/ lunes 22 de mayo de 2023

México-EU-China: cooperar sobre fentanilo.

En días recientes, los gobiernos de Estados Unidos y China se reunieron en Viena para sostener un diálogo que describieron como “sincero, sustantivo y constructivo”, y en el que acordaron mantener abiertos canales estratégicos de comunicación. A este encuentro habría que sumarle la reunión que sostuvieron los mandatarios de ambas naciones a mediados de noviembre de 2022 en Indonesia, previo a la Cumbre del G20 en Bali.

Son motivo de tranquilidad estos esfuerzos para despresurizar la competencia estratégica entre Estados Unidos y China –por más que México pueda beneficiarse de la rivalidad comercial entre ambas potencias, todos perdemos si la cosa adquiere una dimensión militar.

Encuentros como estos reflejan que dialogar, e incluso cooperar, no significa ceder. James Stavridis plasma de la siguiente manera esta delicada danza: “La estrategia correcta con respecto a China es engañosamente simple. Confrontar donde debemos, pero cooperar donde podamos. Nunca estaremos de acuerdo con sus reclamos territoriales en el Mar de China Meridional, pero podríamos cooperar en Ucrania, el clima, la lucha contra los narcóticos, la respuesta para una pandemia, etc.”.

¿Dónde entra México en esta gran danza geopolítica? Sin duda, es un reto ser parte del Sur Global en medio de una transición geopolítica de gran calado, y en la que, además, dos países tienen aspiraciones hegemónicas. Huong Le Thu, por ejemplo, se pregunta “cómo sobrevivir a una competencia entre superpotencias” en la región del sureste asiático. Esto resulta pertinente, acaso más, para América Latina y el Caribe, región que desde finales del siglo XIX ha sido esfera de influencia de Estados Unidos, aunque con una China aumentando aceleradamente su influencia política y económica.

Para México será fundamental dialogar, negociar y cooperar asertivamente con Washington y Beijing como una forma de regular –y, por qué no, moldear– sus intereses y comportamiento geopolítico, al tiempo que se abordan una variedad de desafíos compartidos inaplazables –entre el que destaca, por supuesto, el tráfico de fentanilo.

El año pasado, en la revista Foreign Affairs Latinoamérica, lo expuse de la siguiente manera: “En particular, la política del Estado mexicano tendría que privilegiar una posición lo mismo de acomodamiento estratégico que de contención hacia Beijing y Washington, dependiendo del tema que se trate. Esta política se justificaría en la medida que nuestro país pueda aprovechar al máximo el triángulo geopolítico China-Estados Unidos-México […]”.

Concretamente, el combate al tráfico de fentanilo requerirá mucha negociación política y diplomática entre México, Estados Unidos y China, tanto a nivel bilateral como multilateral. Sólo un acuerdo trilateral en la materia sería suficiente para las dimensiones del problema. Sobre todo si se pretende la disrupción de las cadenas de suministro de fentanilo –desde el flujo de precursores químicos provenientes de China, pasando por la fabricación en México, y el consumo en Estados Unidos. La solución, por lo tanto, no provendrá de acciones aisladas como designar al fentanilo un arma química o decir que el problema es de los Estados Unidos y que se rasque con sus propias uñas.

Discanto: Y recuerden, amigos: si en su entorno laboral se dicen entre ustedes “amigos”, incluso para pedir algo tan sencillo como un número de oficio, eso significa que no son amigos. ¡Hasta la próxima!

En días recientes, los gobiernos de Estados Unidos y China se reunieron en Viena para sostener un diálogo que describieron como “sincero, sustantivo y constructivo”, y en el que acordaron mantener abiertos canales estratégicos de comunicación. A este encuentro habría que sumarle la reunión que sostuvieron los mandatarios de ambas naciones a mediados de noviembre de 2022 en Indonesia, previo a la Cumbre del G20 en Bali.

Son motivo de tranquilidad estos esfuerzos para despresurizar la competencia estratégica entre Estados Unidos y China –por más que México pueda beneficiarse de la rivalidad comercial entre ambas potencias, todos perdemos si la cosa adquiere una dimensión militar.

Encuentros como estos reflejan que dialogar, e incluso cooperar, no significa ceder. James Stavridis plasma de la siguiente manera esta delicada danza: “La estrategia correcta con respecto a China es engañosamente simple. Confrontar donde debemos, pero cooperar donde podamos. Nunca estaremos de acuerdo con sus reclamos territoriales en el Mar de China Meridional, pero podríamos cooperar en Ucrania, el clima, la lucha contra los narcóticos, la respuesta para una pandemia, etc.”.

¿Dónde entra México en esta gran danza geopolítica? Sin duda, es un reto ser parte del Sur Global en medio de una transición geopolítica de gran calado, y en la que, además, dos países tienen aspiraciones hegemónicas. Huong Le Thu, por ejemplo, se pregunta “cómo sobrevivir a una competencia entre superpotencias” en la región del sureste asiático. Esto resulta pertinente, acaso más, para América Latina y el Caribe, región que desde finales del siglo XIX ha sido esfera de influencia de Estados Unidos, aunque con una China aumentando aceleradamente su influencia política y económica.

Para México será fundamental dialogar, negociar y cooperar asertivamente con Washington y Beijing como una forma de regular –y, por qué no, moldear– sus intereses y comportamiento geopolítico, al tiempo que se abordan una variedad de desafíos compartidos inaplazables –entre el que destaca, por supuesto, el tráfico de fentanilo.

El año pasado, en la revista Foreign Affairs Latinoamérica, lo expuse de la siguiente manera: “En particular, la política del Estado mexicano tendría que privilegiar una posición lo mismo de acomodamiento estratégico que de contención hacia Beijing y Washington, dependiendo del tema que se trate. Esta política se justificaría en la medida que nuestro país pueda aprovechar al máximo el triángulo geopolítico China-Estados Unidos-México […]”.

Concretamente, el combate al tráfico de fentanilo requerirá mucha negociación política y diplomática entre México, Estados Unidos y China, tanto a nivel bilateral como multilateral. Sólo un acuerdo trilateral en la materia sería suficiente para las dimensiones del problema. Sobre todo si se pretende la disrupción de las cadenas de suministro de fentanilo –desde el flujo de precursores químicos provenientes de China, pasando por la fabricación en México, y el consumo en Estados Unidos. La solución, por lo tanto, no provendrá de acciones aisladas como designar al fentanilo un arma química o decir que el problema es de los Estados Unidos y que se rasque con sus propias uñas.

Discanto: Y recuerden, amigos: si en su entorno laboral se dicen entre ustedes “amigos”, incluso para pedir algo tan sencillo como un número de oficio, eso significa que no son amigos. ¡Hasta la próxima!