/ sábado 22 de agosto de 2020

Hojas de papel volando | Vaca... vaca... vacuna: El milagro de la ciencia

La verdad es que en la primaria a ninguno nos gustaba vacunarnos. Esto cuando ya se sabía de qué se trataba el asunto...

Vaca... vaca... vacuna: El milagro de la ciencia

La verdad es que en la primaria a ninguno nos gustaba vacunarnos. Esto cuando ya se sabía de qué se trataba el asunto aunque la primera vez, en primero, caímos redonditos en eso de que, “no te preocupes, no duele... es como si te pellizcaran el bracito...”

¡Cómo no! Si dolía hasta la co...nciencia aunque la maestra o el maestro nos decían con voz meliflua –lo que ya indicaba peligro-: “A ver niños... se ponen en fila... quítense el suéter... y se levantan la manga de la camisa lo más que puedan...”

Luego pasaba la enfermera a ponernos alcohol con un algodón en el brazo superior a la altura del conejo Blas... “Y ahorita uno por uno van a para a la enfermería...” ¡Más peligro!... Y así era... Comenzaban a pasar los de adelante ‘corren mucho y los de atrás no se quedarán...’

Y ahí estaba sentada la doctora de la escuela al lado de su escritorio y junto otro doctor de blanco que sacaba unos como alfileres de una cajita a los que les ponían una substancia blanca-casi transparente y nos pinchaban repetidas veces en el brazo... ahhhhhhhhhhh… uhhhhhhhh... ¿no que no iba a doler?... y sale... salíamos con el ojo lloroso, el copeta descompuesto y la nariz moquillenta... pero los demás no debían saberlo... Jajajajajaja... como si nada... jajajajaja… (Snif).

La primera vacuna que recuerdo fue la del sarampión, según nos dijo luego la maestra Rosita. Era regañona pero también buena, como todos aquellos maestros.

Eran buenos los maestros aquellos. Nunca faltaban y sí, nos enseñaban que Morelos fue quien emitió “Los sentimientos de la Nación” y que los redactó Carlos María de Bustamante, en Oaxaca.

Que ni Guerrero ni Quintana Roo tuvieron vela en esa Calenda. Y entre enseñanzas y enseñanza nos sacaban al patio para dejarnos correr como gamos; jugaban con nosotros o jugaban voleibol entre ellos... A veces nos llevaban de excursión al campo y pasábamos el día archi contentos.

Pero había también los días de arrastrar la cobija, que eran tiempos de exámenes, o cuando tenía uno que hacer las famosas representaciones de los lunes; cuando tenía uno que declamar ‘Mamá, soy Paquito –yo no era Paquito- y ya no haré más travesuras’ –yo sí hacía travesuras, era el rey de la patilla porque los maestros buenos la usaban en mí para impartir justicia-- y luego el terrible día de “¡la vacuna!”... “¡La maldita vacuna!”

‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento’, cuando ya éramos hechos y derechos y platicábamos entre compañeros que habíamos sido del mismo dolor, la importancia de esas vacunas, lo importante que eran para prevenir enfermedades irremediables, y lo necesario que era que las pusieran a tiempo para que luego no anduviéramos sufriendo trastornos fatales.

Y así entendimos también que lo de las vacunas es una aportación de hombres sabios que dedicaron su vida a buscar solución a males que asolaban a individuos como a comunidades enteras.

Foto Cuartoscuro

Ya hace siglos los brujos-alquimistas-médicos-científicos intentaban encontrar las fórmulas de sanación que pararan en seco aquellas enfermedades misteriosas. Por supuesto siempre ha estado presente el tema religioso en busca de ayuda y solución, pero también se intentaba encontrar en la misma naturaleza lo que la naturaleza descomponía.

A saber: ‘Los datos más antiguos que se conocen sobre la historia de la vacunación datan del siglo VII, cuando budistas indios ingerían veneno de serpiente con el fin de ser inmune a sus efectos...

‘...Desde el siglo X, el pueblo chino practicaba la ‘variolización’ para inocular el virus de la viruela de un enfermo a una persona susceptible, sometiendo además, las pústulas variolosas y el almizcle, a un proceso de ahumado para disminuir su perjuicio. A mediados del siglo XVIII, el médico inglés Francis Home, realizó algunos intentos de inmunización contra el sarampión’.

Pero de pronto, en 1768, siendo aún estudiante de medicina, Edward Jenner oyó que una campesina del condado de Berkeley en Escocia, decía que ella no podía padecer la enfermedad pues ya había sido afectada por la viruela del ganado vacuno.

Después de graduado como médico, dedicó muchos años de investigación al estudio de la vacunación y el 14 de mayo de 1796 inoculó al niño James Phipps la linfa de una pústula de viruela obtenida de la ordeñadora Sara Nelmes, quien había contraído la enfermedad.

Luego, para comprobar la eficacia de la vacuna inoculó al mismo niño con virus de viruela humana y nunca enfermó. Sus resultados los publicó en 1798 en Variolae Vaccinae, y en menos de 10 años esta vacunación se había extendido al mundo entero y salvaría a millones de seres humanos.

Y de ahí en adelante comenzó una cadena casi interminable de descubrimientos científicos que eran vacunas para prevenir y para curar al ser humano de sus males.

A finales del siglo XIX se incrementaron estudios en materia de microbiología e inmunología. Uno de los primeros ejemplos es el del químico y biólogo francés Louis Pasteur –quien por cierto bautizó al descubrimiento de Jenner como ‘vacuna’ por provenir de las vacas y a quien reconoce como el padre de la vacunación.

Así que Pasteur descubrió en 1885 la vacuna contra la rabia, siendo el niño Joseph Meister el primer ser humano protegido contra ‘el mal’.

Ese mismo año, el bacteriólogo español Jaime Ferrán, descubrió una vacuna en contra del cólera; en 1896 Fraenkel, Beumer, Peiper y Wrigth comienzan la primera vacunación antitifoídica con fines profilácticos. Antes, en 1892 Haffkine, un bacteriólogo ruso preparó la primera vacuna contra la peste.

Foto: Twitter | @UNICEFMexico

[‘Durante los primeros años de la preparación y uso de las vacunas, su elaboración y control fue un proceso totalmente artesanal. No existían métodos estandarizados para comprobar la pureza de las semillas bacterianas utilizadas, por ello, no siempre se hacían pruebas estrictas de esterilidad y con menos frecuencia se realizaban pruebas de potencia en animales. Esta falta de precaución causó accidentes, así por ejemplo en 1902 una de las vacunas contra la peste bubónica, preparada por el científico ruso Waldemar Mondecar Wolff, se contaminó con Clostridium tetani provocando la muerte por tétanos a 19 personas en Mulkwai, India.]

En 1922 Albert Calmette y Camile Guerin aportaron la vacuna contra la tuberculosis que luego tendría algunos contratiempos pero se instaló como solución. Para 1923, el veterinario francés Gaston Ramón desarrolló la inmunización activa contra la difteria. El mismo año Thorvald Madsen, médico danés, descubre la vacuna contra la tos ferina.

Unos años más tarde, en 1932 Sawver, Kitchen y Lloyds descubren la vacuna contra la fiebre amarilla y en 1937 Jonas Salk produce la primera vacuna antigripal inactivada. Posteriormente, en 1954 él mismo descubre la vacuna antipoliomielítica inactivada.

Así nacieron poco a poco vacunas para la meningitis, neumonía, fiebre amarilla, influenza, hepatitis A o B, poliomielitis, viruela, papiloma humano, paperas, rotavirus, rubeola, sarampión, tétanos, tos ferina y para enfermedades de transmisión sexual. (Aún no la hay para el VIH).

El esfuerzo de muchos científicos ha sido titánico. Sus descubrimientos han hecho que el ser humano evite enfermedades graves gracias a estas vacunas.

Por estos días aciagos para la humanidad por la pandemia de Covid-19, los seres humanos esperamos la vacuna que salve a millones en todo el mundo; pero muy particularmente en nuestro caso a los mexicanos. Será. La sabiduría y entrega de los científicos de la salud está trabajando a todo vapor y los resultados parecen a la vista.

En contraposición de aquellos que atentan contra la vida humana, hay miles de científicos-médicos-investigadores que se ocupan de salvar vidas. Vidas humanas irrepetibles. Eso los impulsa. Honor siempre, para ellos.

No importa que los niños que fuimos hubiéramos llorado en silencio el dolor del brazo vacunado; no importa el terror por la inyección dolorosa; no importa que tengamos que fingir “aquí no pasó nada” mientras mordemos la torta de frijoles refritos. Los seres humanos hoy, urgen por la vacuna. Que sea. Que sea la salvación de todos.

“Ranita dime ¿cómo puedo encontrar al gnomo?; Tal vez será su casa aquella gran calabaza. Ranita dime ¿cómo puedo encontrar al gnomo? Croac, croac... Croac, croac: ¡La vacuna te lo dirá!”

joelhsantiago@gmail.com



Vaca... vaca... vacuna: El milagro de la ciencia

La verdad es que en la primaria a ninguno nos gustaba vacunarnos. Esto cuando ya se sabía de qué se trataba el asunto aunque la primera vez, en primero, caímos redonditos en eso de que, “no te preocupes, no duele... es como si te pellizcaran el bracito...”

¡Cómo no! Si dolía hasta la co...nciencia aunque la maestra o el maestro nos decían con voz meliflua –lo que ya indicaba peligro-: “A ver niños... se ponen en fila... quítense el suéter... y se levantan la manga de la camisa lo más que puedan...”

Luego pasaba la enfermera a ponernos alcohol con un algodón en el brazo superior a la altura del conejo Blas... “Y ahorita uno por uno van a para a la enfermería...” ¡Más peligro!... Y así era... Comenzaban a pasar los de adelante ‘corren mucho y los de atrás no se quedarán...’

Y ahí estaba sentada la doctora de la escuela al lado de su escritorio y junto otro doctor de blanco que sacaba unos como alfileres de una cajita a los que les ponían una substancia blanca-casi transparente y nos pinchaban repetidas veces en el brazo... ahhhhhhhhhhh… uhhhhhhhh... ¿no que no iba a doler?... y sale... salíamos con el ojo lloroso, el copeta descompuesto y la nariz moquillenta... pero los demás no debían saberlo... Jajajajajaja... como si nada... jajajajaja… (Snif).

La primera vacuna que recuerdo fue la del sarampión, según nos dijo luego la maestra Rosita. Era regañona pero también buena, como todos aquellos maestros.

Eran buenos los maestros aquellos. Nunca faltaban y sí, nos enseñaban que Morelos fue quien emitió “Los sentimientos de la Nación” y que los redactó Carlos María de Bustamante, en Oaxaca.

Que ni Guerrero ni Quintana Roo tuvieron vela en esa Calenda. Y entre enseñanzas y enseñanza nos sacaban al patio para dejarnos correr como gamos; jugaban con nosotros o jugaban voleibol entre ellos... A veces nos llevaban de excursión al campo y pasábamos el día archi contentos.

Pero había también los días de arrastrar la cobija, que eran tiempos de exámenes, o cuando tenía uno que hacer las famosas representaciones de los lunes; cuando tenía uno que declamar ‘Mamá, soy Paquito –yo no era Paquito- y ya no haré más travesuras’ –yo sí hacía travesuras, era el rey de la patilla porque los maestros buenos la usaban en mí para impartir justicia-- y luego el terrible día de “¡la vacuna!”... “¡La maldita vacuna!”

‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento’, cuando ya éramos hechos y derechos y platicábamos entre compañeros que habíamos sido del mismo dolor, la importancia de esas vacunas, lo importante que eran para prevenir enfermedades irremediables, y lo necesario que era que las pusieran a tiempo para que luego no anduviéramos sufriendo trastornos fatales.

Y así entendimos también que lo de las vacunas es una aportación de hombres sabios que dedicaron su vida a buscar solución a males que asolaban a individuos como a comunidades enteras.

Foto Cuartoscuro

Ya hace siglos los brujos-alquimistas-médicos-científicos intentaban encontrar las fórmulas de sanación que pararan en seco aquellas enfermedades misteriosas. Por supuesto siempre ha estado presente el tema religioso en busca de ayuda y solución, pero también se intentaba encontrar en la misma naturaleza lo que la naturaleza descomponía.

A saber: ‘Los datos más antiguos que se conocen sobre la historia de la vacunación datan del siglo VII, cuando budistas indios ingerían veneno de serpiente con el fin de ser inmune a sus efectos...

‘...Desde el siglo X, el pueblo chino practicaba la ‘variolización’ para inocular el virus de la viruela de un enfermo a una persona susceptible, sometiendo además, las pústulas variolosas y el almizcle, a un proceso de ahumado para disminuir su perjuicio. A mediados del siglo XVIII, el médico inglés Francis Home, realizó algunos intentos de inmunización contra el sarampión’.

Pero de pronto, en 1768, siendo aún estudiante de medicina, Edward Jenner oyó que una campesina del condado de Berkeley en Escocia, decía que ella no podía padecer la enfermedad pues ya había sido afectada por la viruela del ganado vacuno.

Después de graduado como médico, dedicó muchos años de investigación al estudio de la vacunación y el 14 de mayo de 1796 inoculó al niño James Phipps la linfa de una pústula de viruela obtenida de la ordeñadora Sara Nelmes, quien había contraído la enfermedad.

Luego, para comprobar la eficacia de la vacuna inoculó al mismo niño con virus de viruela humana y nunca enfermó. Sus resultados los publicó en 1798 en Variolae Vaccinae, y en menos de 10 años esta vacunación se había extendido al mundo entero y salvaría a millones de seres humanos.

Y de ahí en adelante comenzó una cadena casi interminable de descubrimientos científicos que eran vacunas para prevenir y para curar al ser humano de sus males.

A finales del siglo XIX se incrementaron estudios en materia de microbiología e inmunología. Uno de los primeros ejemplos es el del químico y biólogo francés Louis Pasteur –quien por cierto bautizó al descubrimiento de Jenner como ‘vacuna’ por provenir de las vacas y a quien reconoce como el padre de la vacunación.

Así que Pasteur descubrió en 1885 la vacuna contra la rabia, siendo el niño Joseph Meister el primer ser humano protegido contra ‘el mal’.

Ese mismo año, el bacteriólogo español Jaime Ferrán, descubrió una vacuna en contra del cólera; en 1896 Fraenkel, Beumer, Peiper y Wrigth comienzan la primera vacunación antitifoídica con fines profilácticos. Antes, en 1892 Haffkine, un bacteriólogo ruso preparó la primera vacuna contra la peste.

Foto: Twitter | @UNICEFMexico

[‘Durante los primeros años de la preparación y uso de las vacunas, su elaboración y control fue un proceso totalmente artesanal. No existían métodos estandarizados para comprobar la pureza de las semillas bacterianas utilizadas, por ello, no siempre se hacían pruebas estrictas de esterilidad y con menos frecuencia se realizaban pruebas de potencia en animales. Esta falta de precaución causó accidentes, así por ejemplo en 1902 una de las vacunas contra la peste bubónica, preparada por el científico ruso Waldemar Mondecar Wolff, se contaminó con Clostridium tetani provocando la muerte por tétanos a 19 personas en Mulkwai, India.]

En 1922 Albert Calmette y Camile Guerin aportaron la vacuna contra la tuberculosis que luego tendría algunos contratiempos pero se instaló como solución. Para 1923, el veterinario francés Gaston Ramón desarrolló la inmunización activa contra la difteria. El mismo año Thorvald Madsen, médico danés, descubre la vacuna contra la tos ferina.

Unos años más tarde, en 1932 Sawver, Kitchen y Lloyds descubren la vacuna contra la fiebre amarilla y en 1937 Jonas Salk produce la primera vacuna antigripal inactivada. Posteriormente, en 1954 él mismo descubre la vacuna antipoliomielítica inactivada.

Así nacieron poco a poco vacunas para la meningitis, neumonía, fiebre amarilla, influenza, hepatitis A o B, poliomielitis, viruela, papiloma humano, paperas, rotavirus, rubeola, sarampión, tétanos, tos ferina y para enfermedades de transmisión sexual. (Aún no la hay para el VIH).

El esfuerzo de muchos científicos ha sido titánico. Sus descubrimientos han hecho que el ser humano evite enfermedades graves gracias a estas vacunas.

Por estos días aciagos para la humanidad por la pandemia de Covid-19, los seres humanos esperamos la vacuna que salve a millones en todo el mundo; pero muy particularmente en nuestro caso a los mexicanos. Será. La sabiduría y entrega de los científicos de la salud está trabajando a todo vapor y los resultados parecen a la vista.

En contraposición de aquellos que atentan contra la vida humana, hay miles de científicos-médicos-investigadores que se ocupan de salvar vidas. Vidas humanas irrepetibles. Eso los impulsa. Honor siempre, para ellos.

No importa que los niños que fuimos hubiéramos llorado en silencio el dolor del brazo vacunado; no importa el terror por la inyección dolorosa; no importa que tengamos que fingir “aquí no pasó nada” mientras mordemos la torta de frijoles refritos. Los seres humanos hoy, urgen por la vacuna. Que sea. Que sea la salvación de todos.

“Ranita dime ¿cómo puedo encontrar al gnomo?; Tal vez será su casa aquella gran calabaza. Ranita dime ¿cómo puedo encontrar al gnomo? Croac, croac... Croac, croac: ¡La vacuna te lo dirá!”

joelhsantiago@gmail.com



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