/ miércoles 20 de diciembre de 2017

Anticuario el oficio atemporal de César González

El oficio de anticuario no solo es un de un coleccionista avezado, es también el de una persona con un profundo amor por las cosas y su historia

En nuestro país la edad promedio estimada para la vida de una persona radica en los 70 años. Sin embargo, la cifra puede hacerse infinita si se imprime trabajo y amor en el entorno que nos rodea de manera cotidiana. Una prueba de ello es la labor del anticuario César Humberto González Mejía.

César, además de ser un apasionado de la pintura fue contador público por más de 40 años, de manera simultánea durante este tiempo se dedicó a coleccionar obras de su agrado. Al momento de su retiro profesional lo único que tenía en mente era seguir con la recopilación de su amor por el arte. Fue así como llegó al negocio de las antigüedades.

“Al retirarme de la carrera lo único que sabía era acerca de pintura, no sabía vender, pero sabía comprar, tengo 25 años con la tienda y como 50 o 60 de coleccionista”.

El trabajo del anticuario, según las palabras de don César es muy amplio, consiste en encontrar piezas, restaurarlas, disfrutarlas y buscar cuáles son los lugares finales donde terminan. Es importante saber que las antigüedades no siempre forman parte de la decoración de un hogar, a veces tienen como destino final museos, casas de la cultura y exhibiciones.

Sin importar el lugar o la persona, ser anticuario es un trabajo de tiempo completo, esto implica tener un vínculo con el objeto y a la vez nada. “Las piezas, como llegan, se van” (sic.) César sabe perfectamente que el trabajo de un anticuario no es sencillo, a veces es necesario tener un sexto sentido para saber reconocer piezas, evaluar con previo conocimiento y hacer relaciones comerciales que hagan orgánico el flujo de una antigüedad.

“Todos los días llego, abro la tienda, empiezo a ver mis pendientes, confirmo compras, restauraciones, enmarcaciones, hago llamadas a clientes, coleccionistas, vendedores, gente que consigue piezas para

nosotros.

“Hay mucha gente encargada de eso, papeleo, facturas, depósitos, y estar leyendo siempre acerca de las piezas que tienes encima esperándote. Ahorita por ejemplo, me trajeron un cuadro que se supone es de Fabrés, entonces me tuve que poner a leer toda la obra de Fabrés y a buscar; analizar la obra de Fabrés para ver si es cierto que el trazo coincide con la obra que me están trayendo… que resulta que no, no coincide (risas)”.

Para ser un buen anticuario, en palabras de César Humberto, se requiere honestidad, ir conociendo las piezas que te gusta manejar, saber que el anticuariado es muy amplio  y por ello,que es necesaria una especialización.

“El que dice que sabe todo no sabe de nada, entonces nos especializamos, yo por ejemplo me he especializado en pintura mexicana, otros en francés, otros venden un poco de todo, entonces es leer, yo leo mucho acerca de las piezas, comparo, voy a museos, exhibiciones, en fin, esto se vuelve tu sistema de vida.  Una formación profesional donde buscas tiendas, productos, museos y donde poco a poco se forma un conocimiento y un criterio verdadero…”.

Al final del día, una antigüedad es más que un objeto, es el testigo del paso del tiempo, de experiencias, conocimiento hasta formar una especie de híbrido que, en conjunto con el trabajo del anticuario, se convierte en un confidente de amor por el arte.

“Disfruto todo, encontrar la pieza es maravilloso, te sorprende encontrar una antigüedad, y luego, yo digo, ‘verle los calzones’ voltear, ver, revisarla, enamorarte de ella. El corazón y las tripas te palpitan y luego, restaurar, enmarcarla, y lo que menos disfrutas en la venta, lo que más disfrutaste fue el proceso de haberla encontrado, acariciarla, hasta que está otra vez digna, puesta y colgada”.

En nuestro país la edad promedio estimada para la vida de una persona radica en los 70 años. Sin embargo, la cifra puede hacerse infinita si se imprime trabajo y amor en el entorno que nos rodea de manera cotidiana. Una prueba de ello es la labor del anticuario César Humberto González Mejía.

César, además de ser un apasionado de la pintura fue contador público por más de 40 años, de manera simultánea durante este tiempo se dedicó a coleccionar obras de su agrado. Al momento de su retiro profesional lo único que tenía en mente era seguir con la recopilación de su amor por el arte. Fue así como llegó al negocio de las antigüedades.

“Al retirarme de la carrera lo único que sabía era acerca de pintura, no sabía vender, pero sabía comprar, tengo 25 años con la tienda y como 50 o 60 de coleccionista”.

El trabajo del anticuario, según las palabras de don César es muy amplio, consiste en encontrar piezas, restaurarlas, disfrutarlas y buscar cuáles son los lugares finales donde terminan. Es importante saber que las antigüedades no siempre forman parte de la decoración de un hogar, a veces tienen como destino final museos, casas de la cultura y exhibiciones.

Sin importar el lugar o la persona, ser anticuario es un trabajo de tiempo completo, esto implica tener un vínculo con el objeto y a la vez nada. “Las piezas, como llegan, se van” (sic.) César sabe perfectamente que el trabajo de un anticuario no es sencillo, a veces es necesario tener un sexto sentido para saber reconocer piezas, evaluar con previo conocimiento y hacer relaciones comerciales que hagan orgánico el flujo de una antigüedad.

“Todos los días llego, abro la tienda, empiezo a ver mis pendientes, confirmo compras, restauraciones, enmarcaciones, hago llamadas a clientes, coleccionistas, vendedores, gente que consigue piezas para

nosotros.

“Hay mucha gente encargada de eso, papeleo, facturas, depósitos, y estar leyendo siempre acerca de las piezas que tienes encima esperándote. Ahorita por ejemplo, me trajeron un cuadro que se supone es de Fabrés, entonces me tuve que poner a leer toda la obra de Fabrés y a buscar; analizar la obra de Fabrés para ver si es cierto que el trazo coincide con la obra que me están trayendo… que resulta que no, no coincide (risas)”.

Para ser un buen anticuario, en palabras de César Humberto, se requiere honestidad, ir conociendo las piezas que te gusta manejar, saber que el anticuariado es muy amplio  y por ello,que es necesaria una especialización.

“El que dice que sabe todo no sabe de nada, entonces nos especializamos, yo por ejemplo me he especializado en pintura mexicana, otros en francés, otros venden un poco de todo, entonces es leer, yo leo mucho acerca de las piezas, comparo, voy a museos, exhibiciones, en fin, esto se vuelve tu sistema de vida.  Una formación profesional donde buscas tiendas, productos, museos y donde poco a poco se forma un conocimiento y un criterio verdadero…”.

Al final del día, una antigüedad es más que un objeto, es el testigo del paso del tiempo, de experiencias, conocimiento hasta formar una especie de híbrido que, en conjunto con el trabajo del anticuario, se convierte en un confidente de amor por el arte.

“Disfruto todo, encontrar la pieza es maravilloso, te sorprende encontrar una antigüedad, y luego, yo digo, ‘verle los calzones’ voltear, ver, revisarla, enamorarte de ella. El corazón y las tripas te palpitan y luego, restaurar, enmarcarla, y lo que menos disfrutas en la venta, lo que más disfrutaste fue el proceso de haberla encontrado, acariciarla, hasta que está otra vez digna, puesta y colgada”.

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