/ miércoles 21 de septiembre de 2016

El sol, la nieve y el agua reúnen a Monet, Munch y Hodler en París

El sol, la nieve y el agua plasmados por los pinceles de Monet, Munch y Hodler, tres gigantes del arte del siglo XIX que no llegaron a conocerse pero cuyas obras presentan enormes concordancias, protagonizan en el Museo Marmottan Monet de París una de las grandes exposiciones de la temporada.

Con el título “Hodler Monet Munch. Peindre l’impossible” (“Pintar lo imposible”), la exhibición, que les reúne por primera vez, invita hasta el 22 de enero al público a contemplar sus obras más allá de las etiquetas de impresionista, expresionista o simbolista con que entraron en la Historia del arte.

Tras una primera sala con los autorretratos del pintor suizo Ferdinand Hodler (1853-1918) y del noruego Edvard Munch (1863-1944), y un retrato de Claude Monet (1840-1926), el museo recuerda sus orígenes en el realismo y el impresionismo, antes de atacar de lleno, motivo por motivo, lo que sorprendentemente les une.

Es, pues, una densa exposición temática, con una veintena de obras maestras por cada artista, protagonizada por lagos, montañas nevadas, soles radiantes o ya mortecinos y paisajes acuáticos, que tiene su culmen en la pasión por el color puro que marcó sus obras.

En el inicio, explicó a Efe el comisario de la muestra, Philippe Dagen, la idea era colgar juntos el cuadro “Impression, soleil levant”, que en 1874 dio su nombre al impresionismo, y los radiantes soles de Munch.

Aunque pronto, “para hacer la conversación más interesante”, se pensó en completarla con un tercer participante y este “solo podía ser Hodler”, por razones de época, de contexto artístico y por la relación de su pintura con el paisaje.

Los tres compartían cuestiones muy particulares sobre la naturaleza a finales del siglo XIX, en su búsqueda de “cómo pintar la montaña, la nieve, el sol, el agua”, partiendo de la idea de que son motivos muy difíciles, en constante movimiento y veloz transformación.

Por ello tuvieron que encontrar otras maneras y métodos de pintar, para poder captar “lo imposible”, como decía Monet.

“Los tres se preguntaron lo mismo y, por supuesto, respondieron cada cual a su manera, muy diferente unos de otros”, pero el resultado rompe las categorías habituales. Concentrada en la cuestión pictórica, la muestra exhibe cuadros de Munch que no son los llamados simbolistas ni expresionistas, y una parte muy específica de la obra de Monet, en particular su viaje a Noruega, que no es la más conocida; así como un Hodler que tampoco es el de los cuadros de historia, explica Dagen.

Por eso, subraya, el experimento “concluye con el color en sí mismo, dada su fuerza física y expresiva, completamente en contradicción con la manera habitual de contar la historia del arte por escuelas nacionales y categorías artísticas”.

Más allá de las biografías de estos artistas nacidos hacia mediados del siglo XIX, que vivieron en la Europa mutante de antes y después de la I Guerra Mundial, la exposición revela que “hay, en cierta forma, relaciones físicas, amorosas, entre los cuadros”.

Incluida una pasión por las armonías de rojos y amarillos entre Munch y Monet, que pone el punto final a la exposición.

El sol, la nieve y el agua plasmados por los pinceles de Monet, Munch y Hodler, tres gigantes del arte del siglo XIX que no llegaron a conocerse pero cuyas obras presentan enormes concordancias, protagonizan en el Museo Marmottan Monet de París una de las grandes exposiciones de la temporada.

Con el título “Hodler Monet Munch. Peindre l’impossible” (“Pintar lo imposible”), la exhibición, que les reúne por primera vez, invita hasta el 22 de enero al público a contemplar sus obras más allá de las etiquetas de impresionista, expresionista o simbolista con que entraron en la Historia del arte.

Tras una primera sala con los autorretratos del pintor suizo Ferdinand Hodler (1853-1918) y del noruego Edvard Munch (1863-1944), y un retrato de Claude Monet (1840-1926), el museo recuerda sus orígenes en el realismo y el impresionismo, antes de atacar de lleno, motivo por motivo, lo que sorprendentemente les une.

Es, pues, una densa exposición temática, con una veintena de obras maestras por cada artista, protagonizada por lagos, montañas nevadas, soles radiantes o ya mortecinos y paisajes acuáticos, que tiene su culmen en la pasión por el color puro que marcó sus obras.

En el inicio, explicó a Efe el comisario de la muestra, Philippe Dagen, la idea era colgar juntos el cuadro “Impression, soleil levant”, que en 1874 dio su nombre al impresionismo, y los radiantes soles de Munch.

Aunque pronto, “para hacer la conversación más interesante”, se pensó en completarla con un tercer participante y este “solo podía ser Hodler”, por razones de época, de contexto artístico y por la relación de su pintura con el paisaje.

Los tres compartían cuestiones muy particulares sobre la naturaleza a finales del siglo XIX, en su búsqueda de “cómo pintar la montaña, la nieve, el sol, el agua”, partiendo de la idea de que son motivos muy difíciles, en constante movimiento y veloz transformación.

Por ello tuvieron que encontrar otras maneras y métodos de pintar, para poder captar “lo imposible”, como decía Monet.

“Los tres se preguntaron lo mismo y, por supuesto, respondieron cada cual a su manera, muy diferente unos de otros”, pero el resultado rompe las categorías habituales. Concentrada en la cuestión pictórica, la muestra exhibe cuadros de Munch que no son los llamados simbolistas ni expresionistas, y una parte muy específica de la obra de Monet, en particular su viaje a Noruega, que no es la más conocida; así como un Hodler que tampoco es el de los cuadros de historia, explica Dagen.

Por eso, subraya, el experimento “concluye con el color en sí mismo, dada su fuerza física y expresiva, completamente en contradicción con la manera habitual de contar la historia del arte por escuelas nacionales y categorías artísticas”.

Más allá de las biografías de estos artistas nacidos hacia mediados del siglo XIX, que vivieron en la Europa mutante de antes y después de la I Guerra Mundial, la exposición revela que “hay, en cierta forma, relaciones físicas, amorosas, entre los cuadros”.

Incluida una pasión por las armonías de rojos y amarillos entre Munch y Monet, que pone el punto final a la exposición.

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