.

En otra época, tres siglos antes de Cristo, el general chino Sun Tzu, (722–481 a. C) gritaba a sus tropas que la guerra hay que ganarla antes de declararla. Existen miles de teorías acerca de la guerra y de las guerras. Lo cierto es que la mayoría de quienes escriben acerca de este jinete del apocalipsis, opinan que son necesarias y hasta obligadas para levantar el ánimo de los pueblos opresores y poderosos a costa de los sufridos. Aquellas guerras llamadas Púnicas (hace más de dos mil años) entre romanos y cartagineses, y la de los Cien Años (en el siglo 14), entre Francia e Inglaterra para resolver la sucesión francesa no tuvieron la magnitud a nivel mundial de los actuales conflictos bélicos que han afectado a todo el orbe.

En los últimos diez años hemos estado pendientes del conflicto entre Rusia y Ucrania, y de otro tipo de guerra que se ha estado gestando en el mar al oriente de África donde una flota de barcos piratas, perfectamente pertrechados con las más avanzadas tecnologías, asaltan como plaga de langostas la cosecha de buques mercantes y petroleros que circulan por la principal vía marítima del planeta.

Hoy agobia al mundo entero una crisis económica, que en su dimensión es peor que una lucha armada porque destruye conciencias, capitales, bolsillos y esperanzas. Bush dejó su encargo a base de zapatazos, y Obama entró con la esperanza de evitar que la nave se fuera a pique, buscando recuperar el prestigio de su país, no de la humanidad que resta. Por el contrario, estuvo apurando a su Congreso para que le permitieran iniciar un conflicto contra el Estado Islámico, conflicto que podría incendiar a todo el mundo.

Fundador de Notimex

Premio Nacional de Periodismo

pacofonn@gmail.com