Frida Kahlo nació hace 110 años y falleció hace 63. Su obra pictórica trasciende el tiempo, aunque su personalidad arrolla el sentir y la melancolía de las mujeres modernas. Su dolor inspira, contagia y es bandera de un movimiento en el que no hay mundo rosa, hay un culto al sufrimiento.
La poliomelitis formó parte de su padecer, aunque el gran cambio en su vida lo trajo el fatídico día en que viajaba en un autobús que se impactó contra el tranvía de la CDMX. Desde entonces se mantuvo postrada en cama y fue sometida a más de 30 cirugías.
En la Casa Azul, en Coyoacán, se puede ver cómo la cama de la artista era su punto de mayor convivencia, desde ahí un espejo le servía para revisar el crecer de sus arrugas, las sonrisas que le pintaba Diego Rivera y también las angustias que le brotaban por no concebir.
En su casa, dos camas se disponían para ella, la del día y la que era para dormir. El resumen de su recuperación.
Ponerse en pie fue posible con el abrazo frío de un corsé de yeso. Podía dar pasos con prótesis y zapatos siempre escandalosos con añadiduras en suela o tacón.
Frida se desvivía entre la pasión y el desamor. Optó por la enagua y el huipil tehuano para cubrir lo que por dentro sostenía su cuerpo, pero el dolor se le reveló entre frases, su obra y una personalidad que renace entre diseñadores internacionales que la toman como bandera para crear colecciones donde el corsé resulta atractivo y siempre en boga.
Las plataformas ortopédicas de Kahlo, las enaguas y las ataduras de piel son objeto de deseo cuando las interviene Riccardo Tisci para Givenchy o Jean Paul Gaultier, por mencionar a algunos.
“Doctor, si me deja tomar este tequila le prometo no beber en mi funeral”, esbozó la pintora que vivió así, arriesgando al límite, porque como nos enseñó Frida: “Lo único bueno que tengo es que ya voy empezando a acostumbrarme a sufrir…”.